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Reportaje:PASEOS

La sierra blanca de la luz

El autor se sumerge en los encantos de Cazorla, la puerta de entrada al parque natural de la provincia de Jaén

Cazorla es un estado de ánimo, un ser vivo que atrapa a través de unos encantos imperceptibles la primera vez que se visita. Quienes repiten corren la suerte de quedar enredados entre algunos de sus encantos con la voluntad anulada por el espacio, dispuestos a gastar el tiempo entre sus calles. Personalmente me hirió con su querencia hace años como visitante y ahora como habitante, pero podría afirmar que la he descubierto (o me ha descubierto) poco a poco y esos enamoramientos, huidizos al primer flechazo, perduran.

A Cazorla se llega y también se pasa. La mayoría traza con sus vehículos un círculo en torno a la céntrica plaza de la Tejera y emprende el rumbo hacia la sierra con la temible prisa del final de destino. El pueblo aparece de pronto, escalonado en pendiente desde la mitad de una montaña y con predominio del blanco, pese a algunos esnobistas intentos de amarillo. Tal impresión crece si llegamos cuando ya ha anochecido. Si salvamos el mal gusto de un par de neones mastodónticos, destacan elevadas sobre el perfil las torres iluminadas de edificios históricos. Alguien dijo que parecía un belén. Pudiera ser.

En otros casos, los visitantes paran. El pueblo comienza su andadura verdadera a las diez de la mañana, hora en que se alzan los primeros rayos de sol sobre la Peña de los Halcones. Comienza el trasiego del comercio, de los bares y cafeterías, aunque éstos, en algunos casos, ya han abierto a las seis. Es un placer el desayuno sentado en una terraza. Se puede gozar de la vida como espectador acompañado de una buena tostada de aceite royal, único en la comarca y con denominación de origen, rociado sobre pan verdadero.

Si fuese del pueblo miraría las esquelas, colocadas con doloroso luto alrededor. Si acude como visitante puede obviar esa actividad y pasear desde la plaza de la Tejera a la del Huevo, como popularmente se conoce por su forma oval. Admire el comedido bullicio, más castellano que andaluz, fruto de la herencia dejada por los reconquistadores. Le puede llamar la atención la cantidad de carteles pegados en las paredes de los comercios. La actividad cultural de Cazorla no para en todo el año. La distinguen: un festival cultural de primavera, un festival internacional de blues, un festival internacional de teatro, la noche de la Tragantía, el mito local que se puede visitar en el Castillo de la Yedra, mitad mujer y mitad serpiente. Es éste pueblo de creadores.

Por la localidad transcurren las cuatro estaciones, aunque ahora como a todo fenómeno atmosférico le cuesta un poco más la normalidad. Se puede extasiar nuestra mirada con el vuelo cercano de los buitres leonados, del águila perdicera o de las cabras hispánicas que bajan asustadizas hasta las regueras para calmar su sed. Suban a los merenderos que circundan el pueblo y obtendrán una excepcional vista aérea de la localidad.

Esperen, si pueden, a que el sol decida quebrarse al final del día y orientados hacia el oeste disfrutarán de los tonos cálidos sobre la campiña, sobre el olivar verde y plata que cantó cuando ahogaba su pena por Baeza don Antonio Machado o el mismo Miguel Hernández en las tierras de su esposa Josefina, en la cercana Quesada, o por los campos sobre los que trotara a caballo Jorge Manrique y su estirpe o el Adelantado de Cazorla, el arzobispo de Toledo Ximénez de Rada. Cabalgaron bordeando campos de trigales y cebada, antes de ser a final del siglo XIX y XX cambiados por el árbol generoso y mítico que ofrece la mayor aportación económica a la población, junto al turismo. Por último, camino de Baza pasó Isabel I y le construyeron un puente en una noche.

El lugar al que no deben dejar de acudir si visitan Cazorla es la llamada Plaza Vieja o de Santa María. La aparente planicie se alza abovedada sobre el río Cerezuelo, que antaño hacía girar ruedas de molino a su paso por la localidad, proveniente de los cortados que se enfilan en valle debajo del cerro de Salvatierra, donde se distingue un segundo castillo del siglo XIII. Allí brotan como un naufragio las ruinas de Santa María, que sufrieron el devastador efecto de una gran riada provocada por el taponamiento del cauce y la posterior saña de las tropas napoleónicas al abandonar su dominio sobre la plaza. Sus piedras nos llaman a fotografiarlas, a mirarlas desde distintos ángulos como si fuesen un monumento al tiempo, a su paso desafiante.

Disfruten de la plaza, de su apertura, y permítanse el placer de adentrarse por sus calles aledañas, estrechas y limpias, aunque empinadas. Es la Cazorla menos conocida, la que, apartada, vive a diario la existencia fuera de los póster, de las láminas y a veces del futuro.Caminen sin prisa por sus cuestas, sin temor a perderse en el laberinto de sus esquinas y graben el azul de las cenefas y marcos, los colores antiguos de las puertas, las portadas abiertas con geranios, gitanillas y clavellinas, que irradian belleza y sencillez, guárdenlo todo como un secreto, porque habrán conocido la Cazorla menos turística.

Tal vez se encuentre con un alemán, un holandés o un escocés, que ellos ya lo conocieron antes que ustedes, como suele ocurrir, y ahí se han quedado, como habitantes, aun cuando llegaron como visitantes. Tengan cuidado y no se queden enredados en su silencio, en su blancura, en su belleza.

¿Y qué hacer durante el día? Sobre todo, aproveche para caminar y disfrutar, siempre a pie, olvide el coche porque no hay distancias y el tráfico en las calles estrechas de Cazorla multiplica la pérdida de tiempo en mirar el cristal trasero de otro coche, cuando la mirada puede buscar edificios singulares como las fachadas de las iglesias, el interior del ayuntamiento, la casa de las cadenas, las numerosas fuentes o el lugar más peculiar para una fotografía: el balcón de Zabaleta, donde no podrá pasar sin disparar la cámara fotográfica para inmortalizarse con el sobrio castillo en alto y pegadas a él, a su protección, las casas de paredes imperfectas y blancas, las del barrio más antiguo. Cuando crea conveniente arrímese a cualquier bar y disfrute del arte de las tapas para acompañar el refrigerio, que por aquí denominan "la liga", ineludible momento de ocio donde lo humano y lo divino comparten hora. Tenga cuidado porque puede pensar en volver.

Manuel Molina es escritor y profesor, coautor del libro Cuentos y Leyendas de Cazorla.

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