_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Relatividad

Cuando buena parte de la información diaria todavía se dedica a la matanza de Londres, ETA hace estallar, previo aviso, unas bombas tan pequeñas que casi son de agradecer. El mismo día un grupo anarquista, sabe Dios con qué fin, pone un artefacto en el Instituto Italiano de Cultura de Barcelona, que sólo mata a un perro artificiero, hiere a un policía y causa el consabido susto y los daños materiales de rigor. Peccata minuta.

Mientras tanto, en Salamanca, es desestimada la querella interpuesta contra los manifestantes que, con la excusa de archivo, mostraban pancartas amenazadoras contra Carod Rovira. El juzgado ha estimado que las amenazas no eran tales, sino frases alusivas a la conveniencia de eliminar físicamente al líder de Esquerra Republicana, que en el contexto de una reivindicación popular, deben considerarse meras figuras del lenguaje. Al fin y al cabo, el propio Carod Rovira, comentando el hecho, había calificado de fascistas a los manifestantes. Hay que ser más deportivo, Carod. Por lo demás, la pancarta era de tamaño reducido, de fabricación casera, y la llevaba un señor de cierta edad, pelo blanco y expresión bonachona. Seguramente la pancarta la hizo él mismo, en su casa, con sus pobres medios. Carod, esta es tu caja. Una broma.

La semana pasada un articulista exaltado pedía en un diario barcelonés la eliminación sumaria de un grupo de intelectuales catalanes que habían promovido un manifiesto antinacionalista. Sólo era una opinión y aquí se respetan todas las opiniones.

En fin de cuentas, y comparados con Londres, Irak o Srebrenica, episodios incruentos, no tan excepcionales ni tan aislados que no formen ya el tejido habitual de nuestra vida diaria, pero tan leves que no sé si justificarían la creación de un Tribunal Internacional, cuya presidencia podría ofrecerse al príncipe Alberto de Mónaco. Un tribunal que sólo diera collejas o amonestaciones. Es una sugerencia que se puede ir pensando, sin prisa, al lado de la piscina. Después de todo, también la violencia es relativa. Salvo para quien la recibe, claro. Pero eso cuenta poco.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_