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Combatir y terminar

Combatir el terrorismo puede no ser sinónimo de terminar con el mismo. Se puede luchar denodadamente contra esta aberración y no terminar con ella. Es lo que ha ocurrido en nuestro país durante 45 años. ETA nació en los años 60 del siglo pasado. Desde entonces todos los gobiernos que ha tenido España, democráticos o no, han situado como prioridad de su acción terminar con la violencia de la organización terrorista vasca. Hasta el momento presente ninguno lo ha conseguido.

¿Cómo evaluar si una organización terrorista está derrotada? En estas cuestiones, ¿cómo se mide la derrota si la capacidad de hacer mucho daño o no depende de un aviso telefónico? Cuál es la aseveración correcta: ¿no matan más porque no pueden, o porque no quieren? No matar puede no ser sinónimo de organización derrotada. No matar no es lo mismo que dejar de matar aunque hayan transcurrido dos años desde las últimas víctimas mortales. ETA sabe que no puede ganar y el Estado es consciente de que la "débil" ETA puede golpear. Alguien ha calificado la situación muy acertadamente de "derrota cívica" de la organización terrorista, a lo que añadiría pero "sin desaparición del aparato de matar". Se trata ahora de valorar si es posible alcanzar un final definitivo de la violencia.

Soy muy sensible hacia quienes piensan y mantienen de buena fe (es decir, sin intereses partidistas) que si es verdad que estamos ganando y ETA está derrotada, lo correcto es ganar definitivamente, no anunciar que seremos generosos e intentar que conozcan el polvo de la derrota y la cárcel larga, porque la crueldad padecida y la memoria de nuestros muertos así lo exigen. Respeto profundamente esta posición, máxime si proviene de las víctimas del terrorismo y obedece a convicciones ajenas al deseo de dañar al adversario político. Añado que deberíamos ser conscientes de que, a fin de cuentas y sin restarle importancia a la cuestión, de lo que estamos discutiendo entre nosotros es sobre las modalidades de la victoria, que en todo caso siempre será una conquista de los demócratas.

Como político y también como víctima del terrorismo (he perdido por su acción a algunos de mis mejores amigos), pienso que la ética de la responsabilidad puede conducir a indagar si por la vía del diálogo se puede conseguir que no haya más víctimas del terrorismo. Desde el afecto, nunca acrítico, a la tierra vasca en la que he vivido la mayor parte de mi vida, entiendo que perteneciendo a la generación que luchó y consiguió las libertades democráticas, el Estatuto de Gernika e imaginó y acordó el Pacto de Ajuria- Enea, nuestra asignatura pendiente reside en que nuestros hijos puedan disfrutar de un País Vasco democrático, tolerante y sin violencia, y que volvamos a ser un pueblo querido en toda España por nuestras virtudes y nuestra forma de ser franca y abierta.

Siguiendo el argumento señalaré que si lo consiguiéramos el balance de lo que hemos hecho, con muchas dificultades y pérdidas irreparables, sería al menos satisfactorio. Pero si no lo logramos y la violencia terrorista persiste y marca a las futuras generaciones de vascos como ha estigmatizado a la nuestra estaríamos ante un fracaso colectivo, aunque las responsabilidades de unos y otros no fueran equiparables.

No debemos cometer los errores del pasado. Lo principal es que todos sepamos de qué estamos hablando. Todas las negociaciones anteriores han fracasado entre otras cosas porque han adolecido de un método. Otros señalan que no han avanzado porque ETA no ha querido, lo cual puede ser cierto, pero no es contradictorio con la constatación de la inexistencia de un método. Argel o Suiza constituyen encuentros directos entre el Gobierno de España y ETA, precedidos en ambos casos de una tregua. La prospección necesaria abocó en las dos circunstancias en una mesa en la que se podía hablar de todo sabiendo que nada era posible porque nada estaba preparado, diseccionado, discutido y desbrozado para ser, a falta de los últimos detalles, aprobado. Aquí, ETA. Aquí, el Gobierno; podemos discutir de todo es un método destinado al fracaso y tiene consecuencias legitimadoras peligrosas. Espero que después de 25 años de utilizarlo, salvo en el periodo 91-93, que se hizo más seriamente, lo abandonemos definitivamente.

