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Entrevista:JAVIER DE LUCAS | Próximo director del Colegio de España en París | APUNTES

"La UE no tiene política de inmigración sino de gestión del mercado de trabajo extranjero"

Ignacio Zafra

Javier de Lucas (Murcia, 1952), catedrático de Filosofía del Derecho, próximo director del Colegio de España en París, suele recordar en clase una escena de la tercera parte de El Padrino: Un envejecido Al Pacino (Michael Corleone) reconviene a su sobrino (Andy García) por su entusiasmo hacia los modos tradicionales de la mafia; "Yo no necesito matones", dice Corleone, "lo que me hace falta son abogados".

De Lucas, director también del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València; experto en Extranjería; autor de varios libros, y colaborador de la edición española de Le Monde Diplomatique, asegura que el cine es lo que más le interesa en la vida. Y que es la única línea que tiene decidido introducir como director del Colegio de España, cargo que ocupará desde octubre.

"El tratado europeo no era un paso atrás liberal porque el marco de la UE siempre lo ha sido"
"El reciente proceso de regularización tiene una virtud fundamental: que se les reconoce"

La institución fue inaugurada en 1934, con un discurso de Miguel de Unamuno; clausurada en 1968 por el régimen del general Franco en el marco de las protestas estudiantiles del mayo francés, y reabierta en 1987, durante la segunda legislatura del socialista Felipe González.

El colegio forma parte de una estructura más amplia: La Ciudad Internacional Universitaria de París. Impulsada desde el optimismo del periodo de entreguerras, la Ciudad mantiene un espíritu europeísta, aunque entre sus delegaciones estén representados más de 20 estados, y entre sus 5.500 residentes los haya de medio mundo.

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De Lucas destaca como referentes a sus predecesores Carmina Virgili y José Antonio Maravall. Supone que la elección, que depende de los ministerios de Educación y de Asuntos Exteriores, se debe a su trayectoria de colaboración con grupos de investigación extrajeros, especialmente franceses.

El profesor, que en alguna ocasión ha reconocido su "incapacidad para la síntesis", responde a las preguntas en su despacho, repleto de libros, papeles y cajas para el traslado.

Pregunta. Ha sido nombrado director en París poco después del no francés al Tratado Constitucional Europeo. ¿Cómo interpreta el rechazo?

Respuesta. Creo que hay un abanico de razones en el no de Francia. Y que quienes nieguen que nos encontramos ante una profundísima crisis es que no se han enterado de nada. Los motivos no sólo son distintos, sino contradictorios. Algunos son razonables, otros corresponden a temores infundados que convencen demagógicamente a la población. Como la anécdota, que es mucho más que eso, del fontanero polaco.

P. Se habló de un riesgo para el modelo social europeo.

R. El tratado constitucional no era una gran innovación, sino una puesta al día del marco jurídico anterior. En el campo del modelo social europeo, eje de batalla de la discusión francesa, no creo que suponga un paso atrás de carácter liberal, porque el marco europeo ha sido desde siempre un marco liberal. Otra cosa es que al aparecer como un marco constitucional, el modelo social francés, que está mucho más a la izquierda que el perfil comunitario, se viera perjudicado. Y ahí sí hay razón.

P. Se ha hablado también de desencanto con la idea de Europa.

R. Una de las razones de la crisis es la distancia entre el modelo de gestión política de los gobernantes y las necesidades de los ciudadanos. Los políticos hacen oídos sordos; la ciudadanía les está diciendo que el modus operandi de la política europea les es ajeno, y que eso en democracia no es admisible. Hay que buscar cauces que permitan que los ciudadanos conduzcan o al menos controlen ese proceso. Por la vía de la democracia representativa, en la opción peor, para no hablar de la democracia participativa. Hoy, salvo el Parlamento, las instituciones no funcionan según los mecanismos más tradicionales de la democracia representativa. Y hay razones en las que nos hemos detenido poco en España, como el impacto de la ampliación.

P. Reapareció el debate de la identidad nacional.

R. La identidad nacional se quería superar por medio de la identidad europea. Una vez que ésta se presenta como un vacío, el único colchón de seguridad vuelve a ser la identidad nacional. Vuelven las lógicas nacionales, incluida la del sálvese quien pueda. Esa sería la peor noticia para Europa.

P. ¿Qué opina de la política de inmigración de la UE?

R. La UE no tiene una política de inmigración. Tiene una política de gestión del mercado de trabajo interno en relación con la utilización de trabajadores extranjeros. Una política de inmigración tiene elementos que ni siquiera entran en la lógica europea.

P. ¿Cuáles?

R. Primero una dimensión internacional. Y luego una coordinación de quienes gestionan de verdad, en primer término, el día a día de la inmigración, que son el ámbito municipal y regional. Los flujos migratorios son un fenómeno complejísimo. Se refieren a la movilidad global de centenares de millones de seres humanos. Lo que a Sami Naïr y a mí nos dio para hablar, en un libro, del desplazamiento del mundo. Nosotros reducimos esa complejidad para poder manejarnos. La encerramos en categorías: refugiados; asilados; desplazados y trabajadores extranjeros, que es a quienes reservamos la noción de inmigrantes. Luego gestionamos esto con la lógica de la adecuación de las necesidades del mercado de trabajo, en términos, a su vez, de la lógica del beneficio.

P. Y las alternativas...

P. Yo no digo que los movimientos globales sean anárquicos. Una política de inmigración debe ordenarlos. Pero ordenarlos en el primer sentido necesario: Que sean libres. Y para eso es necesario que nadie se vea obligado a moverse contra su voluntad, al contrario de lo que ocurre hoy.

R. ¿Huyen de la miseria?

R. Se mueven porque no pueden hacer otra cosa. O bien porque las condiciones en su país son enormemente lesivas o bien porque no son suficientemente satisfactorias, porque habiendo adquirido capacidades no las pueden desarrollar. Los pilares de una política de inmigración pasaría por una política internacional que intervenga en las causas que obligan a los desplazamientos: Que invierta en democracia, en desarrollo, en derechos humanos en todo el mundo. Mientras no se actúe sobre las causas seguirá habiendo problemas. Máxime en un mundo globalizado que tiene como lema la movilidad. Pensar que España puede reaccionar en términos de dominar una política inmigratoria es completamente absurdo, porque este primer pilar no le es asequible, ni siquiera, en el ámbito europeo.

P. ¿Qué opina del reciente proceso de regularización en España?

R. Las políticas se limitan al control de fronteras y a la ordenación temporal y el control de la gente que llega. No queremos admitir que muchos proyectos consisten en establecerse. Hasta que no lo entendamos seguiremos gestionando mal la inmigración y poniendo parches. Algunos no son malos. Yo no creo en los procesos de regularización, pero éste tiene una virtud primera y fundamental, que es la de que hay que reconocerles. Por encima de cualquier otra cosa.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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