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Cuando soy buena soy mejor | CULTURA Y ESPECTÁCULOS
Columna
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Bajo el síndrome de Farruquito

Antes de que lo olvide: examino la lista de países latinoamericanos que visita estos días la vicepresidenta del Gobierno, y así, a bote pronto, no veo más posibilidades de incurrir en flagrante delito indumentario que el poncho. Lo cual no resulta grave, pues favorece por igual a hombres y mujeres de todas las tallas, protege de los vientos y, con suerte, es de alpaca y se lo puede quedar como recuerdo.

También recomiendo a doña María Teresa que no permita que le aten cintas en la muñeca. A Uno Que Yo Me Sé se las pusieron, y... Vamos a dejarlo. O no. Tan mal no debe de irles, cuando toda la familia veranea, en parte, a cargo de Berlusconi.

Hablando del Pasado: he visto en una revista que la hija de Franco parece más joven que uno de sus yernos, en la boda de uno de sus nietos, que también parece más mayor que ella. Estas cosas asustan, no deberían publicarse con tal ligereza.

Qué enseñanzas podemos extraer de los asesinatos de tres peatones por tres conductores que huyeron

Mi pensador de cabecera, Eduard Punset, acaba de confesar a El Periódico que vive inmerso en sus obsesiones y no necesita más. A mí me pasa lo mismo. En este momento, mi obsesión son los cadáveres exquisitos de agosto. Fíjense que estamos a día dos (uno menos, mientras escribo esto) y ya han cascado tres poderosos, uno por continente: el rey Saud de la redundante Casa de Ídem (por Asia), el vicepresidente de Sudán (por África) y el ex presidente del Banco Central Europeo (por Europa, lógicamente). Aunque no les hago ascos a los muertos anónimos o de baja extracción, y mucho menos a las quemadas vivas por sus maridos y los accidentados en carretera (la contribución española más notable al mantenimiento de nuestra Unión Europea en el corazón de las tinieblas), espero que no me consideren cínica si les hago la reflexión siguiente. Que merece punto y aparte.

Decía. Los poderosos, cuando mueren, siempre te dan una lección. Que los potentados petrolíferos también caducan, parece la más obvia que debemos extraer del deceso de un Saud; así como que resulta peligroso subirse a un helicóptero (por el vicepresidente Garang de Sudán), salvo que el piloto sea tu propia madre.

En cuanto a la muerte de Wim Duisenberg, la considero una especie de obra de arte. Provoca optimismo. ¿Hay algo mejor que amanecer en agosto con la noticia de que ese hombre tan guapo de 70 años, que conservaba una hermosa melena blanca, falleciera en pleno ataque de buen gusto, mientras se daba un envidiable baño en la piscina de su no menos admirable villa de la Provenza?

Y ahora explíquenme qué enseñanzas podemos extraer de los recientes asesinatos de tres peatones por tres conductores que huyeron, como no sea la rapidez con que en este país se asimilan las peores emanaciones de la jurisprudencia, es decir (como comentaba un inteligente lector en la sección Cartas al Director de ayer), que "la muerte de un hombre vale menos que el coche que lo mató".

Da miedo pensar que, además de todo lo que tenemos suelto por ahí y maniobrando incontroladamente al volante, resurja con fuerza el modelo "atropellando y dándose a la fuga". Reencarnado, ahora, en un Copycat del Mal Momento de Farruquito: alguien que no sólo sabe que el kilo de peatón está por los suelos, sino que además tiene la certeza de que el abandono de la víctima y el consiguiente escaqueo no influirán en las sentencias.

"Yo parto de la sensación de estar maravillado ante lo que acontece, y dedico mi vida a buscarle una explicación", declara mi gurú Punset. Mira que yo también. Pero por más vueltas que le doy no consigo entender a la mente o el gabinete de mentes o el tanque pensante que ha ideado ese nuevo anuncio de la Dirección General de Tráfico que equipara al conductor que mata por imprudencia a la familia Manson o a J. Harvey Oswald. Porque visto lo visto, ¿cuál es el mensaje subliminal? ¿Qué sólo en Estados Unidos se castiga a quienes arrebatan vidas?

Olvidaba indicarle a doña María Teresa que ni loca se le ocurra ponerse un gorro a juego con el poncho, por andina que se torne la climatología. A eso no sobrevive ni un pincel como la vicepresidenta del Gobierno.

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