El tiempo es una forma de vida
A propósito de Paul Ricoeur (1913-2005), suele hablarse de un reconocimiento tardío de su condición de gran pensador, reconocimiento que en cierto modo tuvo que esperar a que se apagaran los humos de las hogueras del progresismo parisiense que dominó la filosofía francesa durante el siglo pasado para poder operarse en toda su magnitud. Y es que, en verdad, Ricoeur reunía todas las condiciones para ser postergado mediante el más herético de los estigmas aplicables en su propio contexto: el de intelectual conservador. Para empezar, se trata de un pensador cristiano que nunca ha renunciado a mantener el texto bíblico como uno de los polos esenciales de su reflexión; en segundo lugar, su cristianismo no es del tipo mayoritario entre sus colegas -católicos, poscatólicos o anticatólicos-, sino protestante, lo que le permitió conciliar, por la vía de la más exquisita distinción entre ambas, la inextinguible dimensión religiosa de su pensamiento con su implacable dimensión crítica. Tercero: profesionalmente, su carrera se desarrolló en ámbitos ajenos a los que constituyen las biografías canónicas de los pontífices de la filosofía de su país; no se formó en la Escuela Normal Superior, la gran cantera de las élites culturales, no compartió con Sartre y Simone de Beauvoir la cargada atmósfera de Les Deux-Magots ni llegó a integrarse en el santuario académico de la Sorbona; esto mismo le llevó a aceptar un puesto en el masivo campus de Nanterre en los años sesenta, auténtico hervidero izquierdista en donde comenzó, el 22 de marzo de 1968, la revuelta que conmovió a Francia y que durante tanto tiempo gravitó sobre su vida universitaria; elegido decano en 1969, en un ambiente en el cual toda autoridad académica era sentida como intolerable, le tocó desempeñar el amargo papel de intentar, en vano, mediar entre los policías enviados por el Ministerio del Interior, que querían entrar en los edificios, y el irritado movimiento estudiantil que, desde esos mismos edificios, arrojaba el mobiliario por las ventanas contra las fuerzas del orden. Dimitió tras los incidentes. Cuarto: designado por Mounier, fundador del personalismo cristiano, como su sucesor al frente del grupo filosófico formado en torno a la revista Esprit, dirigió desde ella una polémica contra el estructuralismo, en el momento mismo en que este movimiento tomaba el relevo del existencialismo como vanguardia intelectual, y sufrió la persecución de sus patriarcas más sectarios, Lacan y sus discípulos, que le acusaron de haber escrito un libro sobre Freud en el cual "silenciaba" los descubrimientos estructuralistas que le inspiraban. Trasladado a Estados Unidos tras el fracaso de Nanterre, desarrolló una continuada labor como profesor en este país de cuyo sistema educativo, para escándalo del antiamericanismo continental, se ha mostrado moderadamente defensor, e integró en sus reflexiones los desarrollos de la filosofía analítica de las últimas generaciones cuando en Francia eran casi totalmente ignorados y despreciados. Finalmente, nunca se sintió cómodo con el laicismo dogmático y su actitud ante las nuevas situaciones culturales creadas por la inmigración ni con la corrección política que destila ("no puedo dejar de pensar que tiene algo de grotesco que una muchacha cristiana pueda enseñar sus nalgas en la escuela, mientras a una musulmana se le niega el derecho de ocultar su cabeza").
Pero, en verdad, lo relevante es que Paul Ricoeur es autor de una cuidada y rigurosa obra cuyo carácter aparentemente fragmentario también ha retrasado la percepción de su enorme importancia. A este respecto, puede hablarse de dos fases de su producción intelectual, siempre ligada íntimamente a la enseñanza y a la profundización de la tradición fenomenológica y hermenéutica. La primera comienza con sus monografías sobre Jaspers y su tesis doctoral en torno a la filosofía de la voluntad, en donde elige el camino que ya siempre le singularizará: el tratamiento filosófico de la acción y su vinculación al problema del mal radical.
Esta etapa incluye el aludido li-
bro sobre Freud y, a partir de ese momento, una sistemática investigación sobre el carácter de la experiencia humana como definitivamente ligada al lenguaje y a la escritura, que desemboca en dos ensayos decisivos: El conflicto de las interpretaciones y La metáfora viva. Pero en la década de 1980 desarrolla su proyecto más ambicioso: los tres volúmenes de Tiempo y narración, una obra monumental, escrita en enriquecedora discusión con la historiografía y con la teoría literaria, en la cual descubre un modo privilegiado de acceso al viejo problema filosófico del tiempo, partiendo de la hipótesis de que la narratividad es, por decirlo con Wittgenstein, el "juego de lenguaje" que corresponde a esa "forma de vida" que es la temporalidad, y en donde el pensamiento de Heidegger se pone al servicio de esta gran empresa. De esta obra surgirán los otros dos grandes motivos que han constituido los últimos elementos de su trabajo filosófico: la cuestión de la identidad (Sí mismo como otro) y de la memoria (La memoria, la historia, el olvido) y la reflexión fenomenológica acerca del derecho, la política y la justicia. Su rechazo de la abstracción sistemática, su preferencia por concentrar sus intervenciones intelectuales en problemas concretos y, a partir de ellos, desarrollar una posición filosófica, no puede ya ocultarnos su estatura como uno de los menos provincianos pensadores de nuestros días, que Hans-Georg Gadamer reconoció bien al elegirle para pronunciar el discurso honorífico de su 95 cumpleaños. "Reivindico una de las corrientes de la filosofía europea que puede caracterizarse por una diversidad de epítetos: filosofía reflexiva, filosofía fenomenológica, filosofía hermenéutica. La primera acepción -reflexividad- se refiere al movimiento por el cual el espíritu humano intenta recuperar su poder de actuar, de pensar, de sentir (...); la segunda acepción -fenomenológica- designa la ambición de ir "a las cosas mismas", a la manifestación de cuanto aparece en la experiencia, libre de las creaciones heredadas de la historia cultural, filosófica y teológica (...); la tercera acepción -hermenéutica- (
...) hace hincapié en la pluralidad de las interpretaciones relacionadas con (...) la lectura de la experiencia humana (...
) y pone en tela de juicio la pretensión de cualquier otra filosofía de estar libre de prejuicios".
BIBLIOGRAFÍA
La metáfora viva. Cristiandad/Trotta.
Tiempo y narración. Cristiandad.
La memoria, la historia y el olvido. Trotta.
Sí mismo como otro. Siglo XXI.
Historia y narratividad. Paidós.
Historia y verdad. Encuentro.
Finitud y culpabilidad. Trotta.
Crítica y convicción. Síntesis.
El discurso de la acción. Cátedra.
La lectura del tiempo pasado. Arrecife.
Ideología y utopía. Gedisa.
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