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Reportaje:

Dos emprendedores en inteligencia artificial

La Autónoma premia a dos alumnos que han diseñado un sistema de clasificación de los historiales clínicos del Gregorio Marañón

En un pequeño despacho de apenas veinte metros cuadrados nació en noviembre de 2004 Vaelsys, una empresa de informática especializada en inteligencia artificial. En menos de un año, esta pequeña compañía ubicada en el Parque Científico de Madrid, de la Universidad Autónoma (UAM), ha conseguido hacerse con importantes clientes, como el hospital Gregorio Marañón o la Comunidad de Madrid, y ha trabajado con empresas como Sun MicroSystems.

Por el perfil de su clientela, podría ser una gran multinacional. De hecho, sus competidores lo son. Pero Vaelsys no tiene nada que ver con el inmenso mercado al que se enfrenta. Nació con un capital de 3.050 euros de la mano de dos estudiantes de ingeniería informática: Carlos Jesús Venegas, de 25 años, aún tiene una asignatura por aprobar; Eduardo Cermeño tiene 22 años, es ingeniero superior y está haciendo el doctorado. Su idea: ofrecer software que utilice inteligencia artificial a la medida de cada cliente y a precios competitivos. Han ganado el premio al emprendedor universitario -6.000 euros- que el Centro de Iniciativas Empresariales entregó ayer.

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Aunque acaban de terminar la carrera, ambos tienen experiencia laboral. Carlos ha trabajado en IBM y en un proyecto de la Agencia Espacial Europea, que cambió por este proyecto; Eduardo, en una industria dedicada a la ingeniería del conocimiento. Pero esta empresa, en la que además de ellos dos trabaja su amigo (próximamente socio) Jorge Abrines, de 22 años, se empezó a fraguar mientras estudiaban en la facultad. Cuando lo explican, su relato recuerda al de las cientos de empresas puntocom que proliferaron en los años noventa en garajes de Silicon Valley (EE UU) de la mano de creadores que solían ser jóvenes apasionados de la informática.

Carlos y Eduardo eran miembros de la asociación de software libre de la escuela de Ingeniería Informática. Incluso organizaron una Install party -fiesta de la instalación-, a la que más de 100 estudiantes llevaron su ordenador para que les instalaran el sistema Linux, que es gratuito, en lugar de Windows. Carlos iba para trompetista y cayó en Ingeniería Informática casi por accidente. Eduardo tampoco lo recuerda muy bien. La UAM ofrecía muchas posibilidades y eligió por descarte. Pronto descubrieron que habían acertado.

"Nos fuimos especializando en áreas como redes neuronales artificiales y vimos que había un gran terreno por explorar y desarrollar. No nos convencían las opciones laborales y las empresas que existían, así que ideamos una a nuestra medida. No sabíamos por dónde empezar, así que propusimos nuestra empresa al Centro de Iniciativas de la Autónoma [Ciade]", explica Eduardo.

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Traducido a un lenguaje más sencillo, se especializaron en la tecnología que hace posible, por ejemplo, que existan los pasaportes biométricos. La clave está en que la máquina pueda en una imagen identificar elementos concretos. "Ante una imagen un ordenador no sabe interpretar cada parte por separado. Con los programas que desarrollamos les enseñamos a entenderlo y que aprenda a reconocerlo", aclara Carlos. En el caso del Gegorio Marañón, han diseñado un programa para que el hospital pueda archivar de manera automática los expedientes de los enfermos escaneados previamente. "Se pueden archivar hasta 4.000 documentos cada día", explican.

La entrevista transcurre en una sala de reuniones común a varias empresas ubicadas en el centro tecnológico. En plena demostración de cómo funciona su motor de búsqueda y almacenaje, de repente entra Jorge, el tercer socio, y anuncia con cara de alarma: "Por favor, Carlos, trae tu portátil que en plena demo se ha caído la Red". Reacción inmediata. Carlos coge su ordenador bajo el brazo y sale dispuesto a apagar cualquier fuego. "Estamos haciendo una demostración con una empresa de Barcelona, así que si nos sale mal... Pareceríamos poco serios", explica Eduardo con cara de circunstancias. Al minuto vuelve Carlos y tranquiliza: "Falsa alarma, era problema de ellos".

Artesanos

Confiesan que su estrategia fundamental consiste en ofrecer productos a medida para cada necesidad concreta, como si fueran artesanos. "Las grandes empresas compran tecnología externa y luego la comercializan, pero nosotros hemos desarrollado nuestra propia tecnología y la adaptamos a las necesidades de cada usuario, y además les ofrecemos por el mismo precio las mejoras y las actualizaciones del producto, y damos el mantenimiento", cuenta Carlos, asumiendo el papel de comercial. Todo ello lo realizan entre tres amigos, así que los costes de intermediarios desaparecen.

Sus programas pueden costar desde 3.000 euros hasta 30.000, aunque ser un joven empresario tiene sus riesgos el primer año: "Llevamos tres meses sin cobrar", aseguran. Cuando llegue diciembre y les liquiden algunas deudas pendientes, podrán planificarse para el año que viene. "Ahora nos lo podemos permitir, lo preferimos antes que tener que aceptar las penosas opciones laborales que ofrece el mercado. Por lo menos hacemos lo que nos gusta, a nuestro ritmo", afirma Carlos.

Trabajan más de diez horas al día, algo que sus familias no acaban de entender, pero aún tienen tiempo para salir, y Carlos, para ensayar con su grupo de funki Nah Dindon. También siguen haciendo planes de inversión del negocio: en un cajón guardan un proyecto de realidad virtual para que los museos puedan mostrar sus exposiciones a través de Internet. Pronto empezarán con la biometría. Que tiemble Bill Gates.

Siete años creando empresas

El Centro de Iniciativas Empresariales de la Universidad Autónoma (Ciade) existe desde 1998 para incentivar la creación de empresas en el entorno universitario. Cada año recibe cerca de 100 ideas, pero sólo la mitad sale adelante.

A Carlos Jesús Venegas y Eduardo Cermeño les ayudaron con el papeleo, les ofrecieron un local y les ayudaron a establecerse como empresa. "Si no hubiera sido por ellos, no lo habríamos conseguido", explica Carlos.

El Ciade también es el encargado de entregar los premios a la mejor iniciativa. Junto a la de Carlos y Eduardo, que resultó finalmente premiada, se presentaron 40 empresas más, y tres de ellas recibieron una mención especial de 3.000 euros cada una.

La primera, Chromacell, se dedica a la biotecnología. La segunda finalista, Anteo, ofrece servicios de consultoría relacionados con arqueología e historia del arte. Y la tercera es la Fundación Fire, una organización internacional que se dedica a restaurar ecosistemas dañados. Ésta surgió por iniciativa de un doctor que trabaja en la universidad y que arrastró a sus doctorandos a su proyecto.

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