El Poble Sec que nunca fue seco
Un libro de próxima aparición narra la historia del barrio barcelonés, rico en agua, desde el siglo XIX hasta la posguerra
La tierra era negra, muy fértil. El agua sobraba. Las huertas de Sant Bertran, como se llamaba a mediados del siglo XIX a un buen trozo de lo que hoy es el Poble Sec, tenían el agua que bajaba de Montjuïc para dar y usar. Por eso el Poble Sec, pese a su nombre, nunca fue un lugar seco. Lo explica el historiador Miquel Badenas, que ha vuelto a escribir sobre su barrio. Badenas ha buceado en bibliotecas y archivos, y por su edad, 79 años, ha conocido un Poble Sec donde la gente se levantaba con el quiquiriquí de los gallos, bailaba en la plaza de los Ocellets e iba a los teatros y music-halls del Paralelo.
En su próximo libro, que después del verano editará el distrito de Sants, explica cómo tomó el barrio el nombre de Poble Sec, cuando nunca fue un lugar seco, sino todo lo contrario. Fue así: las fábricas de tejidos que a mediados del siglo XIX se instalaron alrededor de las atarazanas empezaron a absorber ingentes cantidades de agua. Los pozos empezaron a quedarse secos porque el agua se iba a las fábricas, que funcionaban con la entonces moderna energía del vapor, y las huertas de Sant Bertran -aún hay una pequeña calle entre la avenida del Paral.lel y la calle del Om que lleva este nombre- acabaron por quedar secas. La gente empezó a hablar de un lugar seco refiriéndose a la zona. Badenas da fe de que el Diari de Barcelona lo explicaba en mayo de 1849 y en octubre de 1852. Y así fue como las ricas huertas se convirtieron en el Poble Sec.
Las primeras calles en trazarse fueron las de Salvà y Poeta Cabanyes, con la transversal de Blai
Este hombre tiene ya tres libros sobre el Poble Sec y el Paralelo. El próximo se llamará Fets i gent del Poble Sec i el Paral.lel d'abans. En sus páginas están la historia de la plaza del Sortidor -quiza la más bonita del barrio-, las tabernas de la zona y el merendero de la Fontrobada, junto al meublé que aún existe del final de la calle Nou de la Rambla, pegado a la línea del funicular. También aparecen en él los bailes de los domingos por la tarde en la plaza de los Ocellets al son de una simple gramola y la pequeña historia del barrio, dividido en tres zonas: Sant Bertran, desde el puerto hasta los aledaños de la actual calle de Salvà; el Eixample de Santa Madrona, desde Salvà hasta los alrededores de la calle de Radas, y el territorio llamado de la Francia Chica, de Radas a Hostafrancs.
Explica Badenas que las primeras calles del barrio que se proyectaron fueron las de Salvà y Poeta Cabanyes, con una transversal, la de Blai. Fueron las primeras en trazarse legalmente. "Y digo legalmente, con todo el sentido de la palabra", explica, "porque ilegalidades urbanísticas en aquel tiempo, al igual que ahora, se hicieron a mansalva".
La primera casa del barrio en edificarse legalmente fue la del número 58 de la calle de Salvà, justo donde nació el propio Badenas. Y más curiosidades: ¿por qué las calles de Tapioles, Poeta Cabanyes y Salvà no son rectas y tuercen hacia la mitad a la izquierda? Por "los intereses de los propietarios, que no se ponían de acuerdo para ceder, comprar o vender el terreno necesario para que tuviesen idéntica alineación que el resto de las calles del Poble Sec".
El libro recorre la preguerra, la Guerra Civil ("incivil", la llama él), los teatros de aquel Paralelo de la zarzuela y de la revista: el Cómico, el Victoria el Nou y el Apolo -llegó a haber 11 teatros en el Paralelo-, la censura y claca, curiosa forma de nombrar la manera de entrar gratis a los teatros con la condición de aplaudir a los artistas para contagiar al público que sí pagaba. Unos "aplausos que en muchas ocasiones estaban fuera de lugar y nada tenían que ver con la calidad de lo que había sucedido en el escenario", narra Badenas, que fue un pertinaz claquero.
Ya en plena guerra, llegaron los bombardeos aéreos. El autor recuerda que veía las trincheras desde la ventana de su casa, y los bombardeos que dieron de pleno en las casas de los números 68, 70 y 72 de la calle de la Creu dels Molers, y el 17 de la calle de Aníbal. Los primeros meses de 1939, tras la entrada de las tropas franquistas en Barcelona, dieron mucho de sí para el régimen: el falangista Miquel Mateu fue nombrado alcalde de Barcelona, se prohibió el catalán, el sindicato vertical se instaló en la Via Laietana, se introdujo la censura en el teatro y, para la pequeña historia del barrio, se prohibió la revista del teatro Cómico titulada Que me la Traigan por considerarse inmoral su nombre.
Eran tiempos de ingenio, de privaciones y de estraperlo, y Badenas cuenta una anécdota que lo dice todo sobre algunos señoritos que pululaban por Barcelona tras la guerra. "En aquellos años de la posguerra no había huevos y los que podían comprarlos de estraperlo los pagaban a precios abusivos. Tanto era así que recuerdo que en un chiste de Del Arco publicado en La Vanguardia a un señorito que estaba comiendo en un restaurante el camarero, muy discretamente, le advirtió de que se había manchado la corbata y se brindó a limpiarle la mancha. Pero el señorito, medio ofendido, le respondió: "Ya me va bien como está. ¿No ve que esta mancha de huevo me da cierto prestigio?".
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