El diamante uruguayo
El titular lo dio el brasileño Paulino Moska, uno de los artistas a los que Jorge Drexler invitó a compartir noche. Cantaba Moska su hermosa Lágrimas de diamante, donde se habla de eso de que el dolor nos hace fuertes y de saber sacar lo positivo de lo malo, y le lanzó al final el piropo a su anfitrión. No iba descaminado; por muy pulido que ya esté, Drexler no deja de ser un diamante, una joya en un mundo donde la profundidad (de letra y de música) de sus canciones tiene escasa repercusión social, aunque le den un Oscar por una de ellas. Un concierto suyo es un pequeño oasis dentro de una ciudad atormentada. Un bálsamo para el corazón, un momento para la introspección.
Y es muy carnal también. Incluso bailable. Explícito o sutil, en todas las letras de amor de Drexler hay mucho sexo. Y siempre tienen ese punto autobiográfico que remite a sus abuelos, su cultura, su origen y los movimientos demográficos del mundo: de la diversidad venimos, y a ella nos debíamos consagrar, viene a decir.
Jorge Drexler
Jorge Drexler (voz y guitarras), Huma (guitarra eléctrica y samplers), Borja Barrueta (batería y percusiones), Gonzalo Gutiérrez (bajo), Diego Galaz (violín). Artistas invitados: Paulino Moska, Martín Buscaglia y Kevin Johansen. Patio Central del Cuartel del Conde Duque (Madrid), 7 de julio de 2005.
Empezó el uruguayo Drexler alterando el programa ensayado. Los tristes sucesos vividos la misma mañana en Londres le hicieron empezar solo con su guitarra de palo con un estremecedor Polvo de estrellas ("Toda vida es sagrada... / ... Una vida vale lo que un sol vale"), que casi al final del concierto repetiría con toda la banda, tal y como sí estaba previsto.
Aunque se incluyan en el género de canción de autor, sus canciones van mucho más allá de la mera actitud social y el compromiso. Siempre ha sido un experimentador, y en cada concierto suyo surge la emoción por ir comprobando qué nuevos tratamientos da a sus canciones conocidas, y qué capacidad de improvisación despliega.
Drexler parte del candombe tradicional uruguayo, pero le mete una suerte de efectos digitales y loops (repetición continua de un acorde o fragmento) que crean un género nuevo. Transporte, Crece o Tamborero son un ejemplo de ese tecno-candombe que ha llevado más allá de lo que se le suponía. Otro ejemplo: cantó a capella Al otro lado del río.
Especialmente vistosas quedaron también las intervenciones de los artistas a los que invitó a subir al escenario. Con Moska, que se ganó al público nada más salir, cantó, además, La edad del cielo. El también uruguayo Martín Buscaglia le acompañó en Tamborero, y el argentino Kevin Johansen cantó con él No voy a ser yo. Al final, todos juntos, Drexler, banda, invitados y público, entonaron Frontera, que tendría los visos de ser un himno generacional si no fuera porque sus canciones no son aún apreciadas por las grandes audiencias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.