Con Dios y contra la religión
En nuestro tiempo ya no se ven, más que raramente, novelas como ésta. De hecho, procede de 1962. Isaac Bashevis Singer (Radzymin, Polonia, 1904- Miami, Estados Unidos, 1991) es un gran novelista tradicional ocupado principalmente en la creación de mundos complejos y extensos, de personajes de poderosa presencia, de verdaderos conflictos dramáticos. Esta vez nos lleva hasta Polonia en el siglo XVII, pero que nadie espere una intriga seudohistórica al uso porque lo que aquí se cuece es un drama humano que, bajando hasta las raíces de la vida, trata del sentido de la vida, y de la ubicación del sentido en el espíritu de un hombre, dentro de una vigorosa historia de amor. En esa Polonia, Jacob, tras una matanza de judíos de la que escapa milagrosamente, es apresado por bandoleros polacos y vendido como esclavo. Como esclavo vive y trabaja en una aldea remota y miserable, entre campesinos bestiales apenas sin cristianizar y donde es visto poco menos que como un demonio ajeno a la tribu. Allí se enamora de la hija de su amo, Wanda, y ella de él: un amor imposible rodeado de enemigos: al principio, por el entorno de la aldea medio pagana, medio salvaje; más tarde, por el entorno religioso al que él pertenece.
EL ESCLAVO
Isaac Bashevis Singer
Traducción de Ana María de la Fuente
Ediciones B. Barcelona, 2005
272 páginas. 16,50 euros
Cuatro son los asuntos de
los que se ocupa Singer en su libro. El primero es el de la relación de Jacob -y, por extensión, de todo creyente- con su Dios. La pregunta central de esa relación es por qué permite Dios el Mal. Jacob es un hombre bueno, respetuoso con las leyes divinas, al que el sufrimiento golpea sin cesar. No le importa tanto el suyo, pues está habituado a él, como el de los demás y, en especial, el de los niños y los indefensos. Sin embargo, como hombre culto necesita entenderlo. Interroga a un Dios sordo y mudo, pero la desesperación no le apea de su fe sino que le obliga a buscar el modo de sobrevivir sin ceder a la tentación de renegar de Él. Sin embargo, no entiende, carece de respuesta, sólo la fe en Dios lo mantiene en el camino recto.
Jacob es un hombre culto y sensible y su vida de esclavo le hiere profundamente, pero es esclavo tanto de los campesinos bestiales como del aristócrata polaco (de éste, no en sentido estricto sino en su condición inferior de judío). Aún más: su amor por Wanda -un amor pagano por una gentil, lo que le atormenta- también lo ata cuando deja de resistirse. "Los judíos le habían rescatado, pero él seguía siendo esclavo. La pasión lo atenazaba como un dogal". El sufrimiento que todo ello le produce es el segundo asunto del libro; es un sufrimiento extendido, pues siente verdadera compasión por todos los que sufren y odia el mal que lo origina; un mal que está en los hombres, tanto en los salvajes de la aldea como en los judíos de la ciudad, muchos de los cuales "levantaban altas torres de legalismos mientras infringían los Mandamientos de Dios". Su paso del Mal bestial al Mal civilizado, fariseo e hipócrita, le decepciona hondamente. ¿Para qué han servido las horribles matanzas si apenas repuestos del desastre la maldad se reinstala de nuevo entre ellos?
Singer es fiel a su Dios, pero
vapulea a su religión. En un principio, para Jacob la religión es, sencillamente, lo que ordena el mundo y la vida dentro de él. La compleja red de normas a las que debe atenerse resultan ser ataduras y recortes de libertad, pero en un mundo terrible son también una guía de vida. En toda la novela está presente el ritual religioso como una cadena que el judío arrastra y una Norma que rige la vida de cada uno, a la que se consulta todo cuanto afecta a los hombres y sus relaciones; una Norma exigente, escrupulosa, tiránica. La libertad no cabe en ella y la libertad es lo que Jacob ansía pero, además, esa Norma condena a Wanda, gentil, pagana; condena su gran amor, un amor para el que ha debido vencer tanto grandes peligros como escrúpulos de conciencia que la religión y la sociedad religiosa le imponen con extrema severidad, pues es un amor socialmente clandestino, tan clandestino como sus propias dudas.
El amor, pues, es el tercer asunto, perfectamente integrado en los otros tres porque la estructura de la novela es soberbia. El cuarto sería el tema de la libertad. ¿Cómo ser libre sin desobedecer a Dios? Durante la primera parte del libro, Jacob vive entre la barbarie como esclavo; en la segunda vive en el orden ritual atrapado por ese orden. Siempre, de un modo u otro, existe una amenaza terrible: ser visto culpable y ejecutado o condenado; por eso se esconde en las montañas, lejos de los bárbaros; o en el fingimiento de la mudez de su mujer, entre los suyos. Y entonces, sobre los cuatro asuntos, emerge la fuerza formidable del amor y la supervivencia. La novela es un estudio admirable, emotivo y testimonial de la lucha del hombre por sobrevivir con arreglo a su conciencia de dignidad y a su fe. "Mucho había perdido Jacob, pero todavía quedaban los libros sagrados donde buscar consuelo. Hacía tiempo que se había resignado a la pérdida de los bienes de este mundo y del venidero, y servía a Dios sin esperanza, preparado en todo momento para el fuego de la Gehena".
Es curioso ver cómo un hombre que está siendo probado como lo fuera Job por un Dios sordo y mudo se aferra a sus creencias para no caer en el caos. Ésta es una lucha primordial del hombre, cualquiera que sea su religión, y es una lucha simbólica y real a un tiempo pues representa ese principio que está al inicio de los tiempos: la lucha entre el bien y el mal.
El difícil y apasionado amor
entre Jacob y Wanda, llamada Sara entre los judíos, tendrá su fruto, pero Singer, al situar la acción en el siglo XVII, ya nos avisa a nosotros, habitantes del XXI, que ningún fruto es permanente y que el bien y el mal continúan luchando entre sí, que la libertad quizá no sea más que libertad para elegir entre diversas ataduras y que el amor es el único sentimiento aún más poderoso que el bien y que el mal. Ni que decir tiene que la enorme sabiduría narrativa de Isaac Bashevis Singer toma cautivo -que no esclavo- al lector y no lo suelta hasta el final. Esta hermosísima novela comienza con una larga mirada: "Un halcón planeaba tranquilamente, con extraña lentitud, ajeno a las ansiedades terrenas. A Jacob le pareció que aquella ave llevaba volando ininterrumpidamente desde la Creación".
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