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Crítica:LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Recortarse sobre el silencio

Jankélévitch, un maestro generacional, que entre otras muchas excelencias tiene la de haber sido un gran técnico y teórico musical, persigue en estas páginas lo esencial, a su entender, de la música, presentándola como una lección de pureza estética y moral, pero sobre todo de suprasensibilidad metafísica. Habla de la música moderna, la de Mompou, la de Falla, Albéniz, Debussy, Ravel, Fauré, Satie, Prokófiev, Bartók, Rachmaninov, Mussorgski, Stravinski, Rimski-Kórsakov... En estas palabras, por ejemplo, resume tanto el espíritu de esa música como el talante de este libro: "Nuestra horrible época, pese a su gusto malsano por lo indecoroso, ha custodiado la nostalgia de la inocencia y no es insensible a la voz de un corazón simple y puro cuando dicha voz se hace escuchar".

LA MÚSICA Y LO INEFABLE

Vladimir Jankélévitch

Traducción de Rosa Rius

i Gatell y Ramón Andrés González-Cobos

Alpha Decay. Barcelona, 2005

237 páginas. 23 euros

La música moderna ha querido ser, en ciertos aspectos, un regreso al espíritu de la infancia. Sólo la inocencia, como forma de pureza, es capaz de esa visión fresca, de esa extática objetividad del encanto, en que consiste la música. La inocencia diáfana de la Mélisande de Debussy, por ejemplo, que, en su lecho de muerte, muestra su estupor ante la conciencia preocupada, o la sublime nesciencia de la Fevronia de Rimski-Kórsakov, que vive en compañía de golondrinas, ruiseñores y tigres. La naturaleza sólo despliega sus prodigios, el bosque sus embrujos, a los ojos ingenuos, al alma de un niño maravillado.

La música es encanto, fascinación, hechizo, en efecto. Con dominio técnico, obviamente, pero sin recetas, en este sentido, para producirlos. En esta "época horrible" -Jankélévitch escribe a comienzos de los pasados ochenta este libro, que se publica en 1983- parece que es indigno de un hombre razonable, serio y prosaico dejarse fascinar por hechizos como el de la noche, como el de la música, "que logra nuestra adhesión sólo con el encanto de un trino o de un arpegio" o el de la mujer, "que persuade sólo con el perfume de su presencia, es decir, con la exhalación mágica de su ser". Insensibilidad y atontamiento por la noche, la música o la mujer, que se compensa con "una insoportable erotomanía", como forma privilegiada "del sopor contemporáneo y de su mortal desencanto". Hay que cercenar la música (de todas las artes, la menos erótica) de todo lo que pueda haber en ella de pathos, de orgiástico y embriagador, privarse incluso del arrebato poético mismo. "La intención de la musa no es seducirnos con cantos, sino inducirnos a la virtud". Orfeo, más que las sirenas.

Escuela de ascesis la músi

ca, de una filosofía y un modo de vida que intenta eliminar lo no esencial. Una lección de estética como esfuerzo de catarsis: lítote, braquilogía, austeridad de Falla, concisión de Ravel, laconismo de Fauré, heroica moderación de Debussy, brevedad esotérica de Mompou... Una lección de moral: de sobriedad, pudor, sinceridad, densidad, en que se muestre la virtud de la renuncia como esfuerzo que conduce a lo esencial, a decir lo que deba, sin énfasis, sin exhibicionismo ni incontinencia afectivos. Lección de metafísica, sobre todo, de ontología schopenhaueriana: la música significa una conexión auditiva con el mundo nouménico, con una armonía invisible e inaudible, suprasensible y supraaudible. La música es de otro mundo, por eso se hace eco del orden de éste. El oído atento percibe en la música una alusión a un "algo más" críptico, a un "no-sé-qué" esencial, silencioso.

Casi nadie habla ni puede hablar de música y, menos los músicos, como nadie habla ni puede hablar, en verdad de Dios, y menos los teólogos, dice Jankélévitch. Se necesitaría conocer la música misma, como a Dios mismo. Pero, desgraciadamente, la música nace del silencio y regresa al silencio. Y ¿cómo captar ese no-sé-qué, ese casi-nada, ese "divino instante" entre el antes y el después, cuando la batuta acalla la cacofonía de los instrumentos y arriesga el primer compás? El antes y el después son silencio. En medio: "Una duración encantada, una efímera aventura y un breve encuentro que se aísla dentro de la inmensidad del no ser". La música se recorta sobre el silencio y necesita del silencio como la vida precisa de la muerte y como el pensamiento necesita del no-ser. ¿Cómo puede algo, sin condiciones de posibilidad, ser posible? Se pregunta con razón la contraportada del libro. Sea como sea, a cada paso, la música, como la vida, como el pensar, cumple lo imposible. Un libro nada sentimental, aunque lo parezca.

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