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GOLF | Open Británico

El infierno está en el hoyo 17

"Y ahora, ¿qué?", preguntaba desorientado el surcoreano Ho a su caddie. "¿Dónde apunto?". "Sobre la o de Old Course hotel", replicó muy seguro su ayudante, olvidando especificar a cual de las tres o del cartel se refería. Ho entornó los ojos y encuadró la o de hotel. Acertó. Dejó la bola en equilibrio en la estrecha calle del hoyo 17 de Saint Andrews, the road, el hoyo más endiablado del planeta golf.

Los números lo explican bastante bien: En las tres primeras jornadas del Open han pasado 361 partidos por el hoyo 17. Sólo 15 de ellos han sido birdies y 28 han hecho un doble bogey o aún más golpes. En el hoyo 14, conocido como el infierno -y no es un nombre casual- se han anotado 138 birdies, casi diez veces más.

Un 'bunker' parecido a un refugio antiatómico completa la forma del hoyo más difícil del mundo

El hoyo 17 es una extraña pesadilla en ángulo agudo. Nada más salir uno se topa con la mole de un hotel taponando la salida natural de la bola. Hay que sobrevolarlo. No es la primera vez que una pelota se cuela en la tercera planta del establecimiento y hay quien bromea con que los empleados del hotel han pedido un plus de peligrosidad. Al lado, hay un pub desde donde los profesionales se frotan las manos viendo las desgracias de sus semejantes o se consuelan, al término de la jornada, de las propias.

Una vez sorteado el Old Course hotel, la calle se vuelve un desfiladero rodeado de bunkers por un lado y de una calle de asfalto, una calle de verdad, con un muro de piedra al fondo. "No es que sea tan estrecho, es que está lleno de agujeros a los lados y por eso da esa sensación", analiza el español Ignacio Garrido. Pero eso no es todo. El green está en el mismo borde de un talud que da a la carretera. A tres metros de la bandera, un bunker que se asemeja a un refugio antiatómico completa la fisonomía del hoyo "más difícil del mundo", según confesión de la mayoría de los jugadores a la compañía Marsh and McLenan, patrocinadora del Open.

El hoyo se ha modificado ligeramente. Algunos de los viejos socios de Saint Andrews califican los cambios de "tragedia". Lo que no es extraño, teniendo en cuenta que en 1869 uno de estos residentes locales, apellidado Sutherland, decidió por su cuenta y valiéndose de una espada "deshacer" los cambios que se habían efectuado en un bunker del hoyo 15. "Es más fácil salir del bunker, pero también es más fácil entrar", revela el escocés Colin Montgomery.

Sandy Lyle, por ejemplo, fue de los que allanó el hotel. Su bola recorrió los jardines del lujoso alojamiento. Zach Johansonn necesitó 9 golpes para introducir la bola en el agujero. Saltaba de lado a lado sin acertar. "Qué divertido", comentaban con cierto sadismo algunos de los espectadores que abarrotan el green, sin duda el más concurrido del concurridísimo Open Británico. Tan divertido, a pesar de los cambios, como siempre. Tan "salvaje", en palabras de Montgomery, como siempre.

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