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Reportaje:REPORTAJE

Los indígenas quieren el poder

Fernando Gualdoni

El radicalismo aymara dará mucho que hablar. Si las formas de hacer política y el comportamiento de las élites bolivianas no cambian, el extremismo indígena se profundizará. El sentimiento de marginación y la desconfianza hacia el blanco tienen unas raíces muy profundas. El pueblo aymara ha sufrido muchos engaños, ha sido víctima del desprecio y los abusos. Los partidos tradicionales tienen que entender que si no dan un mayor espacio a los indígenas, ese radicalismo también impedirá el surgimiento de líderes aymaras moderados con los que puedan dialogar cuando quieran poner freno a los enfrentamientos violentos", explica Gonzalo Colque, un reputado aymara, estudioso de su pueblo, que trabaja en la Fundación Tierra, centro de reunión del movimiento indígena moderado.

La posición del líder del MIP es la más extrema entre todos los movimientos indigenistas americanos, incluso más que la de los quechuas ecuatorianos
"La nación aymara ha sido despojada de su territorio y de su poder, pero aún tenemos nuestra lengua, cultura, religión, leyes y costumbres", sostiene Quispe
Tras el fin de los bloqueos, Chávez prepara contrarreloj con los otros convecinos la fiesta del fin de año aymara, que coincide con el solsticio del 21 de junio
El permanente estado de división es lo que, de momento, retrasa un mayor avance del movimiento indigenista en la arena política

La preocupación de Colque está más que justificada. La protesta indígena encabezada por los aymaras, la segunda etnia de Bolivia por población detrás de la quechua y la más combativa y mejor organizada, se ha intensificado desde la revuelta de los campesinos de La Paz y el Chapare contra la erradicación de la coca de septiembre de 2000. Tres años después de ese levantamiento, la movilización radical indígena fue clave en el derrocamiento del ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada por su política de privatización del sector de hidrocarburos. En el último mes, la presión indígena campesina, unida a la de los mineros y a la de los aymaras urbanos de El Alto (la ciudad que rodea La Paz), forzó la salida del presidente Carlos Mesa y catapultó a Eduardo Rodríguez (presidente de la Corte Suprema) a la jefatura del Estado con el único objetivo de convocar elecciones para renovar todos los poderes públicos. De ese proceso electoral puede llegar a salir el primer presidente indígena en la historia de Bolivia, el aymara Evo Morales. Su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), es la segunda fuerza parlamentaria.

Morales

Morales saltó a la fama tras aquel conflicto de los cocaleros de finales de 2000 que mantuvo al país paralizado durante un mes. No obstante, no fue el único. De la misma revuelta surgió el aymara Felipe Quispe, dirigente de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y fundador en 2001 del Movimiento Indigenista Pachakuti (MIP), que hoy cuenta con seis de los 130 escaños del Congreso. Quispe representa mejor que nadie los temores de Colque y del resto de los aymaras moderados.

"La nación aymara ha sido despojada de su territorio y de su poder, pero aún tenemos nuestra lengua, cultura, religión, leyes y costumbres", sostiene Quispe. "La república de Bolivia, como la llaman nuestros opresores, es una mentira que arranca en la propia Constitución, que no reconoce más de una nación cuando sí las hay, como es la aymara", sentencia. Quispe no descarta el uso de la fuerza para lograr el reconocimiento como nación, y las armas no le son para nada desconocidas.

El dirigente del MIP saltó a la política desde la cúpula del Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK), la principal insurgencia guerrillera conocida en Bolivia desde la del Che Guevara en 1967-1968. El EGTK toma su nombre del caudillo indígena que en 1781 sitió en dos oportunidades la ciudad de La Paz. El primero de esos cercos duró 109 días y acabó en un baño de sangre. En 1992, tras un par de acciones terroristas que se saldaron con varios muertos, Quispe fue arrestado y condenado a cinco años de prisión. Cuando salió de la cárcel, en 1997, fue aupado por buena parte de la comunidad aymara y ello le ayudó a convertirse en el máximo dirigente de la CSUCTB. La entrada de Quispe supuso un giro en la estrategia de la central campesina boliviana, que hasta entonces había estado en manos de caudillos campesinos que generalmente eran proclives a acuerdos con los partidos moderados. La CSUCTB fue la piedra fundacional del MIP y más tarde se convirtió en la verdadera fuerza popular detrás del partido indigenista.

