Santo que veo, santo que beso
Hay una palabra que no existe en el lenguaje de los brasileños: ateo. El brasileño necesita creer en algo. Un ejemplo palmario lo acaba de dar el senador Delcídio Amaral, del Partido de los Trabajadores (PT), que se ha convertido en el político más popular del país, a quien la gente para en la calle por ser el presidente de la Comisión de Investigación del Parlamento que estudia el gran escándalo político que se ha cernido sobre el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, cuyo partido es acusado de haber sobornado a diputados. Las sesiones son retransmitidas por varias televisiones. Delcídio, hombre de izquierdas, amigo de Lula y que está demostrando al frente de la comisión una imparcialidad envidiable, en una entrevista al diario O Globo, a la pregunta de por qué se santigua cada vez que comienza una sesión, responde: "Sí, me santiguo siempre, porque yo soy una persona muy religiosa. Vengo de una familia de gran religiosidad. Soy ex alumno de los jesuitas. Mi casa está llena de santos y de biblias. Mi salmo favorito es el 91, donde dice: 'Mil caerán a su lado, diez mil a tu derecha, pero tú no serás alcanzado'. La imagen de Nuestra Señora de la Concepción me la dio un compañero del PT. Me acompaña a todas partes. Está en mi despacho, en la entrada de la casa, en mi dormitorio. Yo soy también medio místico, llevo el rosario y un escapulario en el bolsillo. Y tengo otra costumbre: santo que veo, santo que beso, se halle donde se halle. Es que no me resisto". Brasil es así.-
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