Ardanza, en su tan invocado documento sobre la pacificación del País Vasco, que es en definitiva una propuesta de método, inició una incompleta distinción entre los posibles diálogos y estableció con categoría propia lo que denomina "el diálogo resolutivo", entendiendo por tal el que se produce tras el cese de la violencia entre los poderes del Estado y la organización terrorista que viene de deponer las armas y sus entornos políticos. Es decir, el contemplado en el apartado 10 de Ajuria- Enea y replanteado en términos similares por el presidente Rodríguez Zapatero. Desde que Ardanza hizo público su documento en marzo de 1998 han pasado siete años y ese escenario en el que se produce una declaración de abandono de las armas no ha llegado. ¿Cuántos años más hay que esperar? ¿Es posible que pueda llegar sin más, simplemente porque alguien dice: "Ahora toca dejar las armas"?. ¿Nos queremos hacer trampas en el solitario? ¿Somos conscientes de que la otra parte no es unívoca, sino todo lo contrario, y que existen muchos partidarios de convertir a ETA en un fin en sí mismo, teniendo por objetivo su mera perpetuación por encima de cualquier circunstancia, sobre todo si existe gente dispuesta a asumir el relevo? ¿Cómo se recorre el camino hasta que se produzca el cese definitivo de la violencia o, por ejemplo, una "tregua permanente" por utilizar la terminología que inicialmente se aceptó en Irlanda? ¿Por qué hablar para que dejen de matar es malo y negativo si se respetan los compromisos de lealtad entre los partidos democráticos?

Me atrevo a complementar la distinción iniciada por Ardanza señalando que al "diálogo resolutivo", tal como él lo entiende, le puede preceder el "diálogo para el desistimiento", es decir, simple y llanamente, aquel que pretende que dejen de matar, porque el terrorismo, además de ser una aberración ética, es un instrumento inútil para conseguir cualquier reivindicación política. El único inconveniente de este tipo de diálogo es que puede servir de legitimación a la organización terrorista, por eso debe desarrollarse con total discreción y, a poder ser, no de manera directa para no involucrar al Gobierno si todo se tuerce. John Hume utilizó muchas horas de conversaciones secretas (diálogos para el desistimiento) con Gerry Adams hasta convencerle de que tenía que conseguir que el IRA abandonara la violencia, como así sucedió. La diferencia con lo que sucede en España es que allí todo empezó porque John Major y Tony Blair también hablaron mucho de Irlanda del Norte y jamás utilizaron este problema de modo partidista o electoral conduciendo todo el proceso de mutuo acuerdo hasta llegar a los acuerdos de Stormont, firmados el 10 de abril de 1998. De otro modo no hubiera sido posible conseguir la paz, inestable, pero en definitiva, la paz en Irlanda del Norte, un conflicto que desde mi punto de vista estaba más enconado, por el odio entre las diferentes comunidades, que el llamado problema vasco, aunque es cierto que existía terrorismo de diferente signo.

Resumiendo. Ningún Gobierno ha terminado con ETA desde que ésta nació en 1960, aunque todos han tenido una clara voluntad para terminar con el terrorismo y es por ello que la idea de la utilización de la violencia con fines políticos está derrotada cívicamente por la democracia. El planteamiento en la lucha contra el terrorismo como un combate hasta la victoria final tiene muchos fundamentos que le asisten, pero no sabemos de cuánto tiempo más estamos hablando por las propias características de la organización terrorista que tenemos enfrente. Los que plantean un cese de la violencia y un diálogo posterior para un final definitivo están haciendo una oferta en el corto plazo buscando una salida, cuando se piensa que el enemigo está débil, que suponga el final de ETA. Una opción de esta naturaleza sólo triunfa si tiene éxito. La oferta del Gobierno socialista es esperanzadora, pero tiene riesgos. Si fracasa nos dirán no sé cuantas cosas y algunos harán todo lo posible para que así suceda. El terrorismo tiene un componente de lucha de voluntades y legitimaciones. Deberíamos ser lo suficientemente inteligentes para convertir un éxito del planteamiento del Gobierno en una victoria de todos los demócratas y un posible fracaso de esta vía en una mayor deslegitimación de ETA ante la sociedad vasca porque nuevamente un Gobierno democrático español ha demostrado voluntad y generosidad para buscar un final que no ha sido atendido ni querido por parte del nacionalismo radical y violento. Hace falta altura de miras. El ruido y las malas artes pueden dar al traste con un empeño noble en su intencionalidad porque tiene por finalidad terminar con la violencia y al igual que hicieron otros creo que es de justicia reconocer que el presidente Rodríguez Zapatero debe tener su oportunidad. Para todos sería mejor que tuviera éxito.

José María Benegas H. es diputado por Vizcaya y vicepresidente primero de la Comisión de Exteriores en el Congreso de los Diputados.

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