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Columna
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Salmones

Aunque su animalito tradicional sea la gaviota, tengo para mí que el PP de este último año recuerda más a los salmones. El PP intentó devorar a contracorriente todo lo que se movía en el río, mordió un anzuelo y ahora pega tirones, se revuelve, agota sus fuerzas sin lograr liberarse. Quedan tres años de legislatura, y el PP está a punto de quedarse sin pólvora. Quizá se trate de que sus dirigentes, después de una derrota inesperada y de una actuación social vergonzosa en el atentado de Atocha, han considerado prioritario evitar la desbandada interna con timbales, arrebatos y manifestaciones, sacrificando a sus urgencias los plazos y los ritmos que exige una política de oposición. Cuando lleguen las próximas elecciones, el desgaste del Gobierno será pasado remoto. Tras una batalla mal medida, es previsible que el salmón entre agotado en la cesta del pescador. Basta con que el pescador suelte hilo de vez en cuando y deje libre el carrete para que el salmón no se rompa la boca. El PP está renunciando al centro, pero incluso los activistas más apasionados tienen un límite. La gente no puede coger todas las semanas un autobús para manifestarse en Madrid. Las carreras de fondo no sólo se ganan con la velocidad del último kilómetro, sino con la tranquilidad de los primeros pasos. Así que a soltar hilo. Al PSOE le conviene admitir que coincide en un 90 % con Javier Arenas y su partido en la reforma del Estatuto andaluz. Y paciencia para sostener la caña.

La política de acusaciones crispadas supone en este caso un callejón electoral sin salida para el PP. En 1996, tras muchos años de Gobierno socialista, las críticas del PP caían como lluvia en una tierra que necesitaba agua. Los casos de corrupción, el GAL, la política económica enfrentada a los sindicatos, la soberbia gubernativa, iban a pasar factura a su debido tiempo. ¿Pero ahora? Más que denuncias reales, sufrimos el torbellino asalmonado de la cúpula dirigente popular, que se niega a permitir la renovación y a pagar sus errores políticos. Coletazos sin ton ni son. La Conferencia Episcopal se siente perseguida por un Gobierno que le regala todos los años miles de millones gracias a un Concordato injustificable. Los obispos presentan como un atentado a la libertad católica que se permita vivir en libertad a los que no son católicos. El ex ministro del Interior denuncia graves irregularidades en la policía durante sus años de mandato. Las víctimas del terrorismo salen a la calle para exigir que el Gobierno no solucione el terrorismo, es decir, para exigir que haya nuevas víctimas. Los defensores de la propiedad privada opinan que es un expolio que se devuelva a sus legítimos dueños unos papeles expoliados. Está visto que los españoles más españoles no consideran a Cataluña parte de España y pretenden tratarla como un territorio conquistado. Y todo esto en un solo año. No sé que van a dejar para los tres últimos de la legislatura. Tal vez desaten una campaña contra el frío del invierno, o el calor del verano, o la oscuridad de la noche, o la luz del día, graves e inaceptables consecuencias de una izquierda intolerante. El PP recuerda a un salmón con un anzuelo en la boca. Dentro de su lógica y su instinto no es extraño que se comporte como el mejor aliado de su pescador.

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