Fresco pero no frío
Hacía tiempo que no se escuchaba a Gary Burton en Madrid, lo que llevó a un público numeroso a compartir la cálida noche madrileña con este coloso del vibráfono y profesor emérito de la Berklee School of Music. La novedad venía por el lado del acompañamiento, integrado para la ocasión por cuatro de los discípulos más aplicados del músico a los que ha querido premiar sacándolos de paseo por Europa y grabando con ellos un disco. Y no sólo eso, sino que el viejo profesor se avino a tocar varias de sus composiciones, combinándolas con los estándares de rigor -My romance, My funny Valentine- y el blues, que es el mayor de todos los estándares del jazz.
De los cuatro imberbes, tan tiernos en sus carnes como cuajados en lo musical, los cuatro, sobresalieron Julian Lage, joven guitarrista de mucho lustre, y el ucranio Vadim Neselovskyi, raro espécimen de pianista de jazz sentado frente a su instrumento como se supone que deben hacerlo los pianistas, la espalda recta y los brazos en paralelo al teclado, lo cual es una anormalidad en el jazz.
Gary Burton's Generations
Gary Burton, vibráfono; Julian Lage, guitarra; Vadim Neselovskyi, piano; Luques Curtis, contrabajo; James Williams, batería. II Festival Complutense de Jazz. Real Jardín Botánico Alfonso XIII. Madrid, 24 de junio.
En realidad, Neselovskyi llama la atención por cómo se sienta y por su forma de articular las frases "a la Mozart"; por la soltura impropia de sus pocos años y porque, no pareciéndose en nada a la mayoría de los músicos de jazz, no pierde en ningún momento la compostura jazzística. Cierto es que ni él ni ninguno de sus compañeros de viaje estuvieron dispuestos a otra cosa que no fuera reproducir lo ya interpretado por generaciones de jazzmen.
Nada fuera de lugar
Como que tampoco Burton hizo nada que pudiera calificarse de medianamente novedoso, y esto ya es novedad en un músico que gusta de renovar su vestuario musical periódicamente. Con lo que la música que se escuchó el viernes resultó tan atildada y pudorosa como falta de originalidad, como si nada le hubiera ocurrido al jazz desde los tiempos del llamado jazz cool; el tipo de jazz del que, se decía, resultaba "fresco pero no frío".
Los mismos arreglos impolutos y con swing, el justo; nada fuera de lugar y todo sonando sospechosamente parecido, ya fuera un tango como una balada, una bossa nova como un ritmo latino; la música anémica y sin relieve que se tocaba en la Costa Oeste de Estados Unidos hace medio siglo. Jazz para gentes de orden. Sin llegar a estos extremos, lo cierto es que la lección madrileña del profesor Burton, tan amena al principio, terminó cansando en su conclusión, a falta de algún alumno revoltoso que hubiera alzado su voz displicente. Será porque uno no fue lo que se dice un alumno ejemplar o porque el jazz, en verano, mejor consumirlo a temperatura ambiente: muy caliente.
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