Navajas en el instituto
Si eran remotas, por diversas razones, las posibilidades de que formara a mis hijos en el Instituto Margarida Xirgu de L'Hospitalet de Llobregat, las declaraciones del jefe de estudios del educativo chiringuito las han reducido a cero. Porque hay que temer que los vástagos de uno frecuenten malas compañías, pero mucho más peligroso resulta que reciban la influencia de ciertos educadores, peor compañía que cualquiera.
El instituto de la población catalana fue escenario recientemente de un altercado entre estudiantes, un altercado que se saldó con tres heridos graves por uso de arma blanca. La provocación a la que respondieron los navajeros resultaba venial: les habían echado unos globos llenos de agua, vamos, eso que uno ve todos los días en los patios de Preescolar. Claro que la existencia de menores dispuestos a destripar a otros menores no es un hecho excepcional. Ocurre con frecuencia. Tampoco hay que tomarla con un instituto concreto. Sería injusto. Y es que podría ser un centro anónimo: seguro que la mayoría de sus alumnos desconoce quién fue Margarita Xirgu.
El jefe de estudios del instituto se ha descolgado con unas declaraciones dignas de un tarado. "Les han buscado las cosquillas", dice en defensa de los agresores, "y ellos han reaccionado de la única manera que en su cultura saben reaccionar: si la pelea va a más, sacan las navajas. Han ido a provocar a aquellos que acaban de llegar y que desconocen cómo va el código de honor de bandas juveniles y han respondido como saben responder". El texto no tiene desperdicio: "código de honor", "única manera de reaccionar", "su cultura". Ignoro el correctivo que merecen los navajeros (Por aquello de ser menores, quizás mañana puedan comentarlo, entre clase y clase, mientras abrillantan el arma), pero alguien debería destituir al autor del análisis antropológico. Por desgracia, el nivel de responsabilidad profesional de los funcionarios suele ser parecido al nivel de responsabilidad penal de los menores.
Todo nos remite a un relativismo creciente, estúpido y cobarde. Ejercitar cualquier autoridad se considera una forma de autoritarismo, y la complejidad de los problemas permite a los sofistas de la ética descolgarse con ideas peregrinas. Hoy día, castigar o reprimir parece un recurso reaccionario, y bajo la obviedad de que los problemas son complicados siempre hay idiotas dispuestos a complicarlos mucho más. En nuestra sociedad no se educa a los adolescentes: se les halaga. Se presume que son ya seres completos y sólo se recurre al término "menor" cuando cometen un delito. Salvo que delincan, los menores ya no son menores. De hecho, si un chico menor tiene una novia menor, cualquier padre consciente debe darles la pasta, los preservativos, las llaves del piso de verano y recordarles dónde se halla el mueble-bar.
Pero el asunto tiene derivaciones aún más interesantes. Parece que tanto víctimas como agresores eran latinoamericanos, y las declaraciones del jefe de estudios, en su pacata palabrería, demuestran un racismo atroz. ¿Qué significa eso de que los agresores respondían "según su cultura"? ¿Es que la cultura latinoamericana se reduce a una amalgama de navajeros, chulos, matones y machistas? El educador yerra de largo. La cultura latinoamericana no la representan las bandas de instituto. Eximir de responsabilidad a las personas por no sé qué carencias culturales es desproveerlas de su verdadera dignidad. Hay una progresía de baja estofa que alienta un racismo subterráneo, formulado mediante un lenguaje tutelar que presume, en esos pobrecitos que vienen de lugares lejanos, una total incapacidad para ser responsables de sus actos. Sin duda existe un racismo facha, pero también un racismo progre, bastante pestilente, que supone en algunos extranjeros una genética incapacidad para asumir normas de convivencia.
Por cierto, el otro día fue también la murga esa del Día Sin Tabaco, y seguro que en el Instituto Margarida Xirgu, como en tantos otros donde los chavales conversan con navajas, estará prohibidísimo fumar. Ahí sí que no caben relativismos: el que desenfunde un cigarrillo se la carga. Por éstas. Seguro que al jefe de estudios en eso no le tiembla la mano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.