"Vi a los policías correr y pensé 'esto no es normal"
Trabajadores del edificio junto al que estalló la bomba afirman que nadie les advirtió del peligro
Cuando, a las 9.31, estalló el coche bomba colocado por ETA en la calle de Rufino González de Madrid, en el edificio Aragón -propiedad de la empresa Bouncopy- trabajaban, pegados a sus teléfonos, cerca de 300 teleoperadores repartidos en cuatro plantas. Algunos, los del último piso, sólo acertaron a meterse debajo de las mesas. "Nadie nos avisó", cuentan. A otros, alertados "menos de un minuto antes" por la policía, según sus testimonios, el impacto de la explosión los alcanzó bajando a todo correr las escaleras o, ya en la calle, a apenas 25 metros del coche bomba. En esa misma acera está la estación de metro de Suanzes, que a esa hora escupe a diario a cientos de trabajadores y que tampoco fue cerrada hasta después de la explosión.
Un grupo de personas se refugió en la estación del metro. Justo después se produjo la explosión
"Diez minutos antes de que estallara empezamos a ver, desde las ventanas, cómo la calle se llenaba de policías. Una compañera dijo: 'Debe de ser que viene alguien importante'. Pero luego los policías empezaron a correr, y yo pensé: 'No, esto no es normal'. Nos asustamos, dejamos los teléfonos y, sin saber muy bien por qué, salimos corriendo por las escaleras. No habíamos dado ni tres pasos en la calle cuando explotó. Estamos bien gracias a Dios", contaba Maite, hecha un manojo de nervios y aún con la voz temblorosa, dos horas después del atentado.
Algo parecido le ocurrió al gaditano Fernando Pena, aunque él, que estaba en la primera planta del edificio, sí escuchó el aviso. "Fue menos de un minuto antes de que estallara. Una supervisora entró y dijo: 'Hay que salir. No es broma'. Justo cuando pisábamos la calle, oímos la explosión. La chica que iba a mi lado cayó al suelo y sufrió un ataque de histeria, tuvimos que cogerla en volandas y seguimos corriendo. A la que iba detrás de mí la onda expansiva la tiró hacia dentro del edificio. Mucha gente se puso a llorar y a gritar".
Fernando Pena, a sus 49 años, lleva sólo tres días contratado de teleoperador en Newtel Comunicaciones. "Estoy en periodo de pruebas y hoy tenía que hacer dos clientes. De hecho, estaba haciendo un cliente cuando avisaron. Le dije: '¡Perdóneme, tengo que colgar, hay un aviso de bomba!'. Así que el segundo cliente ya no lo he conseguido. Pero mi supervisora se ha hecho cargo, claro. Sería el colmo que por culpa de ETA perdiera yo el trabajo, ¿verdad?".
La policía ni siquiera tuvo tiempo de ordenar el cierre de la boca del metro. "Yo me enteré de que algo pasaba porque de repente entró en la estación mucha gente de la calle, corriendo y gritando. Entonces estalló la bomba. ¡Imagínese el susto! Sólo después de eso nos avisaron de que había que cerrar la estación", subrayaba más tarde una de las taquilleras.
A una manzana de allí, en el número 494 de la calle de Alcalá, José Manuel Díaz, de 23 años, Guilhem Got, de 27, y un centenar de empleados más trabajaban a las 9.30 en una empresa francesa de informática. "Hubo un estruendo y todo tembló. Yo, la verdad es que no pensé que fuera una bomba. Como esta zona está llena de obras, creí que un edificio se había caído o algo así. Salimos a la calle y la policía nos gritó: '¡Corran, corran!'. Había un helicóptero dando vueltas, y policía secreta comprobando los coches. Parecía que iba a estallar otra en cualquier momento", relataba Díaz un rato después. Su compañero añadía: "ETA se ha cerrado todas las posibilidades de diálogo. Supongo que es su forma de hacerse fuertes de cara a una negociación, pero el problema es que con esto no se negocia".
A Rafael Morís, de 58 años, el "jaleo" le pilló cuando salía de comprar el pan y se dirigía a la farmacia. "Varios policías empezaron a gritar: '¡Corran fuera de aquí!', y nada más doblar la esquina explotó la bomba. A mi lado había varias mujeres que llevaban a sus hijos al colegio que hay más abajo. Se me pusieron los pelos de punta".
El susto alcanzó también a camareros y clientes del bar Tejedor. El estallido hizo saltar la luna y dañó los cierres metálicos. Aun así, dos horas después y con el suelo lleno de cristales, la barra estaba atestada de vecinos que comentaban lo sucedido. David, uno de los camareros, recordaba que a las 9.15 "sólo había dos chicas tomándose un café". "Entró un policía y nos ordenó que bajáramos los cierres y nos metiéramos en la trastienda. No dijo por qué. Estuvimos así diez minutos, hasta que oímos la explosión". El coche del dueño del bar quedó destrozado, como otros siete que ardieron o resultaron seriamente dañados.
Alcalá, una de las calles con más tráfico de Madrid, permaneció cortada en varias manzanas a la redonda hasta pasado el mediodía. Muchos vecinos se arremolinaron en torno al cordón policial para felicitarse por la ausencia de víctimas mortales y discutir sobre si el Gobierno debe dialogar con ETA. "A éstos, cárcel y punto. Se ríen de nosotros", decían unos. Otros señalaban: "De alguna manera, algo hay que hacer. Aunque esto ha sido una pena, ahora la gente ya no va a entender nada".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.