"Confieso que he sufrido"
Armstrong pide explicaciones a sus compañeros por haberse visto privado de su respaldo y les conmina a que no vuelva a suceder
En estos días frescos, húmedos, los jefes de los equipos, que ven el Tour como una carrera de fondo, que no afrontan cada etapa como si fuera su última oportunidad para hacer algo, sino que piensan siempre en el día siguiente, hablaban preocupados, en voz baja. Les invadían pensamientos negros. "Seguro que, cuando empiece la montaña, alguno de los favoritos explota como Indurain en 1996", decía, por ejemplo, Bjarne Riis, el director del CSC de Basso y ganador del sexto Tour que no ganó Indurain; "y no creo que sea Armstrong. A él le va la lluvia". Pero, en el equipo de Armstrong, los responsables, bajaban la cabeza y recitaban, en letanía, los males que acechaban tras el agua, tras las temperaturas primaverales, a los magros cuerpos de sus corredores, que habían dado los últimos ajustes de su preparación sudando a mares bajo los 40 grados del junio más caluroso de los últimos tiempos: tendinitis, resfriados, caídas, inexplicables bajones de forma...
"Quien no se preocupa no gana. No por haber ganado seis Tour voy a ganar fácilmente el séptimo"
Armstrong se fue detrás de Ullrich subiendo el col de Schlucht, hasta ayer una montañita de16 kilómetros en el corazón de los Vosgos, sin mayor pena ni gloria en la historia del Tour. Tras el alemán le tocó a Vinokúrov, seco y duro el golpe, propio de un kazajo hambriento de gloria. ¡Zas!, latigazo y a su rueda saltó Savoldelli, porque Armstrong sabe que responder a los golpes del rubio vestido de celeste y amarillo no le hace ningún favor. Fue ésa la última vez, ayer, que Armstrong tuvo la ayuda de un compañero de equipo. Justo cuando tomó el mando el Illes Balears, Lance, que pedaleaba ya con la cremallera del maillot abierta, síntoma inequívoco de que iba tocado, miró a su alrededor y vio de todo menos a un Discovery. Ni uno solo de un ejército que todos los años acostumbra a atravesar las montañas como una apisonadora, de un grupo que arrasó hace menos de una semana en la contrarreloj. No volvería a tener un amigo cerca hasta llegar al hotel, cariacontecido y buscando respuestas.
"He de ser honrado. Confieso que he sufrido. Éramos 35 corredores delante y no había ninguno de mi equipo", se lamentó Armstrong terminada la etapa, en el programa Club Vélo, ante las cámaras de la televisión francesa, que recurrió a tres de las cuatro palabras que chapurrea en francés para explicar sus sensaciones de forma vehemente: "Un jour de merde ("un día de mierda)", le dijo al mundo entero.
Durante casi 10 kilómetros de subida, no excesivamente dura en la inclinación (4,4% de media), pero sí por la velocidad de la carrera, y los 15 de bajada camino de la meta, el todopoderoso tejano se vio más solo que el número de su dorsal y, por un momento, pareció humano y vulnerable. "Quiero saber qué ha pasado porque estoy preocupado. No enfadado, preocupado", matizó antes de lanzar una frase a modo de legado: "Quien no se preocupa no gana. No por haber ganado seis Tours voy a ganar fácilmente el séptimo". Palabra de Arnstrong.
A la orilla del lago Gérardmer, en el hotel La Route Vert, en el que ayer se hospedó el equipo del norteamericano, no era fácil dar respuesta a una situación prácticamente nueva. "No recuerdo en los últimos cinco años haber pasado por algo semejante", reconoció el líder, que pidió explicaciones a sus compañeros: "Simplemente, para que no nos vuelva a suceder algo parecido".
A los periodistas italianos, Savoldelli, ganador del último Giro, no supo explicarles otra cosa que al inicio del puerto se acercó a su jefe y le preguntó qué tal iba: "Me ha dicho que estaba bien". Rubiera, encargado junto a Hincapié de velar por Lance en los kilómetros finales, fue algo más explícito: "Llegamos muy desgastados al último tramo. Hubo tres o cuatro tirones y nos quedamos clavados. Tal vez trabajamos demasiado al principio para poner orden".
Al resto ni se les vio al final de la etapa ni pasada la meta. De todos los Discovery el más perjudicado por la pájara global fue Popovych, que cedió el primer puesto en la pelea por ser el mejor entre los jóvenes a Karpets, del Illes Balears.
Sea cual sea la razón por la que ayer, en el col de Schlucht, Armstrong se quedó sin amigos, lo cierto es que para él "fue un mal día", según reconoció ante la evidencia. Lo sabe él y también lo sabe Johan Bruyneel, su director, que no abrió la boca, y también lo vieron los otros equipos, especialmente el T-Mobile y el CSC, que metió a cuatro hombres en el grupo delantero. "Nosotros lo hemos hecho muy bien. Basso, Julich, Sastre y Voigt han estado arriba", dijo Riis, que, en público, restó trascendencia a la soledad de Armstrong. "Me ha sorprendido. No era un puerto muy duro, aunque íbamos rápido. Seguro que en los Alpes recuperará a su equipo", dijo el danés. Pero en la serpiente multicolor hay veneno. Así que, cerca, un miembro del CSC dijo: "Vamos a ver qué pasa. No hay que precipitarse, pero le hemos visto sufrir y si le vuelve a pasar...". Si le vuelve a pasar, ellos y el T-Mobile, con Klöden, Ullrich y Vinokúrov entre los diez primeros de la etapa, se lo harán pagar.
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