Primavera pirenaica
En las tierras altas de los Pirineos el invierno es largo y los nuevos paisajes primaverales se muestran tardíos. Cuando en el resto de la Península la floración ha terminado sus momentos de mayor esplendor, en las laderas y cumbres montañosas de la cordillera pirenaica se inicia la culminación de olores y colores de su singular comunidad botánica.
El calendario floral de las montañas suele presentar variaciones, que dependen de la intensidad de las nevadas invernales. Desde abril a octubre es posible encontrar flores, pero es en el mes de junio cuando coincide el resplandor más intenso. A mediados de mayo, los prados alrededor de los pueblos ya lucían la blancura del narciso de los poetas (Narcisus poeticus), el amarillo de los dientes de león (Taraxacum officinale) y el violeta de las diferentes salvias. Pero si se alcanza un poco más de altura en el sector central de la cordillera, en cualquiera de los valles de Huesca o Lérida, será la primera quincena de junio la que alumbre entre sus peñascos a la corona de rey (Saxifraga longifolia), joya de la botánica ibérica; las humildes florecitas blancas de la uva de oso o gayuba (Arctostaphylos uva-ursi); las inmaculadas azucenas silvestres (Paradisea liliastrum), y las lavandas pirenaicas (Lavandula angustifolia). Agarrada a los roquedos calizos florece otra planta que hace también referencia al extinguido plantígrado del Pirineo, la oreja de oso (Ramonda myconi), un raro vestigio de la flora tropical que ocupó estas tierras durante el terciario. Y en los abiertos del bosque de pino negro, buscando los claros más soleados, se localizan varias especies de orquídeas de curiosa belleza, como la Orchis ustulata, de flores púrpuras y blancas; la Nigritella nigra, de aroma a vainilla; la Scutellaria alpina, también de tonos púrpuras, y una de las orquídeas europeas más espectaculares y raras, bautizada con el nombre de zuecos (Cypripedium calceolus).
Las dos especies cuya floración se podría considerar más conocida son el rododendro y la flor de nieve o edelweiss. Las tupidas matas de rododendro en flor forman uno de los paisajes más inolvidables del verano en el Pirineo central, y la flor de nieve crece en España únicamente en estas montañas.
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