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Nagano triunfa en Salzburgo con 'Los estigmatizados', pero la obra no convence

No dejará una profunda huella el bautismo escénico en Salzburgo de la ópera de Franz Schreker Die Gezeichneten (Los estigmatizados) que inaguró la noche del martes el emblemático festival austriaco. No se llenó la Felsenreitschule y sólo al final prendió algo de emoción en un montaje escénico de Nikolaus Lehnhoff que acentúa la carga sexual de una ópera prohibida por los nazis. El complejo y artificial libreto, obra del propio compositor, no está a la altura de la turbadora y sensual belleza musical que Kent Nagano supo plasmar con una fulgurante dirección al frente de la potente Deutsches Symphonie-Orchester de Berlín.

La recuperación de las obras que los nazis denominaron Entartete Musik -música degenerada- ha sido la más ambiciosa apuesta del director artístico del festival, Peter Ruzicka, que el año pasado logró su más rotundo éxito con La ciudad muerta, de Korngold, en un montaje que se verá en el Liceo de Barcelona la próxima temporada. Con Los estigmatizados, que llegó a Salzburgo en 1984 en versión de concierto, no se ha repetido el éxito.

De las nueve óperas del judío austrohúngaro Franz Schreker (1878-1934) la más odiada por los nazis fue Die Gezeichneten, estrenada en 1918 en Francfort. Comparado con Wagner por su talento y su doble condición de compositor y libretista, Schreker deslumbra en Los estigmatizados por su suntuosa imaginación sonora, pero el arrebato sinfónico gana la partida a un artificioso contenido dramático ambientado en la Génova del Renacimiento. En el centro de la trama, un trío de personajes enfermizos: el deforme Alviano, el libertino Tamare (curiosas reminiscencias de Rigoletto y el Duque de Mantua) y su objeto del deseo, la pintora Carlotta, que delira pintando manos cortadas que no podrán tocar su cuerpo...

Lehnhoff traslada la acción a un espacio intemporal que simboliza la decandencia del poder a través de los restos de una monumental escultura. Logra momentos de impacto visual por la fuerza de la escenografía de Raimund Bauer, con gigantescos pedazos de un cuerpo cuyo tronco alberga en su interior la gruta de las orgías del tercer acto. Impresionante la escena en que la soprano Anne Schwanewilms canta admirablemente su gran aria encaramada a lo alto de la cabeza cortada. No es, con todo, una escenografía cómoda para los cantantes.

Triunfo arrollador de Kent Nagano, que domina y ama esta música de entreguerras preñada de influencias. Suenan ecos y citas de Wagner, Puccini y Debussy, en una orgía sonora que pasa del frenesí de la masa orquestal al puntillismo casi camerístico. El tenor Robert Brubaker, que cantará Fidelio en la inminente edición de la Quincena Musical de San Sebastián, se deja la piel en el durísimo y agotador papel de Alviano, que el director de escena convierte al travestismo puro y duro. El barítono Michael Volle completa el fatal trío de infelices protagonistas con una excelente interpretación del sensual y brutal Tamare.

La noche registró fugas del público en el único descanso: pagar 330 euros del ala por una localidad y salir a tomar una copa de cava para no volver es algo que sólo puede verse en Salzburgo.

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