Las estrellas
Las estrellas chillan en el cielo y la gente pasea y ríe por la calle. Agosto se derrite bajo una luna de asfalto y de maletas, y los periódicos arden sobre la arena y sobre la tapicería de los coches, y se deshojan con el viento reseco de los días desiertos, y sus hojas acaban extendidas sobre un suelo fresco de agua y lejía. Las muchachas ríen en la libertad vigilada de la calle y en la libertad neblinosa de su exilio de pobres, y una ráfaga de viento abrasador se las lleva fotografiadas por un fotorreportero que también es un emigrante, y las hace revolotear en sus fotografías perezosamente de una portería a otra. En las porterías opacas del estío barcelonés, la gente busca el frescor y la umbría, y le marca sus goles cotidianos a todo lo que puede. Y por las noches las estrellas aúllan encerradas en una cárcel de cielo.
La emigración tiene en estos niños que ríen un polvorín de juventud eterna que estalla día a día... La emigración es la cantidad de gente que cabe en la Tierra
La emigración es una muchacha sonriendo tras su madre, y una madre que se cubre con un pañuelo, y es también un fotógrafo de Tarifa que sube y baja en su motocicleta las cuestas de Santa Coloma como navegando en un surf de cinturón rojo, que es el cinturón negro del kárate obrero, y es asimismo lo que queda de ella en un escritor que junta letras como éstas, pues los hijos de los emigrantes, al igual que los hijos de los ricos, somos por ley de sucesión un poco o un mucho lo que nuestros padres. La emigración es, ya digo, esta mujer que pasea con sus hijos sonrientes en el exilio del trabajo, y también es, claro, el fotógrafo de fotoperiodismo que sabe ver a esta mujer y que la saluda y le guiña el ojo giratorio de su cámara, y que le dice que cada sonrisa de sus hijos es un gol que se le mete a todo lo que uno puede y que es también un gol que se le mete al miedo de haberse equivocado de camino. Más que cambiar de país, la emigración es cambiar de camino.
La emigración tiene en estos niños que ríen junto a su madre un polvorín de juventud eterna que estalla día a día. Los niños andan a cara descubierta y la madre pasea cubierta con un pañuelo que es casi un velo. El pañuelo es la alfombra voladora en la que viajan los emigrantes. El pañuelo se lo pueden enrollar los emigrantes en torno a la cabeza, como el que se lía la manta a la cabeza; pero también les puede servir para empaquetar sus enseres, como hicieron otros iguales que ellos, que llegaron en los trenes, cargados con fardos, con hatillos y con maletas amarradas. La emigración es cambiar de repente de camino y empezar a oír como chillan las estrellas desde el cielo. La emigración es, poco más o menos, la cantidad de gente que ha cabido y cabe en la Tierra. La emigración es la historia de la humanidad en su perpetua lucha contra la intolerancia y es también la lírica historia de la humanidad en su viaje por el mundo, que es un viaje de ríos y de caminos, como han dicho los poetas.
Cuando una persona muere lejos de su tierra, una estrella empieza a gritar y así sigue todas las noches hasta que la estrella se apaga o se apaga todo el universo. Al sol le quedan todavía 5.000 millones de años fuego, y al universo ni se sabe. Algunas veces, cuando un emigrante muere fuera de su país, aparece un poeta que le forja un réquiem con el hierro de su poesía; "al fin y al cabo, cualquier sitio da lo mismo para morir", escribió el poeta ante el cadáver de un emigrante, y más abajo puso: "El mundo Liberame Domine es patria". El sol, que es una estrella de oro traída de una América lejana, lleva 4.500 millones de años ardiendo y anda ahora, como Dante, otro poeta, a mitad del camino de su vida. Emigrar es cambiar de camino y confiar en que el sol no lo haga y salga cada día.
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