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Reportaje:FIN DE SEMANA

Esencia amurallada de Navarra

Un pasado de luchas en una apacible ruta por los alrededores de Olite

El tamaño importa según para qué cosas. El reino de Navarra ha sido siempre el pez chico que ha tenido que defenderse, con uñas y dientes, de las dentelladas del pez grande. Que unas veces fue Castilla (pero los navarros llevaron su frontera hasta Valladolid), otras fue Aragón (y sin embargo, el pez chico llegó a colarse en la Ribagorza) y otras, en fin, fue Francia, que se hizo con el reino navarro galantemente, por vía matrimonial. No es de extrañar, en este contexto, que en Navarra tengan pelambre de fortín hasta las iglesias, o villas enteras. Pero hay un cordón formidable de castillos, en la ahora llamada Navarra Media, que forma una barrera defensiva en la faz más vulnerable que se abre a la Ribera.

El primero en esa batería es el castillo de Javier. En él nació, en 1506, san Francisco Javier, y lleva cerrado un par de años, preparándose para el V centenario del santo jesuita el año próximo. Las partes más antiguas pueden remontarse al siglo XI, incluso a la época árabe. Pero Cisneros mandó demoler defensas en 1516, y cuando se rehízo la fortaleza, en el XIX, contaron más los criterios piadosos que los arqueológicos. Es uno de los centros espirituales y de peregrinación más arraigados.

Pasos de ronda

También ha llegado a similar destino uno de los secretos mejor guardados de Navarra, el santuario-fortaleza de Ujué. Ya de lejos impresiona su arrogancia, apostado en la cuerda de la sierra a que da nombre. Ujué nació por voluntad de un monarca pendenciero, Carlos II el Malo, quien, aparte de arruinar a su país por las peleas con Francia y Castilla, a mediados del siglo XIV, acorazó el santuario con torres, pasos de ronda, contrafuertes y repechos que le dan un aspecto de laberinto onírico. El soberano ordenó que su corazón reposara en un cofre, junto a la talla románica de una Virgen forrada de plata, muy querida y visitada en una romería vernal. Podría uno pasar días enteros descifrando aquella selva de piedra, los miles de figurillas embutidas en frisos, ménsulas, capiteles y arquivoltas; criaturas fabulosas y personajes bíblicos, guerreros descomunales y damas de cejas delicadas, oficios cotidianos, leyendas y consejas populares, los miedos y creencias de toda una época.

Desde el cogote de Ujué se podían emitir señales de humo, o con espejos, que captaban en otra atalaya distante, la de Rada. Una aldea medieval conservada tal cual en su esqueleto, ya que la población abandonó aquel mogote imposible para instalarse en el llano. Amurallada, habitada entre los siglos XII y XV, ha sido excavada y preparada para las visitas (aunque no se halla bien resuelta aún la mecánica de las mismas). Una de las cosas que llaman la atención, junto al templo románico de San Nicolás, es una casa rica, que pudo pertenecer al tenente o jefe de la guarnición, y uno de cuyos cuartos pudo ser tafurería o casa de tahúres, ya que allí se encontraron dados y fichas de juego, junto a monedas herrumbrosas.

Si Ujué fue un exvoto de Carlos el Malo, Olite fue un capricho de su hijo, Carlos el Noble. Éste decidió ampliar el castillo viejo (lo que hoy es parador) y adosarle un fantástico palacio de hadas, que se acerca más al esprit de finesse de la corte borgoñona que a la austeridad navarra. En aquel laberinto de aposentos, escaleras, pasadizos y torres coronadas por cucuruchos como de dama había jardines colgantes con plantas exóticas, en los sotos circundantes se amparaban leones, camellos, jirafas o papagayos, y en la umbría de la muralla, un pozo de nieve, con forma de huevo daliniano, permitía a los cortesanos tomar granizados y refrescos en plena canícula.

Aquellas estancias de cuento, decoradas con yeserías mudéjares y chimeneas francesas, quedaron abandonadas al extinguirse la monarquía navarra. Para colmo, un guerrillero cafre las hizo volar con pólvora, para que no cayeran en manos napoleónicas. Cuando Bécquer pasó por Olite, hacia 1866, aquello era un amasijo de ruinas que le inspiró una prosa que suele incluirse en sus leyendas.

A poniente de Olite y de Tafalla, el llamado cerco de Artajona es un perfecto anillo con 14 torres (sólo se conservan nueve) al que se accede por el llamado Portal de Remagua. Otro formidable secreto de la Navarra Media. Esta acrópolis corona el cerro a cuyos pies se desparrama la actual población, y apenas quedan, arriba, viviendas habitadas, aunque se anima cuando hay romería.

Aunque de épocas muy distintas, cerca de allí se pueden visitar el poblado de Las Eretas, en Barbizana, que se remonta a la edad del hierro, con visitas guiadas, y la ciudad romana de Andelos (cerca de Mendigorría), que cuenta con un pequeño y magnífico museo de sitio de línea vanguardista.

Arquería gótica y, al fondo, la fachada de Santa María la Real, del siglo XIV, en Olite (Navarra).
Arquería gótica y, al fondo, la fachada de Santa María la Real, del siglo XIV, en Olite (Navarra).CARLOS PASCUAL

GUÍA PRÁCTICA

Dormir- Parador Príncipe de Viana (948 74 00 00). Plaza de los Teobaldos. Olite. Ocupa el castillo viejo del complejo palatino. Habitación doble, 121 euros.Comer- Casa Zanito (948 74 00 02). Rúa Mayor, 10. Olite. En una antigua casona, excelente bodega. Unos 30.- Gambarte (948 74 01 39). Rúa del Seco, 15. Olite. Entre 15 y 20 euros.- Mesón Las Torres (948 73 90 52). Santa María, s/n. Ujué. Unos 18 euros.

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