Un misionero en Mozambique
Si ahora cierra los ojos Vicente Berenguer todavía ve a su padre dirigiendo la banda de música de Teulada, su pueblo natal en la provincia de Alicante. Aquel hombre tocaba casi todos los instrumentos. El que mejor, el órgano. Lo llamaban de las iglesias de otros pueblos de la comarca. Y muchas veces lo acompañaba Vicente. Quizá por eso, por el órgano y las iglesias, se hizo cura. Y luego misionero. En realidad se hizo cura porque en la España rural de la posguerra no eran muchas las oportunidades: podías ir al campo o al clero. Y a Vicente le tocó el clero. Su padre quiso hacer de él un músico. Le compró un saxofón y lo metió en la banda. Pero él no estaba dotado para la música. Al menos para las partituras de este mundo. Porque un buen día, tal vez por casualidad, cayó en sus manos una revista religiosa con fotos de las misiones en Mozambique. Y le gustó. Claro que, si en lugar de hojear aquella piadosa revista hubiera caído en sus manos un ejemplar de Playboy, quién sabe si Vicente Berenguer estaría ahora tocando el saxofón, y más cosas, en un club nocturno de jazz.
Mozambique tiene un millón de niños por escolarizar y harían falta 10.000 aulas
Quien se enriquece es el país donante que sigue aprovechándose, sin aparentarlo, del país africano
Sea como fuere, no se arrepiente de ser misionero. A sus 67 años, y de ellos cuarenta en Mozambique, ha vivido más que dos mozambiqueños, juntos porque la expectativa de vida en aquel país, como en otros muchos de África, no sobrepasa los 36 años. El sida, el hambre y otras enfermedades acortan aún más esta cifra.
Al padre Berenguer no le gustan las sotanas, los alzacuellos ni otros complementos barrocos de la vestimenta vaticana. Lo ves, y oyes cómo habla, y te preguntas: ¿será un misionero con esa pinta de vendedor de apartamentos en la Costa Blanca?
Luego comprendes que tiene, necesariamente, de una cosa y de la otra. Así que cuando viene a España cada tres años lo hace no sólo para visitar a la familia y a los amigos, sino también para vender sus proyectos de escuelas y hospitales en Mozambique. En otras palabras: para sacar dinero de donde puede y pagar las obras que dirige allí. El pueblo se llama Ressano Garcia y tiene 8.000 habitantes, de los que 5.000 son niños. Estos niños necesitan escolarización. Si él hace los edificios, el Gobierno de Mozambique pondrá el profesorado. Es el acuerdo. Y se cumple a rajatabla desde hace años. Ahora, por ejemplo, ha conseguido que los Ayuntamientos de Teulada y de Benissa financien con 6.000 euros cada uno parte de un tendido eléctrico de dos kilómetros. La luz es necesaria en las escuelas que tienen que trabajar día y noche.
Berenguer cree que al sida no se le contiene en África con abstinencia, tal como dice el Papa. Tampoco con preservativos únicamente, aunque un poco sí. Se contiene con educación y medicamentos. Una cosa es la teoría católica y otra la práctica. ¿O es que también hay que privarles de sexo a unos seres a los que les faltan demasiadas cosas?
Ya costó Dios y ayuda sacudirse las pulgas coloniales portuguesas. Y luego acabar una guerra de 16 años que dejó un millón de muertos. Hay que ser realistas y sinceros: "Los preservativos se reparten en los centros de salud, y en todas partes que haga falta", dice el misionero Berenguer. Faltaría más.
Mozambique tiene un millón de niños por escolarizar y harían falta 10.000 aulas, y que éstas permanecieran siempre abiertas, para paliar el problema. Sin apenas educación secundaria, los niños de doce años no encuentran trabajo ni saben qué hacer. Caen en la droga, la delincuencia y la prostitución. Muchos jóvenes huyen del pueblo y cruzan la frontera con Suráfrica jugándose la vida y los sobornos. Pero cada semana son devueltos a Ressano Garcia un promedio de 1.500 jóvenes, expulsados por las autoridades surafricanas. ¿Qué se puede hacer con ellos? El padre Berenguer denuncia esa falsa generosidad de ciertos organismos o gobiernos que en lugar de prestar ayuda para el desarrollo envían excedentes agrícolas (por ejemplo desde los EEUU) por los que al agricultor norteamericano se le dan subsidios. Quien se enriquece en estos casos es el país donante que sigue aprovechándose, sin aparentarlo, del país africano.
Vicente Berenguer regresará dentro de unas semanas a su misión. No puedo dejar de preguntarle cómo afrontará, cuando le llegue el momento, su propia muerte después de haber dedicado por entero su vida a los demás. ¿Le atemoriza el fin? "Tuve un accidente de carretera hace poco. Me dieron por muerto. Mi acompañante murió. Cuando estaba con un pie aquí y el otro allá, recuerdo que me dije: ¿esto es todo? ¡pues qué tranquilidad, Dios mío, no siento ningún miedo a morir! ¡Qué suerte!"
Para ponerse en contacto con el padre Berenguer existe esta dirección electrónica: omjm@tropical.co.mz. Unas religiosas también misioneras en el mismo poblado le entregarán el mensaje. Cualquier ayuda, dice, es más que bienvenida.
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