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Columna
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El 'sudoku'

Ustedes ya sabrán lo que es el sudoku, ese pasatiempo que viene de Oriente y que consiste en rellenar con números del 1 al 9 las casillas en blanco de un cuadrado maléfico, sin que ninguna cifra se repita ni en cada uno de los nueve espacios en que se divide ni en cada columna, ni en cada fila. O sea, una especie de tres-en-raya japonés que tiene a algunos de sus seguidores más liados que al tigre que no sabía si era amarillo con rayas negras o al revés, y que, dado su éxito, amenaza a los crucigramas tradicionales y la fuente de conocimiento que ellos representan: adiós a la especie de coníferas propia de las junglas de Brasil y a los animales palmípedos de cuatro letras. Es el signo de nuestro tiempo: los números devoran a las letras como síntoma de la forma en que la economía ha derrotado a la razón.

Como en estos tiempos cibercriminales la política también es, para nuestra desdicha, una simple región del país de las matemáticas, se me ocurre que quizá sus problemas se podrían analizar y resolver ateniéndose a las reglas del sudoku. Tomamos, por ejemplo, al Partido Popular, y vemos cómo sus pre-ex-líderes -por prudencia, la única pista que puedo darles sobre su identidad es que sus nombres son Mariano Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana- intentan solucionar el misterio de cómo pasaron de la mayoría absoluta a la oposición, y van juntando en las casillas en blanco de su sudoku electoral el 11 de septiembre, el 11 de marzo, el 6 de julio, el 7 de julio; tiran rayas de Nueva York a Madrid, de Madrid a Singapur, de Singapur a Londres... Y no les sale, sencillamente, porque es imposible, tanto desde el punto de vista de la moral como desde el de las leyes exactas, sumar urnas y bombas, trenes llenos de víctimas y canchas de baloncesto. Al grito de "lo que es bueno para el país es malo para nosotros, y viceversa", los pre-ex-líderes -a quienes siempre oigo con una botella de algo fuerte en la mano, porque yo, como Oscar Wilde, también bebo para hacer más interesantes a los demás- creen que las cuentas les van a cuadrar a base de multiplicarlo todo por cero -es decir, por el actual Gobierno-, pero no, la cosa no marcha.

La última de sus ocurrencias ha sido la de echarle al Gobierno la culpa del 6 de julio, es decir, de la pérdida de las que debieran haber sido, si se hubiese hecho justicia, las olimpiadas de Madrid en el 2012. Ya ven, cero por cero, igual a Zapatero, le restas Irak a Singapur y te sale Londres. Pero ni las cuentas de la lechera ni las del Gran Capitán sirven para estas cosas, el sudoku no se completa y algunos de los compañeros de estos señores que ya son el pasado por adelantado empiezan a cansarse de hacer el ridículo adjunto. O sea, Josep Piqué o Alberto Ruiz-Gallardón, sobre los que, siguiendo con las dudas del tigre de la fábula, ya nadie está muy seguro de si son las ovejas negras o los caballos blancos del partido.

Tampoco se sabe con certeza si con su comportamiento ejemplar en todo el proceso olímpico el alcalde de Madrid dio su primer paso hacia la presidencia del Gobierno en Malaisia o se ha cavado su tumba política, porque lo que el propio Piqué ha venido a llamar la vieja guardia -el gran Johan Cruyff los llamaba, con perdón, las vacas sagradas- del PP lo mira como a un traidor: un tipo que se atreve ni más ni menos que a alabar a sus rivales y, sobre todo, que se confiesa dispuesto a cargar con las culpas de la derrota no se parece mucho, por poner un ejemplo cada vez más siniestro, al ex ministro Trillo, el eterno inocente del Yak-42. De hecho, es justo lo contrario, y sus jefes -tanto los que se dejan ver como los que, según se intuye, manejan los muñecos desde la sombra-, por obtusos que sean, tienen que saber que lo contrario del pasado es el futuro y que todo lo que suba la gente como el alcalde de Madrid o el candidato del PP a la Generalitat, lo van a bajar ellos.

Madrid perdió los Juegos Olímpicos, pero es muy posible que esa derrota no sea el cristal roto en la casa del enemigo que parecen ver desde el Partido Popular, sino una ventana abierta en la casa propia. Una ventana por la que entrará el aire nuevo que necesitan para volver a respirar. En las casillas libres que le quedan a este sudoku sólo se pueden escribir ya dos cosas: la fecha en que se marchen los pre-ex y la fecha en la que lleguen sus sucesores. Si no se cambia de números, y de posiciones, el pasatiempo no tiene solución.

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