Bambalinas editoriales
A diferencia del inglés, el castellano no dispone de dos términos distintos que diferencien al empresario dedicado a producir y comercializar libros (publisher) del director literario que trabaja por cuenta ajena en esa industria (editor). La razón de que la misma palabra editor sea utilizada en español para denominar esas funciones cada vez más separadas tiene carácter histórico: hasta muy entrado el siglo XX la edición conservaba las características del primitivo oficio artesanal. Los ejemplos de Caro Raggio, Salvat, Bruguera y Aguilar en España; Losada en Argentina; Grijalbo en México; Einaudi en Italia o Gallimard en Francia ilustran ese listado de sociedades mercantiles bautizadas con el nombre de su fundador.
LA GUERRA DE LOS PLANETAS
Rafael Borrás
Ediciones B. Barcelona, 2005
862 páginas. 23 euros
Rafael Borrás encarna a la perfección el papel del editor en el sentido anglosajón. Su carrera profesional como "culo de mal asiento", según su bienhumorada expresión, comenzó en 1951 como meritorio en Casa del Libro y prosiguió a partir de 1954 como técnico editorial en Juventud, Luis de Caralt, Plaza, Ariel, Alfaguara y Nauta. El primer volumen de sus memorias, La batalla de Waterloo (Ediciones B, 2003), cubre esa etapa de aprendizaje y maduración previa a su incorporación en 1973 a Planeta. Esta segunda entrega se cierra en 1984: "Visto hoy", 2005, "con la perspectiva del tiempo transcurrido, aquellos 11 años fueron no sé si los más fecundos pero sí los más ilusionados de mi vida profesional". Y Borrás todavía se propone narrar una tercera etapa que incluye su despido de Planeta en 1995 y su posterior regreso a la empresa tras prestar sus servicios en Plaza & Janés y Ediciones B.
La guerra de los planetas cuenta no sólo los recuerdos profesionales de un alto ejecutivo del mundo de la edición, sino también las reflexiones políticas de un observador participante. Son dignas de mención las páginas dedicadas a la trastienda de los premios literarios (un secreto a voces puesto en negro sobre blanco por un buen conocedor de esos certámenes), la semblanza crítica o elogiosa de los escritores (resulta conmovedor el retrato de Juan Benet), los conflictos de un director literario con el director general a la hora de contratar un libro de venta incierta (la incomodidad de "someter a su aprobación un contrato para publicar un ensayo de Wittgenstein sabiendo que él sabía que yo sabía que él no sabía quién era el autor") y el arranque del proceso de concentración empresarial (con la adquisición de Ariel y Seix Barral por Planeta a las que seguirían después Destino, Martínez Roca y Espasa)
El entreveramiento de la política con los libros es una consecuencia lógica de la colección Espejo de España, de la que Fabián Estapé hizo un merecido elogio: la "extraordinaria labor" de Borrás proporcionó "a los historiadores profesionales y a la ciudadanía en general los materiales absolutamente imprescindibles para la comprensión correcta del largo régimen de Franco y las numerosas explicaciones que se han podido arrancar después". En efecto, los estudiosos de la República, el franquismo y la transición tienen una deuda de gratitud con la creatividad del fundador y director de esa serie, incomprensiblemente descatalogada a fines de los noventa. Las conclusiones sacadas por el Borrás-ciudadano de la lectura de esa rica bibliografía, sin embargo, ocupan seguramente demasiadas páginas, altamente discutibles además, del grueso volumen.
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