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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vengo de un país devastado

Monika Zgustova

Con el cuerpo doblado hacia atrás, el gran escritor de tradición centroeuropea, el ensayista y autor teatral bosnio Dzevad Karahasan, que ha venido a España a presentar su libro de ensayo Sarajevo. Diario de un éxodo (Galaxia/Círculo de Lectores) contempla las puntas anaranjadas de la Sagrada Familia. Al igual que un yogui, durante un buen rato, mantiene esa postura incómoda y al mismo tiempo cuenta que adora a Gaudí, sobre quien tiene 10 libros en su casa de Sarajevo, y confiesa que siente un afecto especial por Barcelona. Los habitantes de Sarajevo, asegura, nunca olvidarán que la capital catalana fue la ciudad europea que con más fuerza se manisfestó contra la agresión serbia en Bosnia y la que más ayudó a Sarajevo durante los años de asedio.

"La visión nacionalista de los extremistas serbios y croatas tiene muchas semejanzas con el ultranacionalismo español"

Entonces Karahasan echa a andar alrededor del templo modernista, contando: "En los tiempos de derrota y de aniquilamiento, como es una guerra, uno se mantiene humano mientras es capaz de hablar, comunicarse, amar, necesitar el arte y percibir la belleza. Y si a ello se le añade la compañía y el afecto de una serie de personas, entonces uno sobrevive. Porque es mientras alguien se acuerde de mí que yo sigo vivo". De mis dos recientes viajes a Bosnia recuerdo bien el aniquilamiento del que habla el escritor bosnio. Sarajevo se halla lejos de estar reconstruido y Mostar sigue siendo una ciudad devastada: en medio de las ruinas la gente ha improvisado bares y cafeterías; allí, en silencio, eternamente melancólicos, los bosnios sorben su café turco. El viajero que hoy visita Bosnia tiene la sensación de encontrarse en una pesadilla: delante de unos escombros sin techo ni ventanas, ante unas ruinas que podrían parecer pintorescas si no fueran trágicas, familias enteras disponen sus mesas para cenar. En el parque de Ilidza, en las cercanías de Sarajevo, la gente se reúne para cantar y bailar al son del acordeón sus sevdalinkas, canciones nostálgicas con elementos eslavos y turcos, mezcla característica del país; al acercárseles uno percibe que sólo hay mujeres bailando juntas: sus maridos fueron asesinados durante la guerra. Las carreteras y sus márgenes están salpicados de inscripciones oficiales: "Prohibido pasar, peligro de minas". En gran parte de Bosnia las minas impiden a los agricultores cultivar sus campos. "Vengo de un país devastado", empieza uno de los ensayos que conforman el libro que Karahasan ha presentado estos días entre nosotros. En él, su autor se pregunta sobre la responsabilidad de la literatura en ello y da a entender que la literatura determina el comportamiento del hombre a través del sistema de valores que ofrece y articula. Así sucedió con la literatura nacionalista serbia: una parte del pueblo serbio la leyó y adoptó sus valores. "Los escritores serbios fueron quienes predicaron la necesidad de vengar las afrentas históricas y, a la vez, asumir el destino histórico de los serbios", explica Karahasan. "Fue la literatura serbia la que avivó el fuego del nacionalismo radical". El resto es conocido: los vastos cementerios nuevos cubren muchas de las colinas que circundan la capital bosnia; las lápidas blancas llevan nombres musulmanes, víctimas de la limpieza étnica de Milosevic. Hablando de los nacionalismos, no puedo dejar de pensar en las palabras que la noche anterior dijo Juan Goytisolo a Karahasan mientras cenábamos todos juntos: "La visión nacionalista de los extremistas serbios y croatas tiene muchas semejanzas con el ultranacionalismo español: la España sagrada, por un lado, y la Serbia Celeste, por otro; el rey Don Rodrigo y el Príncipe Lazar... Cambias los nombres y ves lo mismo".

Rumbo a La Pedrera, cuya arquitectura Karahasan estudió a fondo antes de acercarse a Barcelona, el ensayista bosnio reflexiona sobre qué es lo peor de lo ocurrido en Bosnia: la violación de las mujeres bosnias, que de hecho fue una inseminación masiva, planificada y calculada, y llevada a cabo en los campos de concentración: nada fue peor que esto. Entonces pienso en la novela de Slavenka Drakulic dedicada a este tema y vertida al castellano por el dúo de excelentes traductores que tanto han hecho por el conocimiento de la literatura de la ex Yugoslavia en España: Luisa Fernanda Garrido Ramos y el bosnio Tihomir Pistelek. Hace unos meses la presidenta del Pen Club bosnio, Farida Durakovic, me dijo que hubo unas 10.000 mujeres bosnias violadas por los agresores serbios con el propósito de desequilibrar la sociedad bosnia; algunas de ellas se apartaron de esos hijos no queridos, otras los han hecho suyos; se sabe muy poco de esas mujeres, la sociedad no las acepta fácilmente y, según Farida, los vecinos las apuntan con el dedo.

Otro peligro, según Karahasan, que ahora está admirando el sombrío patio de La Pedrera, es la financiación de Bosnia por Arabia Saudí, conocida por su intransigencia religiosa. Pienso en los patios de las mezquitas que vi en Sarajevo, esos espacios alegres y meditativos a la vez, llenos de niños que allí juegan, de chicas jóvenes que parecen flotar sobre sus altos y estrechos tacones, con sus velos transparentes que caen sobre sus ceñidas túnicas, de ancianos en fez que fuman en pipa y parecen sabios, y confío que el fanatismo wahabi no haga desaparecer ese islam bosnio, tolerante y sensual y humano como los cuentos de las Mil y una noches. Y en el tejado de la Pedrera, mirando los tejados de Barcelona, Karahasan afirma: "Lo que permite dominar por completo a los seres humanos es el miedo. En el Este lo hemos vivido durante décadas, y en Occidente hoy también se está creando miedo: el paro, la deslocalización, los musulmanes, todo sirve para infundir miedo. Hay que explicar a los ciudadanos que la mayoría de los miedos carecen de razón".

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