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La nueva vestimenta nupcial se contamina del lujo de la fiesta

El barcelonés Raimon Bundó da una lección rigurosa de buena costura

La tercera y última jornada de la Pasarela Gaudí Novias discurrió con una notoria diversidad de estilos, tendencias y valoraciones del traje nupcial, con una clara y casi masiva derivación hacia el traje de fiesta, con las excepciones de los sevillanos Victorio & Lucchino y el barcelonés Raimon Bundó, que continúan trabajando en la tradición y el sostenimiento de los valores propios que asocian el traje de la novia a la costura. Cerró la jornada el desfile colectivo de Pronovias con el debut de su nuevo fichaje, Valentino Garavani.

Victorio & Lucchino habían deslumbrado anteanoche con sus novias. El corazón manda es una colección que usa una variedad de tonos beige, blanco monje y alguna pincelada de salmón para dar vida a vestidos imperiales de gasa con bordados de nácar, hilos de plata y gasa de seda; destacaron sus chaquetas cortas y rígidas, que acompañan voluminosas faldas de tul, a las que se agregan sus complementos, muy elaborados: cinturones y mantones bordados con flores.

Antes, Hannibal Laguna había presentado una novia romántica y sensual que viste un traje muy elaborado, creando una mujer que se mueve gracias a tejidos como la garza plisada, la organza y el tafetán. Las faldas adquieren protagonismo y los cuerpos tratan de huir del escote palabra de honor mediante los tirantes. Otros diseñadores que no defraudaron con sus ideas nupciales fueron Francis Montesinos y Joaquim Verdú.

Ayer hubo dos desfiles de ropa masculina, siempre con conceptos muy teatrales. Fuentecapala y Carlo Pignatelli, que se encuentran ambos muy bien posicionados en el mercado, buscan una sensación de lujo, y en el primero se atisban algunos intentos de renovación, como el que presentó en negro y rayas, vistiendo a varios modelos con el mismo atuendo.

Raimon Bundó se atrevió acertadamente con el color y las gamas pasteles. Empezó con unos trajes neoclásicos de inspiración francesa, en plisados soleil (en el primer caso, con una articulación de fantasía que hacía pensar en la bailarina Louise Fuller: hay unos filmes mudos donde se mueve tal como lo hizo ayer con mucha gracia Laura Sánchez) y bordados chinos de mantón sobre el busto. Sobriedad y combinaciones del rosa veneciano con el marfil y el verde musgo han sido las directrices de un soberbio trabajo costurero que no elude su compromiso con los acabados.

Pronovias presentó a su escudería en más de 70 salidas hechas por 24 modelos: Valentino Garavani, Lorenzo Caprile, Emanuel Ungaro, Elie Saab, Badgley Mischka, Hannibal Laguna y Manuel Mota. En tan larga colección había para todos los gustos, con una fuerte presencia de esa contaminación latente entre el traje de fiesta y el traje nupcial. Piedras, plumas y cristales se dan cita sobre superficies recamadas en un vuelo de neobarroquismo que cada estilista lleva a su terreno: Ungaro, a lo francés; James Badgley y Mark Mischka, a la opulencia californiana; Valentino, a su eterno canon de silueta; Elie Saab, a la fantasía retro; Lorenzo Caprile, a sus inveterados corsés dieciochescos; Hannibal Laguna, a su romanticismo sin vacíos, y Manuel Mota, a la búsqueda de referencias en el art-déco o los detalles que recuerdan a Balenciaga. Especialmente llamativo y original fue su vestido de encaje de algodón tradicional que recordaba a lo ibicenco. Tampoco faltaron las prendas pensadas para el enlace civil.

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Otra vida, otra belleza

Emanuel Ungaro, de 72 años, se define a sí mismo como "el último mohicano". A finales del año 2004 este diseñador que forma parte de la historia de la alta costura acabó oficialmente su relación con el grupo italiano Salvatore Ferragamo, que adquirió su marca en 1996. Desde entonces, Ungaro se ha ido alejando poco a poco de su enseña, mientras que, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, la firma vive más allá de su creador. "La creatividad se acaba; sólo importa la mercadotecnia. Es la presión económica de los grupos importantes que no tienen en cuenta la creatividad", explicó con cierta amargura. Ungaro, que inauguró su casa de costura en París en 1965, asiste en Barcelona a la presentación de su colección de novias. "Las cosas ya no son lo que eran", dice.

Hijo de un sastre de Aix-en-Provence, Ungaro trabajó a las órdenes de Cristóbal Balenciaga antes de independizarse y trabajar por su cuenta. "Los diseñadores, en la actualidad, no saben coser ni cortar. Ahora se hace la década de los años setenta y después la de los ochenta... pero ¿por qué hacer de nuevo lo que ya se ha hecho?", se pregunta. "Hay que inventar otra vida, otra belleza".

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