_
_
_
_
_
Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Calzoncillos

Jordi Soler

Caminaba por la calle de Alzina en el barrio de Gràcia cuando, casi al llegar a la calle de Providència, encontré un contenedor de basura lleno hasta los topes de calzoncillos. La tapa no cerraba bien por la forma en que sobresalía la punta de ese iceberg de prendas íntimas; se trataba de un hallazgo de importancia nimia, pero también de una rareza que obligaba a la reflexión y, desde luego, a la investigación. Quizá haya en esa calle una fábrica de calzoncillos y aquella montaña era un lote de prendas defectuosas, o quizá estaba efectuándose una calzoncillada y los organizadores habían dejado allí un montón de prendas para los competidores que hubieran olvidado sus calzones. Buscando echar algo de luz sobre aquel contenedor enigmático, abrí un diccionario en la página de la palabra calzoncillo, esa prenda masculina que cuando se usa muy ajustada genera cuotas de esterilidad comparables a las de la vasectomía o bien a la ingestión de una carpa estrogénica del río Llobregat. De la palabra calzoncillo llegue a calzoncillada (por eso saqué aquella conclusión frente al contenedor), que es una fiesta popular y alegre centrada en la carrera que hacen los hombres del pueblo, o del barrio, en calzoncillos. No se en qué pueblo se celebra esta alegre fiesta, pero en todo caso, por la corretiza callejera y el bullicio, debe de parecerse a una pamplonada sin ropa y sin toros. Inmediatamente encima de esta fiesta impúdica viene la palabra calzonazos, que sirve para definir a un hombre de poca autoridad y que se deja dominar por su mujer; se trata de un insulto benigno pero con gran sonoridad, y también es, justamente al contrario del calzoncillo, toda una opción para evitar la vasectomía por estrangulamiento, pues los calzonazos son una prenda holgada y generosa que, aunque convierte a su usuario en un pelele, le permite tener un conteo espermático decente y un saneado instrumental reproductivo. El diccionario no dice si un calzonazos puede participar en una calzoncillada, que, ajustándonos a la fonética de la palabra, debe correrse en calzoncillos vasectómicos, justamente como aquellos que copaban el contenedor de basura en la calle de Alzina, según pude averiguar en la investigación expedita y aleatoria que efectué ahí mismo socorrido por la luz de un farol. Después tenemos la palabra calzona, que no es una braga como podía esperarse, sino el pantalón que se utiliza para montar a caballo, y aquí el diccionario tampoco especifica si este calzonzote que usan los jinetes aprieta como calzoncillo o deja todo un poco al garete como los calzonazos. Luego viene el tronco originario de estas palabras, que es calzón, técnicamente un calzoncillo hasta las rodillas, y esto me lleva a pensar que un pelele que utilice calzoncillos debe llamarse calzoncillazos y, por el contrario, uno que use calzonazos y no se deje dominar por su mujer debe ser un calzonacillos, y habría que ver si un híbrido de estos puede participar en la calzoncillada, o en la pamploncillada, esa carrera de hombres en calzoncillos por las calles de Pamplona, que huyen de un encierro de toros que les van bufando en los corvejones. Bueno, pues arriba de la palabra calzón viene calzo, que es una cuña que se utiliza para calzar, no el calzón ni el calzoncillo, sino un zapato que no entre por las buenas y haya que aplicarle el calzo o calzador. "Estoy cansada de que no me hagas calzo", diría una mujer airada al enterarse de que su marido se ha dejado calzar por otra cuña. Arriba de calzo está calzar: "calzar la calzona", se diría en el caso de usar un calzo para meterse en esos calzonzotes que sirven para montar. El diccionario, por cierto, no aclara se puede participar calzado en la calzoncillada. Buscando ampliar la información, ese tumulto de palabras parientas del calzoncillo que originó el enigmático contenedor de basura que me encontré en el barrio de Gràcia, brinqué a otro diccionario, este editado en México y no en España como el que había estado utilizando, y ahí me encontré con la palabra calzoneras, que es esta suerte de pantalón abierto por los lados que usan los charros y que sería el complemento ideal de la calzona. Luego llegué a calzontes, que, para mi desconcierto, son las varas con que se hacen los techos de las casas en los ranchos pobres (así dice textualmente este diccionario), y del desconcierto pasé a la composición: "andaba yo en calzones arreglando los calzontes", o bien, "con mis calzonzotes calzados subí a los calzontes para ver la calzoncillada". Después llegué a la palabra calzonarias, que son unos tirantes que van, supongo, agarrados a los calzones y que pueden sujetar unos calzonazos demasiado holgados o unas calzorras, que también son los calzones que usa el pelele gobernado por su esposa y cuyo antónimo es calzonudo, el sinónimo de calzonacillos. Al final de este viaje por la familia de la palabra calzón cerré los diccionarios y regresé al contenedor de basura de la calle de Alzina y ahí, socorrido por la luz del mismo farol que me había ayudado a efectuar mi investigación expedita y aleatoria, me miré largamente los calzones y asombrado descubrí que, de una forma distinta que los ojos, son también el espejo del alma.

Un contenedor lleno de calzoncillos en una calle de Gràcia desencadena un viaje lingüístico por los derivados de la palabra 'calzón'
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_