La afición de Tokio aclama a Sara Baras
Un público entregado llena el teatro en el primer acto del Festival Flamenco
Entraban ayer las hordas de gente al modernísimo Internacional Forum de Tokio en supersónicas y disciplinadas colas y encontrar a un hombre entre aquella multitud de faldas, melenas lacias negras y pelirrojas, sonrisas, tacones y moños gitanos era casi un milagro. Un 90% de los 1.500 asistentes eran mujeres de entre 20 y 30 años, y muchas enseñaban sus gemelos castigados por las horas de ensayo. Había llegado Sara Baras para abrir el I Festival Flamenco Tokio que organiza la Sociedad Estatal para Exposiciones Internacionales (SEEI).
La afición femenina al flamenco, los miles de bailaoras de Tokio que buscan el duende cada día en los cientos de academias de la capital, respondieron en masa y entregadas de antemano. No quedó una entrada sin vender, y los aplausos, tibios al principio, se convirtieron luego en alegres saludos con las dos manos desde las butacas (síntoma de fervor o quizá de que conocían de vista a la artista gaditana), en cabezazos en prueba de respeto, y, por fin, tras los sucesivos fines de fiesta por bulerías que encadenó Baras, en un clamor genuinamente flamenco.
Decía ayer María Jesús Escribano, la directora de la SEEI, que España tenía una deuda de honor con la afición japonesa, que es sin duda la más importante del mundo (incluida España) tanto en número como en entusiasmo, constancia y misticismo.
Escribano, aficionada curtida a su vez, contaba que cuando vino el Real Madrid este verano de gira detectó que lo que de verdad les pone a los japoneses de España no es tanto Raúl como El Güito; y que donde esté, concretamente, Pansequito, que se quite Ronaldo. Y añadía, con erudición sorprendente, que en una fiesta nocturna dedicada a los galácticos blancos salió a tocar un cuadro flamenco local y el cantaor, que era natal del propio Tokio, empezó a cantar por Pansequito, cantaor estimable que en España igual conocerán 4.866 personas: "¡Pero igual que Pansequito!", decía admirada.
Así surgió la idea: agradecer tanta entrega, tanta emoción, tanto flamenquismo nipón, con un festival de garantías que aprovechara la Expo de Aichi para marcar un nivel de calidad alto, digno de esta afición apasionada que ayer se apezuñaba, perdiendo casi esa compostura natural tan de aquí, sobre los discos, las revistas y los DVD de flamenco que se vendían (¡a voces!) en un stand del teatro.
'Sueños'
Esas mujeres parecían fieras. Pero no. Eran mujeres enamoradas. Allí estaba Megu Ogawa, de 27 años, que lleva ocho estudiando baile, que acaba de volver de pasar cuatro años en Sevilla perfeccionando sus taconeos y sus braceos con Milagros Mengíbar, y que tras el concierto decía, en perfecto andaluz: "El flamenco es peor que una droga. Te engancha y ya no te suelta. Pero además te cambia la vida. Yo iba a buscar un trabajo en una empresa para ganar dinero y al final nada. Acabé la universidad y me fui a España a seguir aprendiendo baile".
Quizá por eso, la actitud del público que se congregó anoche para ver a Sara Baras y su ya antiguo espectáculo Sueños se parecía mucho al principio al de unos pupilos ante una clase magistral. Baras no bailó tan bien como sabe, pero dejó destellos de su indiscutible talento, algunas imágenes de verdadera belleza y varios momentos de mucho sabor y flamencura auténtica.
La gente recibió a la metralleta de San Fernando, que el sábado había reventado el auditorio de la Expo de Aichi con 3.000 personas (era gratis, pero la pobre Alanis Morissette sólo reunió a 800 y también era de gorra), con profundo respeto y en silencio total. Luego, Baras bailó la soleá por bulerías sin gran emoción y las manos de las alumnas (pequeñas en general) no hacían casi ruido al aplaudir.
En la farruca, con su pantalón de hombre, el chaleco, el violín rasgado y los largos y musicales zapateados, Baras calentó más el ambiente ("aquí gusta mucho el zapateado", decía luego la profesora y veterana bailaora Yoko Komatsubara).
Y tras la siguiriya de su pareja y partenaire, José Romero (más larga y zapateada pero menos musical), el enorme Forum empezó a parecerse a Casa Patas un jueves cualquiera.
La soleá, donde Baras dejó los mejores momentos de la noche, fue interrumpida con ovaciones. Los desplantes cómicos, con "ohs" de asombro ante el despliegue de pellizco. Y para cuando las pataditas finales, las bailaoras de Tokio no sólo daban ya por amortizada la entrada, sino que empezaban a pensar en la cola que les espera hoy para renovar la matrícula en la escuela flamenca. Y quedó clara una cosa: se impone completar el Instituto Cervantes con una red de Academias Gades.
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