"Lo que se libra hoy en Bolivia no es una lucha de clases, es una lucha de naciones", afirma Quispe. "Estamos hablando de una nación que quiere la autodeterminación. Queremos fundar la república del Collasuyo (nombre de la región del imperio inca que hoy comprende el oeste de Bolivia y parte del sur de Perú y del norte de Argentina y Chile). Queremos tener nuestros propios gobernantes, nuestra policía y nuestra fuerza militar", añade. "En 1999 participé en un encuentro en México con los líderes indígenas de los cinco países con poblaciones nativas significativas o mayoritarias (México, Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia). Allí decidimos que nuestros pueblos debían recuperar su poder. A partir de allí se fundaron en América del Sur los movimientos Pachakuti ecuatoriano y boliviano. En Perú andan un poco divididos, pero el movimiento indígena cobra importancia día a día (...). Puede haber muchos caminos para conseguir nuestro objetivo, pero cuanto más gritas, más te oyen, nos lo ha enseñado la historia", concluye Quispe.

La posición del líder del MIP es la más extrema entre todos los movimientos indigenistas americanos, incluso más que la de los quechuas ecuatorianos y la de los miembros más duros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) mexicano. Probablemente sólo el movimiento etno-cacerista del ex militar peruano Antauro Humala (actualmente en prisión por el asalto a una comisaría en los Andes peruanos a principios de este año) comparta una visión tan radical. Para Quispe no hay otra salida para su pueblo que la sustitución del pabellón tricolor boliviano por la wiphala, la bandera indígena.

El radicalismo aymara no concibe su nación dentro de la actual República de Bolivia, y ésta es la principal diferencia entre el MIP y el MAS. El partido de Morales acepta la integración indígena en un Estado boliviano siempre que éste tenga una mayor presencia en la economía, sobre todo en el control de los recursos naturales. Pero Quispe, inspirado en los libros del teórico Fausto Reinaga, propone que los aymaras se olviden de la concepción "blanca" de Estado y que recuperen su sistema socioeconómico, basado en la autosuficiencia y el trueque.

Reinos precolombinos

El modelo por el que pugna el líder del MIP no puede estar influido por ninguno de los que se han desarrollado en Occidente, ni capitalismo ni comunismo ni cualquiera de sus variantes. Para aquellos que defienden el modelo de economía de mercado, las teorías de Reinaga que utiliza Quispe para condimentar su discurso son anacró-nicas y lo único que persiguen es la recuperación de un modelo que en vez de aliviar la pobreza, la profundiza. La izquierda boliviana, por su parte, sostiene que los reinos precolombinos que inspiran a Quispe practicaban formas de explotación de clases mucho más injustas que las que implantaron los europeos en América Latina.

A pesar de estas diferencias, Quispe destaca que el MIP y el MAS han trabajado recientemente juntos en el Parlamento para evitar que Hormando Vaca Díez (el presidente del Senado que ante la presión popular debió renunciar a la jefatura del Estado en favor del actual presidente, Eduardo Rodríguez) "se saliera con la suya". No tenemos coincidencias ideológicas, ni queremos el mismo modelo de Estado, pero si llegado el caso necesitan nuestro apoyo para llegar a la presidencia de Bolivia se lo daríamos por dos razones: porque es el partido más cercano a nosotros y para evitar la victoria de cualquier partido tradicional, de blancos", dice Quispe. Fuentes del MAS, sin embargo, no se fían demasiado de las buenas intenciones de éste, ya que reconocen que, salvo en momentos concretos, las diferencias se profundizan día a día entre los dos partidos.

