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Reportaje:TERROR EN LONDRES | La ciudad

Londres vuelve al trabajo

La seguridad y las falsas alarmas de bomba marcan el primer lunes en la capital tras los ataques terroristas

Guillermo Altares

Ken Livingstone, el alcalde de Londres, hizo ayer un llamamiento para que los ciudadanos desafiasen el miedo y volviesen a trabajar con normalidad como señal de repulsa ante los atentados del jueves. Predicó con el ejemplo: como todos los días, se subió al metro en Willesden Green para dirigirse al Ayuntamiento. En la City, el centro financiero de la capital británica, en los puntos turísticos del centro o en la estación de Victoria, la más grande de la ciudad, el desafío a través de la vida cotidiana era palpable.

Londres, sin embargo, ha cambiado. El metro padeció ayer constantes retrasos por amenazas de bomba y varias líneas fueron suspendidas, una parte de las oficinas gubernamentales del centro fueron temporalmente evacuadas por la mañana, al igual que el puente de Waterloo por la tarde, mientras que las patrullas policiales en los lugares neurálgicos eran muy visibles. En la explanada frente a la biblioteca del Museo Británico ya no hay papeleras y las mochilas de los lectores son minuciosamente registradas en la entrada, algo que no ocurría la semana pasada.

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"La vida tiene que continuar. Ocurren atrocidades en todo el mundo y eso no puede detener una ciudad", señala en la City un agente de seguros de 50 años. "Pero es evidente que ahora la gente mira mucho más a su alrededor. Las circunstancias son ahora muy distintas". "Me levanté con la voluntad de que fuese un día normal, pero me he pasado una hora y media en el tren por una alerta de bomba", explica Alison, de 30 años, en la puerta de la aseguradora CNA. "La actividad ha sido la misma, igual que otro lunes de julio; pero el ambiente es extraño. Hay mucha seguridad y eso, dentro de lo que vivimos, resulta tranquilizador", agrega su compañera de trabajo, Joanna, de 29 años.

El metro de Londres, el más antiguo y extenso del mundo, por cuyas 12 líneas circulan cada día tres millones de personas, recibía ayer por la tarde a los viajeros con la poca tranquilizadora advertencia del cierre de la línea Circular "por indicación de la policía". La presencia de agentes en las estaciones y, en algunos casos, en los pasillos, era constante. "No vamos a tolerar que nos intimiden. Hoy he cogido el autobús y el metro y voy a seguir haciéndolo", afirma Charles, un funcionario de 55 años, frente a la estación de Victoria.

Antes de subirse al metro, el alcalde Ken Livingstone, que se ha convertido en el símbolo de la lucha silenciosa de los británicos frente al horror, declaró: "Vamos a trabajar, vamos a seguir adelante con nuestras existencias. No vamos a tolerar que un pequeño grupo de terroristas cambie nuestra forma de vida". Los londinenses le hicieron caso incluso antes de que pronunciase estas palabras: los comerciantes esperaban un descenso de la actividad durante el fin de semana del 50% y finalmente sólo ha sido del 21%, incluso a pesar de que la evacuación de 20.000 personas en el centro de Birmingham por una alerta de bomba podía haber provocado un efecto de contagio sobre la vida nocturna de Londres.

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Además, las autoridades quieren concentrar el recuerdo en dos puntos muy concretos de la capital británica. El alcalde abrió ayer un libro de condolencias en el Ayuntamiento -"La ciudad aguantará", escribió- y fue inaugurado un memorial en el parque Victoria Enbankment Gardens, donde los londinenses pueden depositar sus ofrendas a las víctimas. Eso significa que, en breve, los improvisados homenajes florales en King's Cross y Russell Square serán trasladados allí, devolviendo a estas zonas su aspecto habitual.

El alcalde londinense, Ken Livingstone, se apresta a abordar el metro en la estación de Willesden Green.
El alcalde londinense, Ken Livingstone, se apresta a abordar el metro en la estación de Willesden Green.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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