Otro Consejo de Seguridad
Naciones unidas tiene ante sí el reto de reformar el Consejo de Seguridad para hacerlo más representativo de la realidad internacional y geopolítica de nuestros días y, a la vez, más eficaz a la hora de gestionar los nuevos problemas de paz y seguridad. Kofi Annan ha pedido a los Estados miembros que lo hagan antes de la Asamblea General de septiembre. La ONU tenía en el momento de su fundación, en 1945, 51 Estados miembros; hoy casi se han multiplicado por cuatro, hasta alcanzar los 191. La representatividad actual del Consejo de Seguridad, con cinco miembros permanentes con derecho a veto (EE UU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido) y diez rotatorios elegidos para periodos de dos años, deja bastante que desear.
Kofi Annan ha propuesto ampliar hasta veinticuatro el número de miembros del Consejo de Seguridad, respetando el equilibrio entre diversas regiones del mundo. Para ello, se ampliaría la representación del continente americano (que obtendría un asiento adicional al de EE UU), de Asia-Pacífico y África (que obtendrían dos nuevos asientos cada una), así como de Europa (que obtendría uno o dos, además de los de Francia y el Reino Unido). La cuestión clave es si los nuevos miembros tendrán un carácter permanente o rotatorio.
Para aquellos que ven en la reforma una oportunidad de actualizar o hacer visible su nuevo estatus mundial (Alemania, Brasil, India y Japón), su acceso al Consejo debe ser permanente e indefinido. Para otros, entre los que se incluye España, un sistema electivo y rotatorio abriría las puertas a una sana competencia que se dirimiría en función de las contribuciones financieras de cada país al presupuesto de la ONU, la participación en misiones de paz o la contribución al cumplimiento de los Objetivos del Milenio sobre pobreza, analfabetismo y enfermedades.
Es, sin duda, este segundo modelo, de carácter electivo, el que mayor representatividad y eficacia podría aportar al Consejo, ya que reforzaría los aspectos más positivos de la política exterior de los nuevos líderes regionales y los propios procesos de integración en cada continente. Desgraciadamente, los países de la Unión Europea acuden sin una posición común, lo que merma aún más las posibilidades de éxito de la reforma. Cada Estado hablará en función de sus intereses, haciendo así más visible la debilidad de la política exterior conjunta.
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