"Aparte del katarismo de los ochenta", explica Colque, "el MAS y el MIP son las primeras expresiones más o menos estructuradas e institucionales de la lucha aymara. Pero creo que no son movimientos acabados, completos. Falta un segundo paso, uno del que surja un movimiento que represente también a los aymaras jóvenes, sobre todo los que pueblan El Alto, que han quedado excluidos de esos dos movimientos. Quispe tiene mucho poder en las comunidades indígenas del altiplano, pero no tanto en El Alto. El aymara Abel Mamani, el líder de los indígenas urbanos, no se identifica con la visión katarista. Él combina la izquierda tradicional con la lucha indígena, y tanto él como los jóvenes alteños todavía se debaten entre ser más marxistas o más kataristas. Estos movimientos producen en los jóvenes una atracción a primera vista, pero esa simpatía luego no se traslada a las urnas", explica.

Central sindical

"Nuestro mayor problema es que vivimos divididos", dice Gustavo Fernández Ríos, hombre orquesta del Ayuntamiento de Tiwanaku, la capital de la nación aymara. "Todo el poder de la lucha aymara proviene de la CSUCTB, todos obedecemos a la central sindical única (...). Es una estructura bien organizada, pero las divisiones internas sin duda la debilitan", explica Fernández Ríos. En Tiwanaku, a unos 70 kilómetros al oeste de La Paz, la lucha por el reconocimiento de los derechos aymaras pasa más por la integración en el sistema actual que por la reconstrucción del Collasuyo. En la sede del Ayuntamiento, junto a la whipala, hay hasta una bandera española. "Nos la trajo uno de los alcaldes canarios que nos ha visitado", explica Fernández Ríos. "Una vez escribí a muchas alcaldías españolas, y los únicos que me contestaron fueron los de la federación canaria (...). Ahora estamos en un proceso de hermanamiento, nos van a ayudar incluso con la compra de un tractor".

Cuando hablaba de división, Fernández Ríos no podía ser más claro a la hora de señalar el principal problema indígena. La central sindical campesina, la CSUCTB, es la base del poder de movilización aymara. Pero Quispe ya no la controla en solitario, tiene al menos dos rivales. El principal contrincante es Román Loayza, líder de los aymaras campesinos que durante la reciente revuelta protagonizaron las más sonadas manifestaciones en La Paz. Estas personas, entre 5.000 y 6.000, caminaron hasta 200 kilómetros siguiendo a Loayza para llegar a la sede de Gobierno. Cuando el Ejecutivo de Mesa se derrumbó y se eligió el nuevo presidente, el dirigente campesino inmediatamente le ofreció una tregua y se llevó a su gente de La Paz. Loayza es afín al MAS, y esto es lo que más irrita a Quispe. La tercera corriente dentro de la CSUCTB, menos importante, es la encabezada por Alejo Véliz, con peso en la zona de Cochabamba. Fuera de la central sindical, pero dentro de la batalla por el liderazgo aymara, destaca Abel Mamani, el dirigente de las asociaciones vecinales de El Alto.

"Aquí todos obedecemos a la CSUCTB. Lo que dice lo hacemos", dice Juan Condori, un campesino aymara de la región de Tiwanaku. Condori pertenece a una de las 23 comunidades de la zona. Todas tienen un jefe, un mallku (cóndor), que ejerce un mandato de dos años. Estos mallku locales responden a otros regionales, y éstos, a su vez, al caudillo nacional. Este mallku supremo es al mismo tiempo el máximo dirigente de la central única de los campesinos. Hoy no está muy claro para los aymaras del mundo rural quién manda en la CSUCTB: algunos creen que sigue siendo Quispe; otros, que es Loayza. Tras hablar con varios de ellos sobre el tema, uno puede quedarse con la impresión de que en el fondo les importa poco.

Condori es unos de los pocos en los que se nota que no hay medias tintas a la hora de jurar obediencia a la CSUCTB. Por contra, en la mayoría de los habitantes de Tiwanaku y las zonas aledañas, la fidelidad a la central sindical flaquea por momentos. "Nosotros queremos más igualdad, más participación. Pero esto de los bloqueos no es bueno, a nosotros nos perjudica", afirma el tiwanakota Juan Chávez junto a otros parroquianos en un bar del pueblo. Tras el fin de los bloqueos, Chávez prepara contrarreloj con los otros convecinos la fiesta del fin de año aymara, que coincide con el solsticio del 21 de junio. La celebración suele atraer a muchos turistas y supone unos buenos ingresos para la comunidad.

