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El 'no' francés como oportunidad

Joan Subirats

De haberse producido una victoria del el pasado domingo, hubiera sido por muy escaso margen. La gran mayoría de los líderes políticos franceses y europeos habrían respirado aliviados, y se hubiesen encarado las ratificaciones posteriores con la sensación de que lo peor había pasado. No ha sido así. El no ha superado con creces al sí, y lo ha hecho con niveles de participación en las urnas y, sobre todo, con niveles de debate público desconocidos en los asuntos relacionados con la construcción europea. No comparto el alarmismo que parece imperar en muchos de los comentaristas a los que he escuchado y leído estos días. Tampoco me parece justo echar las culpas a la utilización del referéndum como vía por la que ratificar el proyecto de Constitución Europea. Tratemos de ver la cuestión desde una perspectiva positiva, y para ello apunto algunas oportunidades que se abren en esta semana de pasión europea que completará Holanda con el muy probable, en el momento de escribir estas líneas, voto asimismo negativo.

En primer lugar, deberíamos evitar cargarnos el referéndum como mecanismo de consulta directa en momentos de especial significación y cuando las posiciones y los dilemas atraviesan las líneas de segmentación partidista. En parte, este asunto ya apareció en la rápidamente olvidada votación española del 20 de febrero. La opción de ratificar por la vía de la consulta directa el texto constitucional europeo no encuentra su desmentido en el no, sino al revés. Como reconoce Le Monde, "[el voto] ha sido emitido tras un debate como ha habido pocos en la historia de este país", y no como en el caso español con poco más del 40% de votos, sino con casi el 70% del electorado. Me molesta la cantinela de estos días sobre la adulteración que significa el referéndum en relación con la voluntad popular expresada en los escaños de la Asamblea Nacional francesa. Surgen por doquier los que, en vez de tratar de entender el mensaje de hastío y cansancio de la ciudadanía en relación con la labor de unas élites políticas vistas como autistas y dedicadas a sus propios asuntos y dilemas, atacan al referéndum como la expresión demagógica y veleidosa de un pueblo poco preparado para entender las complejidades del texto a debate. Tenemos la oportunidad de recuperar el valor añadido de las instituciones de la democracia directa como nuevo reto para los políticos, para los partidos, demasiado encerrados en su solo juguete de las instituciones.

En segundo lugar, tenemos la gran oportunidad de tratar de ponernos de acuerdo o al menos de debatir qué Europa queremos, qué valores deberían fundamentar su futuro. Se va repitiendo la cantinela de que este referéndum ha sido el "referéndum del miedo". Permítaseme decir que he visto también muchas amenazas por parte de los que propugnaban el sí. Se ha abusado del tremendismo para descalificar a los que se atrevían a dudar de hacia dónde se dirige Europa. Se han dado por supuestos y por aún vigentes muchos principios fundacionales de la Unión Europea, cuando el mundo, y con él Europa, ha cambiado drásticamente en los últimos 15 o 20 años. No queda casi nada del consenso socialdemócrata-democristiano que fundó la nueva Europa de la posguerra en las décadas de 1940 y 1950. Y no podemos seguir creyendo que esos son valores compartidos sin más cuando la realidad cotidiana de la gente, sus precariedades, sus miedos, sus frustraciones, sus dilemas morales, su falta de empleo, no les permiten seguir pensando que el futuro será siempre mejor, y que sólo necesitamos confiar en los que saben cómo lograrlo. ¿Es censurable tener miedo ante lo que cada uno siente y percibe en su cotidianidad? Lo que conviene no es censurar a una gran parte de la ciudadanía por expresar de manera quizá confusa e inconexa sus preocupaciones, sino aprovechar la oportunidad que se abre para reimplicar y concernir a esa ciudadanía en la construcción de Europa, que hasta ahora ha sido vista excesivamente sesgada en sus componentes mercantiles.

En tercer lugar, podemos aprovechar el sonoro golpe del no francés para reconsiderar qué sentido y qué perspectiva tiene Europa tras sus sucesivas ampliaciones. La última ampliación ha sido vista por muchos franceses como una simple expansión del mercado, que abría nuevas posibilidades a los inversores y empresarios, pero que aclaraba poco hacia dónde íbamos. La imprecisión de los confines europeos y la posibilidad de la apertura a Turquía no tienen por qué ser consideradas algo negativo. Pero al no plantearse abiertamente, al mantenerse la ambigüedad, al contribuir todo ello a la constante sensación de que todo es un asunto de "unos cuantos que se lo guisan y se lo comen", se acaba favoreciendo todo tipo de especulaciones y refuerza las percepciones negativas sobre los efectos reales o imaginados de la última ampliación. La leyenda del fontanero polaco, que quita trabajo a diestro y siniestro, no puede ser aducida como razón de fondo del no, a no ser que lo que se pretenda sea diluir sus efectos en la forma de hacer política y quedarse autosatisfechos aduciendo que la derrota del obedece a las bajas pasiones de una gran parte de la ciudadanía francesa. Tenemos la oportunidad de hacer pedagogía y de reconstruir desde abajo el sentido y el alcance de una Europa que sigue siendo una esperanza para mí y para muchos.

Finalmente, tenemos la gran oportunidad de politizar Europa y su construcción. Es absurdo atacar a los que votaron no por el hecho de que agitaban el fantasma del liberalismo, cuando muchos de los que aluden a ello agitaban otros fantasmas, como los de la incoherencia, el utopismo o la coalición de los insatisfechos, para desacreditar a algunos de los que apuntaban a que la cosa no iba bien. Si tenemos la impresión de que la gente ha simplificado la realidad y contrapone simplísticamente globalización y neoliberalismo conservador, tratemos de demostrar que ello no es así y construyamos mayorías sólidas que defiendan una manera humana de entender las relaciones económicas. Si queremos evitar simplificaciones, cuidemos a los Bolkenstein que van por ahí lanzando directivas que parecen apuntar a que los "sin información" quizá tienen algo de razón. O sea, que el no francés ofrece muchas oportunidades. Sólo hace falta otra mirada.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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