_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Euromisión

Para que Massiel se alzara con el triunfo en el festival de Eurovisión cantándole a la vida y a su señora madre por haberle dado vida a su ser, aportación fundamental para el desarrollo posterior de su carrera artística, los ejecutivos de Prado del Rey cargaron aquel año triunfal sus maletines con botellas de coñac español, líquida y contundente divisa sólo para recios y veteranos varones, con la que sobornaron soberanamente a no menos recios y veteranos directivos de algunos países del Este. La anécdota, que fue comentada en pasillos y corrillos, pero no en los medios de comunicación adictos al régimen -todos lo eran entonces-, revelaba las entretelas de una operación diplomática de alto rango que tenía como objetivo básico promocionar la imagen de un país desprestigiado y descolgado de las instituciones europeas. La España de Franco no entraría de su mano en el naciente Mercado Común, pero en Eurovisión no exigían tanto pedigrí democrático y se suponía que el festival era un excelente escaparate en el que dar una visión moderna y desprejuiciada de un país antiguo y cargado de prejuicios. Mientras los jóvenes franceses le cantaban las cuarenta al caduco sistema capitalista y democrático, Massiel, "la tanqueta de Leganitos", entonaba, con aplomo, coraje y minivestido de Courrèges, el estribillo inane pero entusiasta del La, la, la, blá, blá blá, una forma de despistar como otra cualquiera, una canción banal a la medida de un certamen comercial y corrupto hasta los tuétanos, mercado negro de votos y botellas, maletines y malandrines, una cancioncilla que Serrat, elegido previamente para el concurso, había terminado por rechazar porque no le dejaban cantarla en catalán. En castellano, en catalán o en sueco, el tema del Dúo Dinámico, otra pareja de veteranos incombustibles, no dejaba de ser un subproducto comercial homologable y competitivo en un festival de sucedáneos estruendosos y huecos

Recordaba aquellos eventos el pasado sábado con la retransmisión de la última edición del festival. Eurovisión ya no es lo que era, ni lo que pudo llegar a ser si aquella rozagante Rosa de España hubiera culminado con el puesto de honor su canción angloparlante y festivalera. Entonces, y desde mi fuero interno, voté en contra, temeroso de que una nueva oleada de optimismo inundara de nuevo las pantallas domésticas. Después de una larga temporada como crítico musical en prensa, radio y televisión llegué a sufrir pesadillas recurrentes y angustiosas en blanco y negro en las que Raphael, Conchita Bautista, Peret, Julio Iglesias, Massiel y Salomé me atormentaban con sus trinos, disfraces y maquillajes. Opositor tenaz de festivales y concursos, partidario de conciertos y recitales no competitivos, nunca comulgué con tan patrióticas ruedas de molino, hasta ser tachado por una deslenguada, montaraz, popular y españolísima locutora radiofónica de antiespañol y antipatriota, vendido al oro de Londres y de Carnaby Street.

Felizmente, las presuntas glorias del eurofestival perdieron definitivamente su brillo entre el desinterés general. Si la Rosa triunfante de la celebración europea no hubiera fracasado en la operación habríamos vuelto a las andadas; sólo que esta vez un éxito rotundo no hubiera significado diploma alguno de europeidad. El puesto, cuarto por la cola, de las jóvenes princesas de Son de Sol, que destronaron a las veteranas y soberanas Supremas de Móstoles, queda mucho más europeo, pues en el escalafón de este año, por detrás de la canción de RTVE, quedaron las representantes de Francia, Alemania y el Reino Unido.

Los italianos no comparecieron ni a la hora de las votaciones, con lo que el trapicheo habitual de sufragios quedó -como viene sucediendo recientemente- en manos de países balcánicos, recién resucitados o lavados de su pasado comunista. Grecia, por su estratégica posición en los nuevos mapas europeos, salió favorecida en una competición más falsa que un euro de madera, que difundió la fraudulenta imagen de un continente poblado por señoritas rubias con minifalda que cantan en inglés, aunque sin despreciar un toque étnico.

Menos mal que nos quedan Andorra y Portugal y algunas reservas de emigrantes en Suiza. Los emigrantes rumanos en Madrid y el resto del país hicieron patria en los locutorios y los móviles y concedieron los doce votos españoles a su país de origen. Enhorabuena. Aún siguen picando.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_