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Las imágenes reveladas de Joan Guerrero

Joan Guerrero, que acaba felizmente de jubilarse en EL PAÍS del fotoperiodismo diario -aunque no de la fotografía, que para él es una pasión y como tal no atiende a edades-, expone en el espacio Xavier Miserachs en la planta baja del Palau de la Virreina una selección magnífica de su obra que ha agrupado bajo el título de Camino andado. Resuena en este título un eco machadiano perfectamente apropiado a la obra y a la personalidad de Joan Guerrero, un hombre que es como quiso ser el poeta: "bueno, en el buen sentido de la palabra bueno". Y un hombre que ha hecho mucho camino andando por alguna de las cuestas más empinadas y difíciles de la vida: la emigración, el enraizamiento en su nueva tierra, el aprendizaje autodidacta, el compromiso por las libertades y la justicia, la solidaridad con los desfavorecidos, la profesionalidad y el esfuerzo generoso en su búsqueda constante de la excelencia y del lenguaje propio con el que ha conseguido expresar su creatividad y su talento artísticos.

Joan Guerrero tiene además un sentido natural del compañerismo que ha desarrollado con mucha generosidad y le ha convertido en un amigo, admirado y estimado por sus colegas de profesión. En un gesto muy ilustrativo de su carácter, Guerrero lo ha mostrado dedicando un espacio de la exposición a más de 160 de sus colegas, es decir, a casi todos aquellos con los que ha coincidido en algún momento de su carrera: "Adiós, muchachos", les dice, al tiempo que expone los retratos que él les ha ido haciendo en los últimos años. Ha querido así compartir el protagonismo y convertir el suyo en un homenaje a los demás, en lo que es un bello acto de conocimiento y reconocimiento de los que habitualmente no aparecen en la imagen porque están detrás de la cámara, son los ojos prestados con los que mira el espectador.

Guerrero ha sido y sigue siendo para las jóvenes generaciones un modelo por su forma de entender la fotografía, un oficio y un arte que él mismo ha comparado a veces con la poesía de la vida cotidiana. Ciertamente, las imágenes que descubre, encuadra, ilumina, capta, revela, fija y reproduce no pretenden ser, y no son, simples instantáneas, momentos de la vida que transcurre capturados al azar con mayor o menor habilildad oportunista, sino que trascienden el puro instante y se convierten en significativas. La fotografia de Guerrero no es anecdótica, adjetiva o gratuita, sino categórica, sustantiva, valiosa. Y perdurable. En este repaso a sus 36 años de trabajo, todas las imágenes que se muestran tienen un sentido y un atractivo que seduce de inmediato al espectador. ¿Cuál es el secreto? No es la belleza, aunque la belleza está simpre presente. No es la denuncia de determinadas realidades sociales o condiciones de vida, aunque la denuncia está ahí. Son, creo yo, los sentimientos, las emociones. Las fotografías de Joan Guerrero transmiten y activan sentimientos. Es la sensibilidad del espectador la que reacciona en primer lugar porque es a ella a la que Guerrero se dirige para inducir después a la razón y la reflexión más pausadas. Primero conmueve, después mueve. Primero mirar, después ver. Porque, ciertamente, las fotos de Joan Guerrero dicen siempre algo más de lo que muestran y muestran más de lo que se ve. Éste es para mí el mérito principal de este maestro de fotógrafos. Consigue hacer perdurar los instantes de la vida y dotarlos de un sentido. Logra desvelar aspectos ocultos de la realidad, cubiertos por los velos de la mirada ligera, frívola, pasajera, apresurada. Esto es lo que hace Guerrero: revelar. La misma operación y el mismo propósito de la poesía. Las de Joan Guerrero son imágenes revelación y lo seguirán siendo aunque las técnicas digitales acaben con las películas, las cubetas, los líquidos, las emulsiones químicas y el cuarto oscuro. No importa que la impresora sustituya al revelado: serán, si se quiere, fotos impresión, pero no dejarán de ser reveladoras. Porque, como es obvio, no estamos hablando sólo -aunque también- de un proceso técnico, sino de calidad humana, de talento, de sensibilidad, de conocimiento y de memoria. No del enfoque de una lente, sino de una mente. No de fotos hechas con una cámara, sino con razón y corazón.

Ferran Mascarell es concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona.

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