Tiwanaku y los pueblos aymaras sobre la carretera que une La Paz con la frontera de Perú se benefician del paso del turismo que visita el sitio arqueológico tiwanakota y el lago Titicaca. Pero las comunidades más alejados, principalmente las que están al norte de esa ruta, no tienen más ingresos que los de su cosecha anual, si es que no hay sequía, y los de la venta de leche de alguna vaca, cabra o burra que posean. Se calcula que el ingreso anual de las familias de estas comunidades está entre los 70 y 100 dólares. De uno de estos recónditos sitios del altiplano procede Quispe, ésta es su gente. Los caminos para llegar a estos poblados son prácticamente intransitables, y una vez allí, la comunicación con sus habitantes es difícil. "Esos de allí, señor, los del otro lado de aquella montaña", había dicho Juan Chávez en Tiwanaku mientras señalaba hacia el norte, "esos sí que son bravos".

División

El permanente estado de división es lo que, de momento, retrasa un mayor avance del movimiento indigenista en la arena política. En una reciente encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) boliviano entre la población mayor de 15 años, el 67% se definió como indígena. En total fueron 5,1 millones de personas de entre casi nueve millones de habitantes que tiene Bolivia. De esos indígenas, 1,5 millones se identificaron como quechuas, y 1,3 millones, como aymaras. Si todas estas personas que se autodefinen como índigenas, sean puros o mestizos, votaran a sus candidatos, sería difícil volver a ver un presidente "blanco" en Bolivia. Sin embargo, esto no ha sucedido aún y pocos confían que suceda a corto plazo. "Divide para gobernar, ésta es la política que practican los partidos tradicionales con los movimientos indígenas y nos tienen comiendo de la mano", dice Fernández Ríos. "Los blancos pueden pelearse, hasta matarse unos a otros, pero a la hora de mantenerse en el poder, a la hora de frenar el ascenso de los indígenas campesinos, hacen piña rapidito", añade.

Un informe elaborado por el Banco Mundial hace poco más de un año constató que el Parlamento boliviano ha hecho poco o nada para reforzar los derechos indígenas. En la reforma constitucional de 1994 se admite "el origen multiétnico del país" y "el carácter histórico de las comunidades indígenas a través de sus tierras comunitarias de origen". Pero al margen de estos enunciados, la Carta Magna está llena de lagunas y es ambigua en cuanto a los derechos indígenas, según el informe. El organismo señala con dureza que los avances en los derechos indígenas no se han producido por la previsión de los legisladores a la hora de reformar la Constitución, sino porque se han colado en el sistema legal a través de normas como la de participación popular, de reforma educativa o agraria.

"Igual que hay corrientes indigenistas radicales, hay políticos que se resisten a dejar atrás la dominación señorial que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo", dice Hugo San Martín, diputado del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el principal partido del Congreso boliviano. San Martín encabeza una corriente moderada dentro del MNR. "Muchos legisladores creen que el alzamiento indígena es algo coyuntural y que con algunos paliativos, o no haciendo nada, o reprimiendo si hace falta, se puede mantener el statu quo", explica.

San Martín afirma que hay muchos parlamentarios que están convencidos de que éste es un momento de inflexión, un periodo en el que hay que profundizar en las leyes de participación popular. "Hemos dejado que el conflicto se desarrolle demasiado, se ha salido de las reglas de juego democráticas y en ambos bandos se han forjado visiones extremas. Hay tantos indigenistas que desprecian todo lo blanco como blancos que no quieren saber nada con los indígenas. Hay que hacer un esfuerzo urgente para evitar que la violencia sea lo próximo que se incorpore a uno u otro bando", concluye.

Indígenas bolivianos se manifiestan en La Paz para celebrar la marcha  de la multinacional francesa Suez Lyonnaise des Eaux.
Indígenas bolivianos se manifiestan en La Paz para celebrar la marcha de la multinacional francesa Suez Lyonnaise des Eaux.EFE

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Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

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