El debate sobre el Sáhara
La respuesta del representante del Frente Polisario en Naciones Unidas (La cuestión saharaui y los analistas españoles) a mi artículo del pasado 23 de abril, Entidad saharaui, identidades y nación, es una buena contribución al debate sobre el Sáhara Occidental, tan estancado como el conflicto en sí. Con ella se cumplía el objetivo principal que tuve al escribirlo, que no era otro que insistir en la urgencia de una solución. No es éste sin embargo el lugar apropiado -ni hay espacio- para contestar una por una a sus argumentaciones, alguna de ellas demasiado rotunda. Pienso sin embargo que Ahmed Bujari ha leído con anteojeras mi artículo, pues me guardé muy bien en él de pronunciarme sobre la preeminencia de ninguno de los nacionalismos que describía, el saharaui y el marroquí.
En ningún momento hablé de derechos históricos al territorio por parte de Marruecos, como tampoco de preeminencia de las reivindicaciones territoriales marroquíes. Hace tiempo que pienso que la historia no es la clave en este asunto y que, si alguien tiene el derecho a la palabra, son, antes que nadie, los saharauis, los verdaderos excluidos y "principales interesados", como creía haber dejado claro en mi artículo. Preferí hablar de sentimientos. Algo mucho menos tangible, menos comprobable y desde luego mucho más difícil de cambiar o modificar, como demuestra la realidad cotidiana. Los nacionalismos son sentimientos construidos, pero asumidos colectivamente y, cuando aparecen enfrentados, sólo cabe conciliarlos entre sí a través del debate, la persuasión y la negociación.
Lo que sí afirmaba en mi artículo era la pertinencia de ambos nacionalismos, el saharaui y el marroquí, que no tendrían que ser excluyentes, aunque la historia los hizo chocar. Recurría a un ejemplo ibérico, pues estoy convencido de que el nacionalismo catalán, el vasco o el gallego no tienen por qué ser excluyentes del español, amparados como están por el artículo 2 de la Constitución que les reconoce el carácter de nacionalidades.
La doctrina de Naciones Unidas promueve que dialoguen entre sí las partes para finalizar el proceso inconcluso de autodeterminación, en el que lo que defienden los dos nacionalismos, la independencia del territorio o alguna fórmula de integración en Marruecos, se sitúan en el mismo plano de legitimidad. Nada impediría, en coherencia con la doctrina de la ONU, que si se llegase a un acuerdo por ambas partes, la pregunta en el referéndum de autodeterminación se formulase en relación con dicho acuerdo.
Dicho esto, soy consciente de lo utópico -por el momento- de pretender conciliar ambos intereses: el propio artículo de Bujari viene a dejar claro desde su punto de vista que lo que piensen Marruecos y los marroquíes sobre la cuestión no es asunto de saharauis, pueblo que, según él, se basta a sí mismo para escribir su propia historia. Y sin embargo nada más utópico en un mundo globalizado que esa autosuficiencia, ni más lejos de la realidad, ya que no hay porvenir en la región salvo en el entendimiento económico, político y cultural entre vecinos magrebíes. Grandes y pequeños.
Olvida por otra parte Ahmed Bujari que ése, como otros de mis artículos, no se dirige sólo a una opinión pública como la española, a ese "clamor mayoritario" que simpatiza con el Frente Polisario, sino también a la otra parte, la opinión pública emergente marroquí, procurando erosionar el discurso único oficial carente de reflexión y de argumentación.
Mi reciente visita a los campamentos de Tinduf me ha servido para corroborar la urgencia de una solución, así como la firme voluntad del pueblo saharaui para defender su identidad, pero también para comprobar que el resentimiento hacia Marruecos -comprensible, si me permite la palabra Bujari- es arraigado y profundo, por lo que va a resultar muy difícil que acepten entenderse con sus vecinos. No es que se digan flores de los saharauis en Marruecos, donde son tratados de separatistas, mercenarios y secuestradores. La reconciliación exige mucho coraje político por parte tanto del liderazgo saharaui como del marroquí. Mucha explicación política, mucha persuasión en ambas direcciones. Y no hablo sólo de la utopía autonómica que preconizo, sino en cualquiera de las salidas que se quieran emprender.
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