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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Madagascar?

Con los títulos de película se busca siempre que resulten pegadizos y machacones; no importa que no tengan nada que ver con la realidad. El ejemplo más reciente lo tenemos en la nueva película de dibujos animados de la factoría Dreamworks: Madagascar. Estamos ante un buen título -corto, sonoro y evocativo-, pero lo cierto es que apenas tiene nada que ver con el país conocido por este nombre. Éste, sin embargo, es un detalle completamente secundario para los productores de Hollywood, que en un principio tenían pensado titular la película Wild life (Vida salvaje): demasiado vago, demasiado soso. Recordemos el argumento: un león, una cebra, un hipopótamo y una jirafa se escapan del zoo de Nueva York para gozar de la libertad en la lejana África. Un barco les deja en una bella playa de la isla de Madagascar, donde conocerán al Rey Lémur y, tras vivir una serie de experiencias en la jungla, suspirarán por volver a su querido zoo de Nueva York.

Madagascar se merece alguna película que le haga justicia, ya que la de la factoría Dreamworks no se la hecho en absoluto

Dejando de lado lo retrógrado del argumento, hay que señalar que el Madagascar de la película tiene muy poco que ver con el real. De acuerdo: hay unos cuantos lémures que bailan como locos y abren unos ojos como platos, y un par de enormes baobabs como decorado, pero poco más. Los baobabs de la película, por cierto, crecen en medio de la selva, rodeados de una gran frondosidad, cuando en realidad suelen crecer aislados en el desierto espinoso del sur o entre los campos de arroz de Morondava, en el oeste. En cuanto a la jungla de la isla, la triste verdad es que uno de los grandes problemas de Madagascar es desde hace años la deforestación, ya que el país se está desertizando a marchas forzadas. En lo que respecta a los reyes, es cierto que hubo en el pasado una monarquía en Madagascar -humana, por supuesto, la de los Imerina-, cuyo más destacado representante fue, en el siglo XIX, la reina Ranavalona I, conocida como la sanguinaria por su afición a cortar la cabeza de los extranjeros que aparecían por la isla. De la monarquía malgache, sin embargo, no queda mucho en la actualidad: tan sólo unos pocos palacios situados en lo alto de colinas que los escasos turistas de la isla admiran en silencio.

Cuando estuve en Madagascar, hace tan sólo unas semanas, muchos de sus habitantes me hablaban de esta película como de "la gran esperanza" para atraer a los turistas hacia el país. No sabían nada de ella, ni tan sólo que era de dibujos animados, pero les había llegado que venía de los grandes estudios de Los Ángeles y que se titulaba Madagascar. Para ellos era más que suficiente: los dioses de Hollywood les protegían. No sé qué pensaran cuando vean el resultado, si es que alguna vez llegan a verlo, ya que las películas extranjeras tardan décadas en llegar a las más que discretas pantallas malgaches. Sea como sea, lo cierto es que el asunto se consideraba tan trascendental que incluso el presidente del país, Marc Ravalomanana, se desplazó a Hollywood para comprobar que la película hacía justicia a su país. ¡Y lo más sorprendente es que dio su visto bueno!

El presidente Ravalomanana, por cierto, tiene una vida digna de un guión de Hollywood. De niño, empezó vendiendo yogures hechos en casa de puerta en puerta por las montañas del centro del país y, gracias a su espíritu de superación, acabó fundando la mayor fábrica de yogur del país, a la que puso el nombre de Tiko (te quiero en malgache). Más adelante, ya convertido en millonario y en dirigente de la Iglesia Reformista, le entró la tentación de la política y creó un partido llamado Tiako i Madagasikara (te quiero, Madagascar"), con lo que de paso hacía propaganda de sus productos. En 2002 ganó las elecciones, pero el anterior presidente, Didier Ratsikara, tuvo un mal perder y, antes de marcharse al exilio de Francia denostado por sus conciudadanos, destruyó la central eléctrica de Tananarive y voló todos los puentes que llevaban hacia el sur, con lo que dejó el país peor de lo que estaba.

Ahora, tras unos años inciertos e inseguros, parece que Madagascar afronta su gran momento para tener un turismo abundante que ayudaría a aliviar su crónica miseria. El actual presidente es partidario de modernizar el país, de abandonar la tutela francesa y de volver sus ojos hacia los países anglosajones; quizá de ahí ha salido la película Madagascar. Si sirve o no para atraer al turismo, ya se verá; pero, en cualquier caso, está claro que la isla -una mezcla fascinante de Asia y de África, con gente encantadora, magníficos ejemplares de baobabs y abundantes colonias de lémures y de camaleones- se merece muchos visitantes. Y puestos a predecir, también se merece alguna película que le haga justicia, ya que la de la factoría Dreamworks no se la hecho en absoluto. Recuerden si no la conclusión: es mucho mejor volver a estar entre rejas en Nueva York que quedarse gozando de la libertad en un país como Madagascar. Ni los animales se escapan de los delirios de Bush.

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