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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cumpleaños feliz

Para algunos, cumplir los 40 es el principio de una famosa crisis. Para otros, menos aprensivos, es el principio -qué caramba- de una madurez atractiva. Para una orquesta, cumplir 40 años de actividad es ya poder presumir de un cierto poso, de haber disfrutado de buenos momentos y aguantado vientos y tempestades, según vinieran dadas. Al mismo tiempo, un buen momento para hacer resumen de logros y de errores y mirar hacia delante con la lección aprendida. Y eso celebraba el jueves la Sinfónica de RTVE, la que ocupa sólo unas líneas en el informe de los llamados sabios sobre su casa madre; la que fundara nada menos que Igor Markevich en uno de esos milagros que se han vivido en España y que cuesta explicarse; la que se ha hecho un sitio al sol a pesar de pesares como su actual sede, ése nada atractivo teatro Monumental que para celebrar su cumpleaños dignamente ha cambiado por un día por el Auditorio Nacional. Seguro que también estuvieron más cómodos los príncipes de Asturias, que presidieron el concierto y fueron recibidos y despedidos con cariño y curiosidad por parte del público que casi llenaba la sala.

Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE

Ruth Ziesak, soprano. Jennifer Larmore, mezzosoprano. Orfeón Pamplonés. Director: Adrian Leaper. Mahler: Sinfonía nº 2. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de mayo.

El clima fue de celebración y, al final, de triunfo. La verdad es que la orquesta -con mucha gente joven en un proceso de renovación que da la impresión de estar resultando muy positivo- se entregó con ganas, los coros -hay problemas laborales en el de la casa- le echaron más corazón que sutileza y el resultado final complació a un respetable que agradeció el esfuerzo con una ovación enorme al concluir.

A su octavo y actual titular, el británico Adrian Leaper, que es un maestro concienzudo y que deja fuera toda ganga, le faltó, sin embargo, llegar al meollo de una obra tan fascinante, tan genial -genialoide para algunos- como es la Sinfonía Resurrección de Mahler, una partitura cargada de detalles bajo sus trazos más gruesos y en la que hace falta algo más que una buena mano para llegar a sacarle toda la enjundia que lleva dentro. Sólo muy al final se logró transmitir esa emoción verdadera que la obra posee en otras de sus zonas anteriores y que la búsqueda de la corrección había ocultado antes. No todo el mundo es Klemperer o Bernstein o quien le guste a ustedes, es verdad, y si nos ponemos así lo mejor es quedarse en casa. En fin, que aunque faltara hondura se puso la mejor voluntad -y mucho acierto la concertino Mariana Todorova y la flautista María Antonia Rodríguez-, nadie se dejó nada en el camerino y todos sudaron de verdad la camiseta.

Se contó con dos solistas de campanillas -Ruth Ziesak y Jennifer Larmore- que cumplieron bien con sus papeles -la una ha ganado en los graves y la otra da a su vibrato una cierta naturalidad- aunque no llegaran a emocionar: en línea, pues, con la idea rectora. Pero lo que importaba era celebrar esos 40. A por otros tantos, pues, aunque no los vean estos ojos que se han de comer la tierra.

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