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IDA Y VUELTA
Columna
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Mira qué luna

Me quedan dos días para dejar tierra brasileña y me encuentro cenando al borde de la piscina del Plaza Copacabana de Río. Estoy cenando con unos amigos, que lo son desde hace sólo unas horas. Aún así prefiero pensar que son amigos de toda la vida. Tal vez por eso me siento relajado y, ante el potente reclamo de la luna de esta noche, correspondo mirándola. Observo perfectamente el extraño fenómeno, dicen que óptico. Esta noche la luna está gorda. La joven, que está a mi lado, también la mira y le dice a su novio:

-¡Mira qué luna!

Se la ve más hinchada y gigante de lo habitual y, aunque por la tarde la NASA ya se ha apresurado a dar unas vagas explicaciones del raro fenómeno, nadie de los de mi mesa ha creído en lo que la administración espacial ha dicho. La que menos crédito le otorga a la NASA es Pamela, la joven que tengo al lado. "La luna es la luna, y basta", decía alguien en Salomé, una obra de teatro de Oscar Wilde. Pero Pamela no puede compartir esta opinión. Para ella, la luna es mucho más que la luna, y no lo dice sólo porque esta noche la vea tan rolliza. El misterio viene de lejos, me dice al oído, pero con una voz tan sonora que todos en la mesa se enteran y se quedan de golpe callados, con los ojos desorbitados. Descubro que son todos unos lunáticos.

El joven novio de Pamela me pregunta si ya estoy enterado. ¿De qué? Me explica que la Luna no es un satélite natural de la Tierra, sino un inmenso planetoide hueco, diseñado por alguna civilización técnicamente muy avanzada, y colocado en órbita alrededor de la Tierra hace muchos siglos. Por muy descabellada que me parezca esa teoría, me dice el joven, lo cierto es que explica mejor que ninguna los misterios de la luna.

¿Qué misterios? "La luna es la luna y hoy está gorda y basta", les digo reaccionando como puedo. Pero Pamela me dice que parece mentira que no sepa que durante la expedición del Apollo 12 se colocaron varios sismógrafos muy sensibles en la superficie lunar y cuando el cohete Saturno del Apollo 13 chocó contra esa superficie produciendo un impacto similar al de 11 toneladas de TNT, los sismógrafos registraron una vibración de tres horas y 20 minutos que llegaba a una profundidad de 40 kilómetros, lo que llevó a muchos científicos a la conclusión de que la Luna posee un casco metálico.

Ensayos posteriores, me dice el más lunático de los amigos del novio de Pamela, pusieron de manifiesto que la Luna reacciona ante los impactos como una campana produciendo un agudo gong que es registrado por los sismógrafos, lo que viene a demostrar con toda seguridad que la Luna no tiene un centro de lava fundido. Es más, me dice Pamela, la luna no ha estado siempre donde está. Aristóteles, por ejemplo, nos explica en su Constitución de Tages que los bárbaros pelasgos, habitantes originarios de Arcadia antes de la llegada de los griegos, tenían derecho a la Tierra por el hecho de "estar habitándola antes de que la Luna apareciera en los cielos". A causa de esto, los primeros griegos les llamaron preselenos, que quiere decir anteriores a Selena, diosa griega de la Luna.

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Miro a Pamela y luego miro la luna. Pamela ríe y la luna calla. Invito a una ronda de caipirinhas a mis amigos lunáticos y me digo que se está bien aquí junto a esta piscina y bajo esa gorda luna brasileña. "Deberíamos hacer progresos técnicos y atrevernos a viajar al centro de la Luna, que es donde están todos los que nos fotografían", dice el novio de Pamela. Compruebo que no se ríen de mí y voy a lo que me interesa y vuelvo a girar alrededor de la Luna, quiero decir de Pamela, que a cada momento que pasa se me revela más hueca.

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