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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Quijotes

-¿No oye vuestra merced el viento, cómo silba ya en catalán?

Vuestra merced era Don Quijote resucitado. Y el temperamento poético, el del marqués de Portago. En cuanto al año, era el de 1905, tercer centenario. Una multitud -discreta- esperaba al héroe en el apeadero del paseo de Gracia. Volvía a Barcelona en tren expreso. Días antes se había enfrentado con él en desigual combate. "Acerado caballo", le llamó, antes de saltarle el ojo de un farol. No había sido su único encuentro con las máquinas. Nada más resucitar le dijo a un honrado recaudador, después de aliviarle de su bolsa:

-Monta otra vez en tu corcel de alambre.

Don Quijote venía de Madrid. Solo. Su escudero se había quedado en la capital, presidiendo el Consejo de Ministros. Fue una breva que le cayó. En Barcelona, Don Quijote iba a protagonizar hazañas sinnúmero. Desconcertantes: cómo la de ir al cine y verse en la pantalla. Una de las más bellas ocurriría en la sesión extraordinaria convocada por el Fomento del Trabajo Nacional. Los fabricantes señores Sedó, Bertrán, Batlló, Sert y Noguera analizaban con aire patético la crisis. Y razonaban sobre la inexorabilidad del despido del obrero cuando el trabajo escasea. Entonces se levantó Don Quijote y preguntó:

En Barcelona, Don Quijote iba a protagonizar hazañas sinnúmero. Desconcertantes: cómo la de ir al cine y verse en la pantalla

-Pero, ¿qué come el proletariado cuando no se trabaja?

-Hijo, eso no podemos remediarlo -respondieron a coro los fabricantes.

Bastó ese hijo llorón para que el héroe les endilgara un discurso supremo, donde el Trabajo eran las Armas y el Capital, las Letras. Que culminó: "Y en verdad la razón asiste al Trabajo, por cuanto a él y sólo a él le bastan los naturales dones de la Tierra común para la vida, cosa imposible en el Capital, con todo y su inmensísimo poder". Estas palabras causaron tan honda mella en todos que el señor Ferrer Vidal, presidente, hubo de expulsarlo de inmediato. Ya en la calle, en la plaza de Santa Ana, concretamente, y rodeado de obreros y cabreros que le aclamaban, el héroe de las muchedumbres les arengaba melancólico: "Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados...". Cuando acabó, los obreros clamaron ¡Viva la Revolución Social! y ¡Viva Don Quijote!

La resurrección acabaría en el Pi de les Tres Branques. Ya llevaba el corazón tocado por múltiples pinchazos. Lo cierto es que el viaje hasta Berga no fue el mejor de sus dos vidas. Cabe decir, incluso, que se sintió postergado. Todo el mundo parecía preferir la exhibición y la adhesión catalanista. Hasta tal punto llegó a sentirse desplazado que grabó en su escudo cuatro barras de sangre de un pollo que el señor Pagés, de La Veu de Catalunya, había acabado de matar. Por un momento el caballero se sintió mejor y más querido. Pero la desmoralización no tardó en regresar. Lo primero fue descubrir que estaba, sobre todo, entre curas. "Esto lo vio gracias a su altura, ya que cuando se cantó Els segadors se descubrieron los oyentes y aparecieron de cara al sol la mar de coronillas". Otro factor fue el discurso del señor Martí y Juliá, que habló "del deslliurament, del jou etern, de l'expandiment" de las ideas y del género chico, y dijo: "Los catalanes són els bons, els honrats i els macos". Y más hubiera dicho si Don Quijote no hubiese caído entonces fatal, herido y moribundo, en los brazos del conde de Güell.

El héroe murió de nuevo, sin sacramentos. La circunstancia hizo desaparecer muy deprisa a los curas y cardenales reunidos. Destacó Casañas en la huida. Con los curas se fueron todos y al pie del pino quedó tendido el caballero, y allí pasó la noche. "Dos humildes hijos del trabajo cavaron la fosa". Al parecer, la hora coincidió con el telegrama que Sancho Panza remitió a su amo y que decía: "Este país es ingobernable. Los insulares acabarán por comerse hasta el oso del escudo. Salgo para ésa".

Así acaba la novela corta La resurrección de Don Quijote (Nuevas y jamás oídas aventuras de tan ingenioso hidalgo) que el P. Valbuena (seudónimo) dio a la imprenta de Antonio López en 1905. Ahora la reedita La Tempestad, y hace muy bien. Se trata de una curiosa y, por momentos, fina astracanada que cabe situar en las celebraciones más o menos irónicas con que se resolvió en Cataluña el Tercer Centenario del Quijote. El Quijote resucita. Es relativamente sorprendente, pero según se deduce de lo que explica Carme Riera en El Quijote desde el nacionalismo catalán la resurrección del héroe es un topos de las publicaciones de la época. La cuestión es quién fue el llamado Padre Valbuena. Riera lo identifica con Josep Burgas, poeta y autor de comedias. Pero Joaquim Auladell, autor del prólogo a la reedición, duda de tal autoría. Y es una duda razonable: Burgas parece demasiado lírico y demasiado catalanista para haber escrito este libro, cuya visión del mundo y del héroe cuadra más bien con la de un republicano liberal, algo (lo justo) comecuras y bastante reticente ante la sentimentalidad catalanesca. Auladell tiene un candidato, aunque no lo cite en el prólogo.

-Joaquim Penina, un abogado de Berga, republicano, krausista, que había dirigido una revista llamada El Bergadán. Pero estoy investigándolo todavía.

Penina. Hay un estudio de Josep Noguera Casal sobre él y su revista. Emerge un personaje interesante. Tal vez con los pies a ambos lados de la calle. Un abogado de buena familia, medio oveja negra, fascinado por la Revolución y la Justicia. Capaz de hablar a los ricos del Fomento y a los pobres de la calle con la misma lengua que Don Quijote. Es posible. Cuadra el abogado radical con este divertimento de intención fraterna. Hay noticia, sin embargo, de otro Joaquim Penina. Lo encontré al principio de la tarde y me confundió durante un buen rato. Se llamaban igual y habían nacido en la misma comarca. Ahora lo encaro con el abogado. Uno es una oveja negra y el otro un pobre de la calle. Uno pudo escribir La resurrección del Quijote. El otro escribía panfletos anarquistas. Hasta que lo fusilaron en las barrancas del Saladillo de la argentina ciudad de Rosario. Como sólo vivió 29 años quizá quepa su vida en otra crónica.

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