_
_
_
_
FÓRMULA 1 | Gran Premio de España
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La 'alonsomanía' y los viejos aficionados

La alonsomanía nos tiene a los viejos aficionados a la fórmula 1 un tanto descolocados. Hasta ahora nunca habíamos tenido una bandera. Habíamos tenido varias. La primera que agitamos al viento fue nada menos que la escocesa. En el viejo circuito de Montjuïc hicieron historia en nuestra adolescencia los legendarios duelos entre Jackie Stewart y Jim Clark. Nos gustaba atender a los combatientes a la salida de la curva del Museo Etnológico para ver cómo enfilaban la mítica vuelta de la Font del Gat. Nuestra juventud dorada sobre ruedas acabó hace ahora 30 años, el 27 de abril de 1975, cuando Rolf Stommelen perdió el control de su bólido y segó la vida de cuatro espectadores. De ese día recuerdo muy bien los zapatos de las víctimas sobre el asfalto. Y también el pesar que produce el fin de la inocencia: ya no volveríamos nunca más a las carreras en aquella montaña triste cantada por Gil de Biedma.

Más información
El líder se abona al podio

Luego muchos adoptamos la enseña del cavallino de Maranello y Nicki Lauda -ayer presente en Montmeló- nos hizo felices. Italia fue siempre referente para Cataluña. Si el PSUC se inspiraba en el PCI y Oriol Bohigas idolatraba la revista de arquitectura Casabella, la Seat trabajaba bajo licencia Fiat, Fabbrica Italiana Automobili Torino. Bueno, en materia de motor, como en el de la lírica, Cataluña exhibía por entonces una doble militancia. Si en el Liceo convivían los apasionados verdianos con los irreductibles wagnerianos, en materia de automoción la afición se dividía entre los jóvenes partidarios de la elasticidad italiana -los Ferrari, Maserati, Alfa Romeo y Lancia siempre ocuparon el corazón de los más rápidos- y los más pausados defensores de la fiable ingeniería alemana -los BMW, Volkswagen y Audi configuran una auténtica weltanschauung catalana.

¿Y los Renault? La verdad es que siempre fueron coches populares, sin mayores pretensiones. Previa a la del Seiscientos, hubo una auténtica fiebre del 4/4 como vehículo utilitario. Más tarde llegaron los 4-L y los R-8 TS, estos últimos con ciertos aires competitivos en el mundo de los rallies. Por lo que se refiere a los Alpine, siempre quedaron fuera de nuestras posibilidades...

Por eso los viejos aficionados catalanes gestionamos mal la actual alonsomanía. Nos abruma la avalancha españolista que genera. Y no porque tengamos alergia a la bandera rojigualda como algunos creen -nunca se nos cayó ningún anillo por ver celebrar a Sito Pons y Àlex Crivillé sus triunfos bajo ese pabellón-, sino porque Renault no formaba parte de nuestro imaginario de la velocidad. Alain Prost, qué se le va a hacer, nunca nos hizo vibrar.

Ayer no fue un gran día para nosotros. No nos gusta nada que Michael Schumacher pinche y el cavallino rampante deje de galopar como nos tiene acostumbrados. Ni siquiera nos consolamos con la victoria del McLaren-Mercedes de Kimi Raikkonen por mucho corazón alemán que lleve. Qué quieren, somos unos románticos en vías de amortización.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_