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Columna
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Movimientos de ficha

El modo en que ETA vuelve a recordarnos que aún existe se basa siempre en el mismo principio de violencia. Otra cosa es que, en función de reflexiones internas que a los demás se nos escapan, su acción revista distintas modalidades. A cada momento histórico le corresponde una particular versión de violencia. En los tiempos más salvajes, hacia los años ochenta, un reguero de cadáveres de policías y guardias civiles constituyó su lúgubre cosecha. A mediados de los noventa el listado de asesinatos había disminuido, pero ahora alcanzaba una perversa vertiente político-selectiva: los cargos públicos del Partido Socialista y del Partido Popular. Hubo otros tiempos en que predominó el secuestro o el indiscriminado coche bomba. La extorsión al empresariado, por contra, se ha revelado como una firme constante, quizás debido a su ratonil carácter burocrático, frente a los bandazos producidos en la acción directa.

¿Cambian los tiempos? Sí, cambian, pero siempre bajo los mismos presupuestos, y a estos efectos la actividad, por llamarla de algún modo, de ETA pasa siempre por la violencia. Los tiempos cambian, y también han cambiado, en consecuencia, los modos de atentar. Tras dos años sin muertos, tras la imprevista vacuna psicológica que pudieron suponer los atentados islamistas del 11-M en Madrid, ETA ha retomado la bomba a la puerta de las empresas, una práctica que, como todas las suyas, desencadena perversos agravios comparativos. Porque también en este campo existen mejores y peores. Existen compañías, afortunadas ellas, que cuentan con excelentes medidas de seguridad o que se emplazan en lugares donde la izquierda radical no tiene gran presencia. Por eso las últimas oleadas de artefactos se han centrado en el sector más vulnerable: pequeñas empresas, enclavadas además en localidades muy concretas de Guipúzcoa, donde es presumible que minuciosos informantes garanticen el buen curso de los delitos.

Todo esto ocurre en unos momentos de cierta esperanza. Y la esperanza se expande desde altas instancias donde quizás sí sea cierto que se maneja información privilegiada. La esperanza se refuerza, además, por la ausencia de asesinatos y algo flota en el ambiente que busca la ilusión, siquiera sea en un ejercicio de voluntad. Conviene, en todo caso, prepararse para una nueva frustración, porque son muchos los precedentes de que, en este asunto, toda favorable premonición acaba corriendo la suerte de los castillos de naipes. Quizás, a esos efectos, la postura del Partido Popular resulte políticamente la más cómoda. Al más mínimo error del Gobierno socialista (o a la más mínima subida de tensión etarra) los populares podrían airear su legendaria clarividencia. Es una práctica sencilla, cuando toda voluntariosa iniciativa de los demás siempre ha venido acompañada de tramposas adjetivaciones (acuerdos trampa, proyectos trampa, iniciativas trampa...), un discurso que además resulta sospechoso, porque nunca se ha adornado con la agradecida coletilla de "y me gustaría equivocarme".

Vivimos una situación que apunta a la esperanza, siquiera sea por la necesidad de fiarnos ciegamente de lo que dicen algunos políticos. Ojalá el Partido Popular se esté equivocando (aunque quizás, en lo más hondo, esté encantado de acertar), pero todas las prevenciones resultan pocas. Sí, de nuevo paquetes bomba. El recurso más fácil sobre el empresariado más vulnerable. Y el entorno de Batasuna no parece dar señales de cambio, antes al contrario, intenta aprovechar la situación con propuestas ventajistas. De hecho, vuelve la presión que exige más gestos, que impone nuevas medidas, que pide más y más, por la vía del acercamiento de los presos o solicitando que termine la detención de delincuentes. El Gobierno ya ha movido ficha, una ficha bastante arriesgada, pero algunos piden que la mueva de nuevo. Si se les dejara, exigirían de la ficha de Zapatero un número infinito de movimientos. Nunca ven el momento de que ETA, por una vez, mueva también la suya. O ni siquiera eso. Ni siquiera mover ficha. Bastaría empezar quitando la pistola de ese tapete donde se desarrolla la partida.

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