Vendo bicicleta
De vez en cuando me levanto con el día tonto y hago tonterías.
Una de ellas fue comprarme una bicicleta para desplazarme por la ciudad con la idea ingenua de contribuir algo a aliviar los atascos, la contaminación y el ruido.
Los insultos que recibí en mi primer día de ciclista darían para llenar una página de este periódico. Quien va en coche ve las bicicletas como un obstáculo a derribar.
El segundo día alterné la calzada y la acera, intentando molestar lo menos posible, y coseché improperios fervorosos tanto de conductores como de peatones, más la recriminación de un municipal que me dio una charla sobre civismo.
Al no poder circular por la calzada ni las aceras, y descartado el Ebro, he decidido vender la bicicleta.
Ahora estoy dudando si comprarme como medio de transporte una moto, de esas que petardean sin tregua en las noches de verano, o un caballo. Lo del jamelgo me seduce más, pero desconozco el ordenamiento al respecto y temo infringir alguna norma.