Una bravura clandestina

La novillada tuvo tintes clandestinos, de rito minoritario en el que un reducido grupo de aficionados se solazó a sus anchas con el juego de cinco novillos excepcionales, bravos e incansables.

La arquitectura funcional del moderno coso casi vacío hacía retumbar el silencio cuando los fieros santacolomas se empecinaban en escurrir sus belfos por el albero resplandeciente, asolados quizá, por el nulo eco de sus embestidas interminables y a la postre, desaprovechadas. Gabriel Picazo, el más puesto de los tres coletudos, estuvo muy inspirado con el primero, al que dio sitio por ambos pitones, y aunque su toreo carece del necesario reposo, dejó constancia de sus desmedidas ganas. Ismael López pasó como de puntillas con algún apunte de fría calidad y Alejandro Morilla, que torea como a impulsos, se vio desbordado por el maravilloso tercero y sin sitio con el que cerró plaza, que rebosó calidad.