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Columna
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Adelfas

Puntuales a su cita anual con el blanco, el rosa, el rojo y el escaso amarillo, ahí mismo a su vera tienen ustedes las adelfas -el humilde, valenciano, mediterráneo y popular baladre-. Saludan la entrada del verano desde nuestros sequísimos barrancos y torrenteras, y nadie les pregunta por los frentes fríos que aguantaron el último invierno, al que sobrevieron gallarda y valientemente. A esas Neorium oleander que crecen y se multiplican en nuestros cauces sin agua, no les preguntó nadie por el Plan Hidrológico Nacional, ahora derogado. Nadie recabó su opinión sobre las desaladoras o sobre la falta de oxígeno en las aguas de la mermada Albufera de Valencia. Son mudas como la niebla y no gritan que tienen sed. Ni protestan en el barranco de la partida de Mascarell, por donde Albocàsser y la futura e inmediata cárcel del Maestrat, cuando abandona el incivismo en su entorno tubos de gas reventados, destartaladas neveras, ruedas desgastadas y porquería de toda índole, que las desconciertan y afean lo que nos queda de paisaje. Demasiada mierda y demasiado vertedero conocido, visible e incontrolado, sobre el que no se preguntan las adelfas ni, en general, nos preguntamos los valencianos. Lo ha dicho la ministra Narbona como lo hubiese podido decir el lucero del alba: en las anchas tierras hispanas hay "permisividad, complicidad social y una tolerancia con los que destruyen la naturaleza". Durante los últimos tiempos apareció, y hay que alabar el buen gusto, el baladre en parques públicos, autopistas, rotondas y jardines. Pero esas adelfas tampoco protestan, tampoco se oyen, debido al ruido de los motores y al bullicio urbano. Aunque si unas y otras, las del campo y las urbanizadas, pudiesen hablar, afirmarían sin duda alguna que la permisividad, la complicidad social y la tolerancia, que indicaba la ministra, constituyen una especie de sarna desagradable e incómoda que, como el eficaz desodorante, no nos abandona. Y lo peor: según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, sólo al 2,3% de los valencianos le preocupan los problemas medioambientales. Quizás sea así o quizás no lo sea, porque la realidad tiene tres dimensiones: las verdades, las falsedades y las encuestas. La del CIS se realizó entre un millar y medio largo de valencianos, y era una encuesta a la que se respondía sobre los tres problemas más importantes que preocupaban a la ciudadanía de aquí. Era una encuesta abierta, es decir, no se le indicaba al encuestado problema alguno. Los encuestados situaron en primera posición la falta de trabajo, el paro, luego la emigración, la vivienda, y así sucesivamente hasta llegar a los últimos lugares -al 0,3% le preocupaba la corrupción y el fraude, y empatados con el 0,1% estaban aquellos que consideraban la salud y el ocio de los jóvenes como problemas más importantes-; y en esos últimos lugares estaban las adelfas y su deteriorado entorno, junto con el racismo o la violencia de género. Vamos, que la encuesta como la porquería en los barrancos junto al baladre, dan que pensar. A lo mejor tenemos una sarna colectiva en casa, y tan contentos con nuestros fuegos artificiales y nuestros deficitarios parques temáticos. Claro que nos queda el consuelo de contemplar los colores de las adelfas a la entrada del verano. Por cierto, el baladre tiene propiedades venenosas y curativas a un tiempo: sus flores son mortíferas para los perros, pero bebidas con vino son remedio natural contra las mordeduras de fieras; y las hojas frescas de las adelfas, untadas con miel, se utilizan en el norte de África para combatir la sarna.

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