Federer encara su tercera final
Hewitt, el campeón de 2002, incapaz de oponer resistencia al implacable suizo
Transcurría la primera manga con un dominio avasallador del suizo Roger Federer sobre el australiano Lleyton Hewitt cuando una voz surgió entre la multitud que abarrotaba la pista central de Wimbledon: "Demasiado bueno, amigo". Era verdad. Es la sensación que siempre queda ante el número uno. "Aunque fuera sólo por un día", asegura el ex tenista sueco Mats Wilander, "me gustaría ponerme en sus zapatos para saber qué siente cuando juega a este nivel".
No hay ninguna leyenda, ningún jugador en activo, ningún aficionado que se quede impasible viendo a Federer. Todos se plantean ya si es el mejor de la historia olvidando que su palmarés es mucho más corto todavía que el del norteamericano Pete Sampras, con 14 títulos grandes, y que no ha conseguido aún igualar la hazaña del australiano Rod Laver, que redondeó dos Grand Slams -ganó en el mismo año los cuatro torneos- en 1962 y 1969. Federer lleva sólo cuatro coronas: dos consecutivas en Wimbledon (2003 y 2004), un Open de Australia (2004) y un Open de Estados Unidos (2004). No está nada mal, por supuesto, a sus sólo 23 años.
Resulta difícil imaginar que alguien pueda derrotarle sobre la hierba. A lo largo del año ha perdido sólo tres partidos de los 60 disputados. Cayó en las semifinales del Open de Australia frente al ruso Marat Safin, inspiradísimo. Fue derrotado de forma sorprendente en la tierra batida de Montecarlo por el joven francés Richard Gasquet. Y en Roland Garros se topó contra un Rafael Nadal intratable en las semifinales. Pero sobre el césped nadie puede con él. Desde que perdió contra el croata Mario Ancic en la primera ronda de Wimbledon en 2002 no conoce la derrota en esta superficie. Ha encadenado 35 victorias y mañana podría alcanzar la 36 en la final, que disputará contra el estadounidense Andy Roddick o el sueco Thomas Johansson.
Hewitt, campeón en 2002, no encontró ayer la forma de presionar a Federer. "No hay duda de que fue mejor que yo", reconoció con una humildad desconocida a sus 24 años; "sacó mejor y leyó cada jugada mucho mejor. Eso fue lo que ocurrió". La superioridad de Federer fue brutal en los dos primeros sets. Todos sus golpes decisivos surgían de su raqueta con una naturalidad y una precisión que daba la sensación de que el tenis es un deporte facilísimo.
Gana sin dar posibilidades a sus rivales ni sufrir. Así que de alguna manera quita a sus victorias contenido épico. En sus partidos desaparece la incertidumbre. Gana y basta. O pierde y basta. Pero eso hace tres años que no ocurre. Incluso los come on! ("¡vamos!") tan habituales en Hewitt resultaban ridículos ayer. El australiano tuvo que jugar más allá de sus límites, buscando en la red soluciones desesperadas, para forzar un desempate inútil en la tercera manga.
"¿Qué cree que ocurrirá el domingo?", le preguntaron a Hewitt. "Obviamente, Roger es el mejor", respondió con desesperanza; "para el otro finalista será muy duro ir hacia la pista a enfrentarse con él". No está claro aún quien tendrá ese honor: Roddick o Johansson. Su partido se aplazó ayer con 6-5 para el primero y el saque para el segundo.
Hoy se disputará la final femenina entre las estadounidenses Venus Williams y Lindsay Davenport, que ayer precisó tres minutos para rematar su victoria sobre la francesa Amelie Mauresmo: 6-7 (5-7), 7-6 (7-4) y 6-4.
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