Lágrimas
Durante unas cuantas semanas, en la Gran Vía de Granada ha habido una mesa para recoger firmas bajo una pancarta que reivindicaba, literalmente, "El Banco de España para los granadinos". El disparate tenía una explicación que no vale la pena detallar ahora pero que el Partido Popular asumió con un arrojo imponente. Imagino que mucha gente firmó sólo por el hábito contraído de responder periódicamente a esta clase de convocatorias estrambóticas, como por ejemplo aquella que generó colas infinitas para ver las presuntas lágrimas lloradas por una imagen de la Virgen alojada en la iglesia de San Juan de Dios. Esa es la misma iglesia a cuyas puertas convocaron, hace un par de años, los hermanos de la Orden de San Juan de Dios, también para recoger firmas y también para reclamar algo infinitamente más lucrativo que el extinto Banco de España y que según ellos les pertenecía prácticamente por ley divina: el viejo Hospital de San Juan de Dios.
Ya entonces era difícil ocultar el sentido de la operación, o al menos de parte de ella, que no era otro que deshacer un importante episodio de la pobre historia moderna, civil, que tenemos en esta ciudad. Y se dispusieron mesas para que la gente firmara donde decían los frailes. Y en la prensa local hubo insignes juristas que argumentaron la legitimidad del grito puesto en el cielo por lo que se presentó como un robo.
Pero la operación incluía una escaramuza política que el partido socialista todavía tendría que explicar. ¿Defenestraron a un presidente de la Diputación de ese mismo partido porque estaba planteando la posibilidad de dar al viejo Hospital de San Juan de Dios un uso nuevo, que era hacer de él un importante contenedor cultural en pleno centro de la ciudad, o nos hemos quedado sin ese contenedor cultural porque abortarlo era la manera de defenestrar a aquel presidente de la Diputación? Simultáneamente, sobre la mesa había, y hay, otra posibilidad, que no es incompatible con el viejo proyecto de aquella Diputación: trasladar a este edificio el Museo de Bellas Artes que actualmente tenemos en el Palacio de Carlos V.
Pero durante un par de años el silencio ha caído sobre el tema. Hasta que ahora la Diputación provincial, con otro presidente vinculado a otra dirección provincial del partido socialista, después de una negociación trajinada a oscuras, decide regalar el bien público que es el Hospital de San Juan de Dios a la orden religiosa de su titular con la única contrapartida de que ella (que puede) se haga cargo de su restauración. El presidente de la Diputación Provincial de Granada tiene el deber de explicar públicamente esa decisión, que supone una renuncia grave y gravemente contraria a los intereses generales de la ciudad. ¿Qué hacemos: le ponemos ahora las mesas a la Diputación para que nos devuelva el Hospital? ¿Y por qué se inhibe la Junta de Andalucía en un asunto de esta envergadura para el que tiene competencias, experiencia y proyectos de sobra?
La amortización de una política imposible de defender en público con lágrimas falsas fabricadas en secreto se descubre tarde o temprano. Y al presidente de la Diputación se le empieza a notar en la cara algo parecido al rimel corrido.
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