Insaciables
Vuelve la política de la insaciabilidad. Cunde la idea de la legítima defensa promotora del vale todo. El ex ministro de Defensa Federico Trillo se enroca sin aceptar sus responsabilidades en caso del Yak-42, que costó la vida de 62 militares españoles. Para desalojarle de sus maximalismos se llega a su reprobación en la Comisión de Defensa, cuando las reprobaciones deberían reservarse para los titulares del Gobierno. Los jefes de Estado Mayor producen una nota de queja al ver a sus gentes injustamente acusadas de asuntos en los que para nada intervinieron. La dirigen al ministro José Bono pero trasciende a la prensa porque todo sirve de munición en caso de emergencia. El Grupo Parlamentario Popular anuncia la convocatoria de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados para insistir en la cuestión. Es como si se hubiera instalado el ¡sálvese quien pueda!, preparatorio de la desintegración salvaje dictada por el instinto de conservación.
El saber perder brilla por su ausencia. Por eso se impone la lectura del libro Cómo perder una guerra (y por qué), de Shimon Tzabar, que acaba de presentar en castellano la editorial Siglo XXI. La tesis de nuestro autor respecto de la guerra es aplicable a las contiendas políticas y se basa en la idea de los méritos de la derrota, que en ocasiones pudiera ser más positiva que la victoria, sobre todo cuando es innecesaria para alcanzar los propios objetivos. Porque como sostiene Liddell Hart, "el objetivo de la guerra es una paz mejor, aunque sólo sea desde el propio punto de vista, y de ahí que sea esencial dirigir la guerra con la mirada puesta constantemente en la paz que uno desea". La situación presente en nuestro país pareciera responder a la observación de Tucídides, quien apuntaba cómo muchas empresas mal planteadas han tenido la suerte de conseguir el éxito sólo porque el adversario ha mostrado un grado de inteligencia todavía inferior. Es como si un partido de fútbol se dirimiera a favor del que menor número de goles marcara en propia meta.
Los estrategas de café -en Moncloa, en Ferraz, en Génova, en Ajuria Enea, en Sabin Etxea, en el Palau de la Generalitat o donde sea- planean la manera de utilizar en su favor los medios de comunicación social, sin considerar que ese recurso es de disposición universal y todos pueden utilizarlo. Los líderes así asesorados dejan de hablarse y prefieren mandarse los mensajes a través de la prensa, pero entonces se producen efectos colaterales que bloquean la posibilidad de acuerdos. Porque sabemos que los medios sirven de catalizador para determinados procesos al tiempo que imposibilitan otros.
El lehendakari comparece en las páginas del diario Deia para preguntarse si alguien puede creer que vamos a llegar a la normalización política si no hablamos y negociamos con Batasuna. O sea, para confirmar las sospechas del líder del PP y provocar el desmentido del PSOE. Los del BNG de Quintana, antes de sentarse en el Gobierno de Galicia, abandonan la moderación de la campaña electoral y se lanzan con exigencias que obligan al socialista Touriño a desmarcarse declarando que el Estatuto no es una prioridad. Los del PP gallego andan mientras tanto buscando a su Tamayo y Baus para frustrar la investidura de los rivales. En el Mediterráneo, Duran y Lleida, vicepresidente de CiU, se ofrece al PSC de Maragall para que cambie de socios y releve a ERC y a ICV por inmaduros mientras al mismo tiempo afirma en La Razón que es difícil un nuevo Estatut con un PSC cada día más cerca de las posiciones del PP.
Suma y sigue porque en el diario Avui participado por la Generalitat aparece Oriol Mallo con amenazas de muerte sin que se conozca reacción alguna de los propietarios del rotativo. Y el semanario católico Alba titula en primera que la práctica homosexual perjudica gravemente la salud y que los gays con vida sexual activa viven hasta 20 años menos, según Phsycological Reports, mientras el doctor Polaino declara en plena incoherencia con lo anterior no tener nada contra los homosexuales. Días antes, el presidente Zapatero sube a la tribuna del Congreso para ocupar en su favor la posición moral de la decencia cuando su adversario carece de derecho de réplica, con lo instructivo que hubiera sido escuchar a Rajoy. Menos mal que la distancia que han tomado yéndose todos a Singapur presagia diálogos esclarecedores. Atentos.
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