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Columna
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Seda

El otro día mientras charlaba con unos amigos en el jardín de una alquería, la brisa de mayo que agitaba la copa de unas moreras me llevó de vuelta a los ocho años. Si existe un perfume literario mucho más intenso que el de la magdalena de Proust, es el de este árbol cuyas hojas sirven de alimento a los gusanos de seda. De repente me vi tal como era entonces con el uniforme del colegio y con una caja de zapatos en las manos. Era una caja agujereada que no pesaba nada. Al abrirla se me presentó una visión fascinante y a la vez repulsiva. Cientos de pequeñas larvas blancas se movían muy despacio sobre las nervaduras de las hojas y la caja abierta liberó un olor que no he podido olvidar a lo largo de los años. De niños todos nos hemos dejado cautivar alguna vez por el misterio de los copos de seda creciendo durante semanas hasta formar un capullo de cuyo interior surgía una crisálida muy torpe con las alas blancas. A principios de mayo esa mariposa ponía numerosos racimos de huevos diminutos, de los que al año siguiente nacerían a su vez otros gusanos. Sólo en la palma de un crío se podían sostener millares. Es lo que se dice tener una fortuna al alcance de la mano.

Los venecianos, que fueron durante la Edad Media los comerciantes más avispados de Europa, no escatimaron esfuerzos hasta llegar al corazón mismo del imperio de la seda gobernado entonces por el gran Gengis Kan. El relato de Marco Polo en el Libro de las Maravillas comienza en Cilicia, a orillas del Mediterráneo oriental, y continua a través de Armenia y la actual Georgia que ya entonces eran territorios muy peligrosos; discurre por el Golfo Pérsico hasta adentrarse en las montañas de Asia Central, infestadas de bandidos y después todavía atraviesa los desiertos que rodean el Lob Nor hasta llegar a China y todo eso sólo para acceder al útero de terciopelo que es la cuna de la seda salvaje.

Los chinos poseen una civilización milenaria no sólo por su antigüedad sino también por su población de más de mil millones de habitantes. Después vino Mao Tse Tung que además de vestirlos a todos de uniforme, tuvo el detalle de ponerle delante a cada uno un plato de arroz. El milagro de China consiste precisamente en esa transformación que va desde las multitudes fervorosas ante el cadáver embalsamado de Mao a las tiendas de todo a cien que ahora invaden las ciudades europeas, y hay que abrir bien los ojos si uno quiere entender qué demonios está ocurriendo en ese país.

A finales del siglo XIX la industria valenciana de la seda media su fortuna en metros de hilo en crudo. Blasco Ibáñez cuenta en Arroz y tartana que sólo en el barrio del Carmen había más de una docena de sederías e hilaturas. Uno de los gremios más importantes entonces era el de los velluters encargados de confeccionar el terciopelo con las mejores hebras de la seda.

Pero los tiempos cambian y ahora la ruta de la seda se está realizando al revés. La inmensidad de China acaba de desembarcar en Valencia a bordo del mayor carguero que jamás haya atracado en un puerto español. El Rachelle tiene siete pisos de contenedores en cubierta y nueve en bodega, en total más de 8.000 containers cargados de productos textiles made in China. La crisálida ha salido del capullo comunista para enfrentarse al mercado libre con sus mismas armas. Una poderosa fuerza de la naturaleza está sacudiendo las raíces del mercantilismo, pero su alcance no es un fenómeno económico, sino un movimiento sísmico como el desbordamiento del mar.

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