Feria del Libro 2005
Hay ocasiones en las que tratamos a los actores como a estrellas de cine. Creemos que por el mero hecho de estar en una caseta han de estar a nuestro servicio y firmarnos un autógrafo. Creo que estamos terriblemente equivocados. Este domingo no he podido, o no he querido, ir por la tarde a la Feria del Libro. He preferido ir por la mañana, había quedado con un amigo, así es más cómodo. Y sin embargo me ha dado mucha pena perderme la ronda de firmas de Martín Casariego. Porque me hubiera gustado no su autógrafo, pero sí su conversación. Recordar o imaginar la cantidad de noches, tardes, mañanas que él ha pasado escribiendo su obra y lo rápido que la leo yo.
Creo que cuando los escritores van a las casetas de la feria no es para repartir autógrafos, como abrazos reparten los concursantes de Gran Hermano, sino para saber que su obra es valorada, para encontrarse con el lector, para que el lector sea cercano a él, y también para ser él más cercano y tangible a ojos de éste.
Si le hubiera visto, me hubiera gustado decirle lo importantes que son para mí sus libros, y cómo me han dado ese soplo de buen rollo que todos necesitamos de vez en cuando. Quisiera haberle preguntado si la gente le ha dicho más veces lo que se parte de risa con algunas de sus frases y las verdades que se encuentran en las ironías sencillas pero profundas de las que plaga sus novelas. Me gustaría haberle contado que una vez, cuando yo vivía en París, hacía tiempo que no veía a mi familia y que no leía nada en español, más por obligación que por falta de ganas. Y que mi hermano en esa época vino a hacerme una visita y a quedarse unos días conmigo.
Me trajo cosas de muchos conocidos, "esto te lo manda Fulanito para que te acuerdes de él, esto me ha dicho Menganita que no se lo pierdas" y entre esas cosas, estaba lo que traía él consigo. Un libro de Martín Casariego. Qué ganas, qué alegría, qué olvidarse de todas las otras cosas. Esa noche lo empecé, no recuerdo cuál de ellos era, pero recuerdo frases, recuerdo reírme sola en mitad de la noche y que mi hermano lo que había hecho era traerme lo que yo más necesitaba, ese toque de casa, de cercano, de humor, de restar dramatismo a las cosas sin quitarles importancia. Fue uno de los mejores regalos que he tenido, y creo que fue casi de casualidad. Pero me hubiera gustado decirle a Casariego que me gustan sus novelas por la sensación que producen en mí, por frases fantásticas que tienen y porque me hacen sentir bien. Y hubiera sido mi manera de encontrarme con él y felicitarle por su obra.
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